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sábado 28 de diciembre de 2024

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Uso de Razón

Uso de Razón

Por Pablo Hiriart

‘Los cubanos estamos con Trump’ (I)

MIAMI, Flor-ida.- De La Ventanita del Versailles un cubano de short beige y playera verde perico sale con la pequeña taza de cartón humeante de café cargado y un corte de leche evaporada, me escucha con desconfianza y se disculpa: “no tengo tiempo, me salí un momentico del trabajo”. Camina tres pasos, frena, lo piensa y voltea: “voy a votar por Trump”. Ahí comenzó el alboroto.
La frase encendió a la fila de los parroquianos que iban por su café del mediodía: “Igual yo, Trump… Por Trump, caballero… Apunte: Trump… Los socialistas son una lepra… Si ganan, va a haber una guerra civil, se lo garantizo”.
Uno, de plano me gritó de manera directa: “¡No queremos comunistas aquí!”.
Dije que era periodista, señor, y usted entendió comunista, respondí en mi defensa.
“Sí, sí, para afuera los comunistas de aquí. No los queremos”, insistió el señor que al gritar se le notaba la falta de un diente.
¿De dónde saca que Biden es comunista?, le pregunté.
“Tal vez Biden no sea comunista, ¡pero los que lo rodean sí!”.
Interviene una señora ya mayor, Carmen, que también habla en voz muy alta:
“Biden está viejo ya, se va a morir, y va a entrar la Kamala esa… ¡Ella sí es comunista!”.
Trump es muy cercano del presidente de México, interrumpí.
La señora Carmen estaba hecha una furia, pero siempre me gritó de usted:
“¡No me hable de México ni de Obrador, caballero! Hábleme de aquí: no queremos comunistas, los conocemos desde hace sesenta años. ¡Los cubanos estamos con Trump!”, dijo y recibió la aprobación de los demás participantes en el improvisado encuentro: “Sí, con Trump… Cubanos, con Trump”.
El del diente menos me miró de lado y volvió a gritar, desafiante, con un brusco movimiento de la cara hacia arriba, a la espera de una respuesta: “¡Fuera comunistas de aquí!”.
“Mire -me dijo el de la playera verde perico que con su respuesta había provocado el mini mitin trumpista alrededor mío-, el café pídalo negro, cortado con un poco de leche evaporada. Que sea evaporada. Es lo mejor, ya verá”, y se despidió con una sonrisa discreta, pero creíble.
Y Carmen me contó que había salido de Cuba a mediados de los años sesenta y llegó a Estados Unidos procedente de Costa Rica.
Entendí, pues, que no era un asunto personal. Que así hablan cuando presienten, con o sin razón, la cercanía de alguna sombra de lo que han venido huyendo. Y nadie, absolutamente nadie, llevaba cubrebocas. Es la explanada del restaurante y café Versailles (así lo escriben en La Ventanita), en la famosa calle ocho de la Pequeña Habana, en Miami.
Prefiero vivir un día contigo que pasar la vida sin tiiii… Un minuto me basta, que me des tu cariño, bararí bararí… Que me des tu cariño, un minuto me basta, pa’ enamorarme de tiiii…
Suena fuerte la música en la calle, y se sienten los cosquilleos del ritmo de los pies a la cabeza. No es una tienda de discos la que tiene las bocinas exteriores a todo volumen, sino un modesto cuarto que vende ‘reliquias cubanas’ que al visitante no le dicen mucho: unas monedas, fotos pequeñas de quién sabe qué artistas de los años cincuenta, y casi nada más.
Al lado un letrero grande dice Macabi Cigars, donde barre una mulata entre cajas de puros, sin un cliente en toda la mañana, recatada y cordial. Se llama Marileyn, que llegó a Estados Unidos hace apenas cuatro años. “No soy ciudadana todavía, pero si lo fuera votaría por Trump”.
-¿Por qué?
“Porque está muy bien la economía, y pues por eso vinimos aquí”.
Afuera el sol y la humedad pegan con ganas. No hay nada que haga parecer a la Pequeña Habana como un barrio marginal y peligroso, como se puede leer en la web.
Rico no es, desde luego, hay trabajadores de ingresos bajos, el 85 por ciento de las viviendas son alquiladas, pero tiene decoro y personalidad, como lo dice el nombre de su cementerio: Dignity Memorial. Y en letras muy grandes la impronta de su propietario: ‘Caballero Rivero’.
Camino calles abajo en dirección al Parque del Dominó, 26 cuadras largas desde el Versailles, no veo a nadie con cubrebocas y más moteles de paso que ningún otro tipo de negocios. Uno en cada manzana, que parece mucho en un barrio de 60 mil personas. Se pelean a la clientela: el Motel X.com ofrece la habitación a 25 dólares, ‘sólo lunes y martes’. Una ganga, dicen. Otros buscan persuadir con un guiño a la patria lejana: Motel San Juan, para puertorriqueños, pienso yo. Otro, un Sol Dominicano, al lado de una fonda de comida típica de ese país: Chivo al vino y empanadas de yuca, la especialidad. Otro motel atrae con las estrellas azules de Honduras. Todos ganan, ‘sí señor’.
Tu eres la mami de mi vida, es lo que te pido a ti mujer… la que yo más quiero, reina de mis amores, cielo de colores… Eeeees lo que te pido a ti mujer… Tuuuuu quiéreme… Por favor mami, que se note, que se note… amooooor, amooooor…
Entre un motel y el restaurante Taquería Viva México, donde tras su puerta de vidrio –con una calavera pintada a todo lo ancho y a todo lo alto– se pueden comer alitas, cueritos, carnitas y otros diminutivos, hay una explanada que exhibe autos usados para la venta.
Recorro, no hay nadie, ni el rottweiler que suele estar amarrado en los lotes de la Ciudad de México, cuando de pronto sale de un cuarto de madera ya vieja, una mujer de mediana edad, en chanclas de condorito, rechoncha en sus jeans ajustados y una playera negra corta que deja ver el exceso de comida grasosa que tanto gusta a los caribeños, y mientras se amarra el pelo con una liga de colores, pregunta con seguridad: “qué se le ofrece”.
Es Yorbanca, la reina de esos cuatrocientos metros cuadrados donde se enfilan coches algo viejos pero muy bien lavados.
-Este Versa 2016 se ve bien, pero muy caro. Siete mil 500 dólares ¿es el último precio?
“Si es de contado le hago un descuento, claaaro. Siete mil cerrados. ¿Le parece?”.
Me dio pena hacerle perder el tiempo y fui directo a lo que iba: ¿quién le gusta para presidente?
Respondió con la extrañeza de quien escucha una pregunta insólita, por lo obvio de la contestación:
“Trump, claaaro, Trump”.
-¿Por qué?
“La economía está muy bien con él. Muy bien”, dice Yorbanca, originaria de Camagüey. “Tierra de gente refinada”, le digo sin ironía, porque en realidad lo son. “Y trabajadora”, subraya con orgulloso asentimiento de la cabeza.
Antes de seguir mi camino calle abajo, ella va por una tarjeta y me la extiende “por si se decide con el Versa”. Y dice algo importante: “ahora con la pandemia he vendido más coches que antes”.
-¿Cómo es eso? ¿Por la gente que teme usar transporte público?
“Por el dinero que da el gobierno, señor. Que tenga buena tarde”.

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