Por Iván Garza García
“Nuevo orden” y su inquietante actualidad
“Daniel y Ana” (2009) fue su primer largometraje, pero no fue sino hasta el 2012 cuando el mexicano Michel Franco comenzaría a recibir el reconocimiento a su trabajo gracias a la película “Después de Lucía”, misma que significó el inicio de una cosecha de premios en el Festival de Cannes; le siguieron “Chronic” (2014) y “Las hijas de Abril” (2017).
Como un preámbulo de las fiestas patrias, el pasado sábado el Palazzo del Cinema se pintó de tricolor. El cineasta Franco se alzó con el León de Plata por su filme “Nuevo orden” en la 77 edición de la Muestra Internacional de Cine de Venecia. Salvo por el orgullo que causa ver a un connacional triunfando en el extranjero, la noticia de marras bien podría pasar inadvertida; sin embargo, la crudeza de la pieza cinematográfica galardonada y su relación con el contexto actual, resultan por lo menos inquietantes.
La Real Academia de la Lengua define la distopía como la representación ficticia de una sociedad futura de características negativas; así, la sexta entrega de Franco está llamada a convertirse en el espejo que refleja inmisericorde lo que ahí se encuentra, pero que pocos nos atrevemos a contemplar. El filme sostiene una sencilla tesis: la desigualdad es tan grave que la encarnizada lucha entre facciones históricamente enconadas es inevitable. Con cámara en mano, lo que según los entendidos en el séptimo arte le da a la obra un aire de documental, el autor se da a la tarea de revelar sin decoro que las diferencias sociales son el preludio de un escenario de violencia sin sentido.
Si bien, el caos simbolizado en la película bien podría corresponder a cualquier sitio del orbe, los países latinoamericanos parecen verse mayormente evidenciados. La desviación de la mentalidad populista a la que Gloria Álvarez y Axel Kaiser llaman obsesión igualitarista, permea a fondo en nuestra región. El discurso político de influencia marxista privilegia la idea de igualdad material. En la búsqueda de enemigos comunes, se coloca al afortunado como el culpable de cualquier mal que agobie al desprotegido y al libre mercado como el origen primero y último de la miseria.
En México, por su parte, el discurso polarizador enderezado diariamente desde la tribuna mañanera, sirve para acentuar gravemente la brecha social. Ricos contra pobres; chairos contra fifís; conservadores contra revolucionarios; neoliberales contra el pueblo bueno y sabio; mexicanos contra mexicanos. En la arenga no hay puntos para el consenso; nadie, absolutamente nadie se encuentra a salvo de pertenecer a un grupo en conflicto.
Como si el horno estuviera para bollos (dijera Don Héctor), una pandemia sin precedentes en la historia reciente vino a profundizar las ya de por sí marcadas diferencias y aceleró las dinámicas sociales.
Es cierto, por igual somos víctimas de la tormenta pero no todos estamos a bordo del mismo barco. El pequeño y mediano empresario observan con tristeza como se cierran las puertas de su negociación al tiempo que se ven obligados a despedir a sus empleados privándolos del ingreso. El trabajador informal sale cada mañana con la esperanza de llevar a casa el sustento mientras se expone a un inminente contagio; poco importan las medidas de distanciamiento cuando de alimentar a los suyos se trata. La enfermera lidia con pacientes graves durante su jornada laboral y aún conserva la fuerza para atender a sus hijos a su llegada. La maestra de “la vieja guardia” asume el compromiso de adecuar sus prácticas docentes a la nueva realidad; con sus propios recursos acondiciona un espacio en su hogar, aprende el manejo de plataformas digitales y se dispone a enseñar. El niño que no tiene acceso a internet ni cuenta con una computadora o teléfono inteligente, observa como el resto de sus compañeros avanzan en sus estudios, sin más remedio que el de esperar las clases por televisión o el inicio de un nuevo ciclo escolar. La sociedad toda también sucumbió a la enfermedad de moda.
Aquí en confianza, frente al mensaje de odio que se nos receta diariamente, el eficaz antídoto radica en la solidaridad humana. Apelar a la ayuda mutua se antoja como un poderoso paliativo para evitar la pesadilla del “nuevo orden”. En su más reciente entrevista, Michel Franco advirtió: “Los ricos tendrán una vacuna antes que los pobres. Se insta a lavarse las manos a gente sin agua corriente y a educarse por internet a familias sin conexión, mientras que los demás nos quejamos de lo molesto que resulta encerrarnos en casa o llevar una mascarilla.”; luego, sentenció: “Así, el rencor social no dejará de aumentar”. Por el bien de todas y todos, ojalá que el laureado guionista y director esté equivocado. Ahí se los dejo para la reflexión.