Por Pablo Hiriart
‘Trump es comunista’ (II)
MIAMI, Florida.- Es la hora de más calor en esta ciudad que casi nunca rebasa los 33 grados, pero ahoga con su 92 por ciento de humedad, y un grupo de obreros de la construcción se cobija bajo los árboles: discuten, gritan, manotean, ríen, en la banqueta del enorme Office Depot de la calle Ocho de la Pequeña Habana.
Apartado unos metros del grupo, Damián me hace una seña con la cara para que me acerque a sus más de 120 kilos de entusiasmo trumpista. Obrero, negro, originario de La Habana, con treinta años de vivir en Estados Unidos, quiere hablar del que en su opinión ha sido el peor presidente de este país: Obama.
“Ese Obama –dice– se hacía como si fuera amigo de los indocumentados, de nosotros, y fue el que más deportaciones hizo en su presidencia.
“A nosotros los cubanos, ¿sabe qué nos quitó? –pregunta con evidente enojo y él se contesta de inmediato–. Nos quitó la ley de pies secos-pies mojados. Fue Obama”.
Con esa disposición que entró en vigor en 1995, los cubanos que tocaran suelo estadounidense, de manera legal o ilegal, podían quedarse para siempre en este país, con apoyos del gobierno hasta que consiguieran empleo. Eso se acabó el 12 de enero de 2017, una semana antes de que Obama abandonara la Casa Blanca.
“Luego se fue de vacaciones a Cuba, a abrazarse con los comunistas. Y Biden era el vicepresidente. Yo no se lo perdono, voy a votar por Trump”.
Marcelo dormitaba sobre el pasto y sin abrir los ojos ni mover la cabeza habló alto para llamar mi atención: “A ese Trump que se lo lleve su…. ¡Que vaya pa’ la pinga!”.
-Y a ustedes, ¿qué les ha hecho Trump para mandarlo tan lejos?, le pregunté.
Se incorporó lentamente, me acercó la cara y exclamó con vehemencia y mucha saliva (nadie con cubrebocas, cero): “No, a nosotros no. ¡Qué les ha hecho a ustedes, los mexicanos!… Sus muros, perros y toda esa mierda. A los niños los enjauló… a los hondureños, guatemaltecos…”.
De vestimenta pobre, pero con autoestima y mucho enojo, me asegura: “nosotros somos los que hemos levantado a este país, y Trump quiere sacar a los indocumentados”.
“A ver, ¿un americano va a cortar el pasto?… ¿Quién corta el pasto?… Un mexicano, un hondureño, nosotros. ¿Ya ve? No son nada sin nosotros”, dice.
Despepita largo rato contra Trump y al final me estira la mano con tatuajes hasta arriba del codo, a manera de despedida. Se rió al ver que le daba el antebrazo. “No, venga esa mano, que el veneno entra por cualquier lado”.
Todos de mano, sin cubrebocas, media vuelta y a los andamios otra vez. Salvo uno, pálido, puntas de barba blanca de hace algunos días, que se quedó viendo cómo sus amigos se alejaban.
-Y usted, ¿no va a trabajar?
-No, estoy inhabilitado.
-¿Qué es eso? ¿Se cayó?
-Tengo cáncer.
Y ganas de opinar: me gusta más Biden.
Da sus razones: Trump llegó insultando a los mexicanos. Dijo que traían drogas, que criminales, que violadores, y aquí viven de los indocumentados. Un grupo de cubanos se hizo millonario a costa de los indocumentados. Luego no les pagaban. Todos esos cubanos ya no viven aquí (en la Pequeña Habana)… “El presidente sabía que venía toda esta ola (pandemia), la gente se muere, y él se quedó callado”.
Todos esos, dice mientras señala con la punta de la gorra a sus excompañeros de la construcción, van a votar por Trump.
-Usted, inhabilitado, ¿cómo se atiende, de qué vive?
“No hay problema por eso”, comenta y saca de la bolsa una cartera con credenciales amarillas y blancas, que son de seguridad social, planes de atención sanitaria, hospitales. “Y vivo de un cheque que me da el gobierno”.
Omar se llama este cubano que me cuenta cómo se vino de Manzanillo, provincia de Granma, y sabe que no va a volver. El cáncer.
No te apures que mi suerte cambiará, oye verás… Pronto llegará el día de mi suerte, seguro mi suerte cambiará… Ahora estoy acá sin poder volver atrás, y aquí no quiero molestar… Pronto llegará el día de mi suerte, mi suerte cambiará, ya lo verás, ya lo verás…
Qué calor se siente en la calle a las dos y media de la tarde. El sudor empapa el cubrebocas N-95. Humedad, música fuerte con canciones como esa de que algún día la suerte cambiará, con voz lastimera al borde del llanto. Enfrente veo una casa amplia, gris, nada llamativa, con su nombre pintado en el segundo piso: Fundación Nacional Cubano Americana. Una estrella blanca, los colores de la bandera cubana, y el rostro de un señor bien peinado junto a la estrella.
Nadie abre la reja. Entro. Tampoco responden en la puerta. Entro. Baja la escalera un cubano con pinta de váyase de aquí, no venga a dar lata. Me dice que no hay nadie para entrevistar, que él solo cuida…
-¿Quién es el que está pintado afuera, con la bandera?, le pregunto para hacerlo salir, porque tampoco trae cubrebocas y no corre el aire.
-Ahí dice, ahí dice-. Es Ferrer, lleva once años preso en Cuba.
-No, el otro.
-¿Cuál? -dice picado por la curiosidad y al fin sale a la banqueta-. ¡Ah!, es Jorge Más Canosa, el fundador.
Sí, Mas Canosa, personaje polémico que desde esta casa, si es verdad lo que se ha escrito en tantos años, financió los ataques armados a hoteles cubanos para desalentar el turismo, pagó una y otra vez a aventureros para matar a Fidel Castro, sostuvo a la contra nicaragüense, y protegió a su compañero de juventud en Fort Benning, Luis Posada Carriles, luego de que hiciera estallar un avión en pleno vuelo, lleno de atletas cubanos.
Cuánto hay de cierto, no lo sé. Para otros, como Bill Clinton, fue un benefactor de la libertad, interlocutor permanente y persona cercana.
Lo comprobado es que, en esta casa, donde uno puede abrir la reja, la puerta, y meterse hasta la escalera que lleva al segundo piso, se forjó unos de los grupos de presión política y económica más influyentes de Estados Unidos. El lobby cubano, que hoy está con Trump.
“No, a mi Trump pa’l carajo. Igual que el otro. No voy a votar. Este país está destruido. No hay cura. Se lo acabaron”.
Así se presenta Rogelio Martínez, viejo y flaco, con pulseras de gruesas trenzas de imitación oro, lo mismo que los anillos que cubren dedos y muñecas, negras como toda su piel, a quien saco del aburrimiento que lo consume, sentado en las escalinatas que dan al Parque del Dominó: ‘cerrado hasta nuevo aviso’.
“Los comunistas están infiltrados aquí y Trump no ha hecho ni pinga… He visto pasar diez presidentes aquí y no hacen nada en Cuba. Van a pasar veinte Trump y allá va a seguir igual”, dice con seguridad.
-¿Por qué?, le pregunto para alentar el fuego verbal que sube de tono en ese hombre que repite y repite: “da lástima ver este país como está”.
“Porque Trump es comunista. Por eso no hace nada. Es más comunista que Biden”, contesta.
“Así es que no voy a votar… Es una vergüenza, da pena ver al país (EU) como está.
“Yo soy del centro de La Habana -dice con orgullo-, de la Plaza del Mercado, Agua Dulce. Soy de la gente de Batista… A mí no me engañan, Trump es comunista, amigo de los rusos”.
-¿Por qué nadie usa cubrebocas aquí, don Rogelio?, le cambié el tema.
-Porque el presidente no lo usa. Es una pena este país, la gente se muere de la cosa esa y es el país más grande del mundo y no son capaces de nada. Trump lo ha jodido todo. Ya ni cheque hay. Se acabó. Obama se lo entregó como una tasa de oro, y vea, la gente ahora pidiendo comida en la calle. Se acabó.
-Entonces, ¿qué va a pasar, don Rogelio?
-No tiene cura esto. Estamos empingados ya.