Oscar F. Torres Castañeda
La Travesía del Acta de Independencia
Estamos a pocos días de un aniversario más de la consumación de la Independencia. Sin embargo, nuestro país no conoció la libertad de la noche a la mañana. A partir del estallido, aquel 16 de septiembre de 1810, el movimiento necesitó de 11 años para lograr su objetivo. México no pudo declararse independiente con certeza plena sino hasta que se firmó el documento oficial que emancipó a nuestro país de la corona española. El Acta de Independencia del Imperio Mexicano, cuyas andanzas son dignas de ser contadas, se firmó un día después de la entrada triunfal del Ejército Trigarante, comandado por Agustín de Iturbide, a la Ciudad de México.
Poco nos dice el nombre de Florencio Gavito Jáuregui. Sin embargo, fueron él y su madre quienes retornaron el único ejemplar que existe del Acta a nuestro país. Aquella lucha que comenzó una madrugada de septiembre de 1810, que declaró sus principios en los Sentimientos de la Nación y que se materializó con el Abrazo de Acatempan, vio en este documento la consecución de la lucha por la soberanía nacional.
El ejemplar original que actualmente se resguarda en el Archivo General de la Nación es uno de los dos tantos que se firmaron el 28 de septiembre de 1821. Aquel sábado se reunieron los integrantes de la Junta Provisional Gubernativa para redactar y firmar el Acta de Independencia del Imperio Mexicano, la cual fundaba un nuevo Estado y declaraba a México como nación soberana e independiente de España.
Se hicieron dos ejemplares, uno para el gobierno y el otro para la Junta Provisional Gubernativa, la cual lo depositó en el recinto legislativo. El ejemplar perteneciente al gobierno se mantuvo en Palacio Nacional hasta 1830, año en que fue sustraído y vendido a un viajero desconocido.
Lucas Alamán lo registró así: «se publicó con la mayor solemnidad y de ella se hicieron dos ejemplares… no existe en la República más copia que la que está en el salón de sesiones de la Cámara de Diputados; la otra fue vendida por un empleado infiel a un viajero curioso». Alamán trató de recuperarla cuando encabezó, por segunda y tercera ocasión, el Ministerio de Relaciones Exteriores. Pensando que se encontraba en Francia, ofreció una fuerte suma de dinero, pero no tuvo éxito.
¿Qué sucedió con el ejemplar robado? Persiste el rumor de que llegó a manos de Fernando VII, quien supuestamente lo ocultó con la intención de utilizarlo para recuperar los territorios perdidos. Naturalmente, esta versión nunca se pudo comprobar.
Tiempo después el Acta reapareció, de alguna manera, en manos de Maximiliano de Habsburgo, la cual, tras su muerte, volvió a salir del país. Esta fechoría se le atribuye al padre Agustín Fisher, uno de los principales consejeros del fallido emperador, quien, años atrás, por cierto, se había desempeñado como párroco de Parras, Coahuila.
Hacia 1909 la Cámara de Diputados, que en aquel entonces se ubicaba en la calle de Allende esquina con Donceles en la capital de la República, fue víctima de un incendio, consumiéndola hasta sus cenizas junto con todo su archivo histórico, Acta incluida. México había perdido, desde mi punto de vista, su reliquia histórica más importante.
Medio siglo más tarde, concretamente en 1961, el presidente Adolfo López Mateos recibió una carta. La enviaba la viuda Mercedes Jáuregui quien, cumpliendo la última voluntad de su esposo, Don Florencio Gavito Bustillo, buscaba la manera de entregar al gobierno de México el Acta de Independencia.
Don Florencio Gavito había adquirido años atrás el invaluable documento de Luis García Pimentel, quien a su vez lo heredó de su abuelo, el historiador Joaquín García Izcabalceta. Don Joaquín la había comprado al anticuario español Gabriel Sánchez, del que se desconoce cómo la obtuvo.
Gracias a la última voluntad de Florencio Gavito, el Acta retornó a casa. Su andar la dejó con «cicatrices»: entre otras, un sello con el domicilio del anticuario español y el ex libris de Maximiliano de Habsburgo. Una vez obtenido el dictamen de autenticidad, el Acta fue resguardada por el Gobierno de la República. No hay registro público de dónde estuvo en los años posteriores, sino hasta el año 2000 cuando reapareció en el Archivo General de la Nación, lugar donde reposa actualmente bajo los más altos estándares de preservación.
Casi al final de sus Memorias Escritas desde Liorna, el ex emperador Agustín de Iturbide, libertador de México y uno de los firmantes del Acta, apuntó lo siguiente: «Cuando instruyáis a vuestros hijos en la historia de la patria, inspiradles amor al Primer Ejército Trigarante». En mi opinión, habría que añadir a lo anterior: si no amor, sí una importante veneración al documento en que se plasmaron los ideales y anhelos de un pueblo que se levantó de la opresión y que, a través del sudor y la sangre, nos dio patria y libertad.