Por José Luis Valdés Ugalde
Un alcalde en Palacio Nacional
En mayo del año pasado Trump amenazó con imponer aranceles del cinco por ciento si el gobierno de AMLO no se imponía y reprimía a la inmigración centroamericana
El bochornoso discurso de AMLO en la ONU se ha convertido en la gota que derramó el vaso en lo que se refiere a los fiascos que este gobierno ha tenido en materia de política exterior. Nunca como ahora se había presentado la oportunidad para que el Presidente asumiera su estatura como jefe de Estado. En lugar de ello, optó por adoptar el discurso de un mal alcalde de algún municipio remoto y olvidado de la República. Ante la enorme incertidumbre multidimensional que vive el mundo, además de la crisis geopolítica que ya se está resintiendo, AMLO optó por una visión provinciana y banal de nuestro país y ajena al tema del caso, el mundo globalizado. Se trataba de celebrar el 75 aniversario de la ONU y dimensionar su gran importancia como el cuerpo encargado de mediar en los conflictos globales y afinar el estado de salud del orden internacional. También se trataba de poner en perspectiva el papel que México querría y podría jugar en el cambiante orden global; sobre todo en este momento en el que formaremos parte del Consejo de Seguridad del organismo.
El discurso trasnochado y plagado de disparates y falsedades de López Obrador no le hizo justicia a estas asignaturas pendientes. Se trata de un discurso del pasado, mal explicado, además, y que refleja una mente cristalizada y sometida a la tiranía del resentimiento y el odio. Es, también, una evidencia más de cómo el capricho impulsivo presidencial se impone al razonamiento productivo que puede ofrecer la deliberación de gabinete: a AMLO le importa un pepino lo que piensen sus ministros o embajadores, a quienes desdeña a su antojo y trata con profunda indignidad. No me cabe ya la menor duda de que ese discurso lo mal escribió él mismo y no hubo ni quiso haber intervención alguna que pesara lo suficiente como para detener el gazapo y ahorrarnos la vergüenza en la que nos sumió a todos los mexicanos frente al Consejo General de la ONU reunido en pleno. En lugar de ofrecernos un discurso seguro que nos brindara certidumbre ciudadana, el Presidente optó por sacar su colección de estampitas de historia de la primaria y castigarnos, una vez más, con otra desvergüenza en materia de política exterior.
La ausencia total de política exterior y de agenda preventiva de riesgos a nivel regional y global, ha ocasionado que al gazapo en cuestión esté siendo acompañado por varios fiascos que, desafortunadamente, se han cometido en esta materia. En mayo del año pasado Trump amenazó con imponer aranceles del 5% si el gobierno de AMLO no se imponía y reprimía a la inmigración centroamericana. Antes de apelar esta decisión, recurrir a las instancias legales o contestar con la misma moneda, México cedió rápidamente a la presión y convirtió a nuestro país en cancerbero de Trump, quien al final de todo, nos impuso la política migratoria restrictiva que hasta ahora ejecuta la Guardia Nacional. Más recientemente, vimos con sorpresa cómo el exsubsecretario de América del Norte, Jesús Seade, lanzaba su candidatura a la OMC sin ton ni son y sin el despliegue diplomático que la etiqueta ordena a fin de obtener los apoyos necesarios para lograr con éxito el cometido. El resultado fue que Seade no obtuvo los votos necesarios en la primera vuelta. Con esto, el muy profesional servicio exterior de carrera quedó innecesariamente desnudado. Otro acontecimiento grave fue haberle permitido a Trump que su candidato a dirigir el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), el cubano estadunidense Mauricio Claver-Carone, quedara apuntalado para ocupar la presidencia de un banco que por norma no escrita había sido —y tendría que haber seguido siendo así— dirigido por un latinoamericano. De nueva cuenta el heroico jefe de la 4T temió la ira de Trump y renunció a hacer alta política candidateando a uno de los suyos, como Santiago Levy, a quien Washington hubiera palomeado. El siguiente incidente, no menor, fue el fallido nombramiento como embajadora eminente de Luz Elena Baños. Este movimiento, capricho de Palacio, fue llevado a cabo en contra de la normatividad vigente que establece que sean 10 años como embajadores de carrera los que como mínimo deban de tener los candidatos a fin de tener derecho a tal reconocimiento. Luz Elena Baños tiene sólo dos y por esta razón Marcelo Ebrard tuvo, no sin enojo, que recular. La visión política de AMLO es aldeana y primitiva. El discurso y los demás desatinos han mostrado al mundo —vergüenzas incluidas— la verdadera estatura política de AMLO y su gobierno. Y hay que decirlo: los graves daños de esta política exterior insular es muy probable que ya no se puedan salvar antes de 2024.