Por José Antonio Crespo
Lealtad ciega vs “Cuarta Transformación”
En los típicos populismos, aquellos que habiendo apoyado un proyecto determinado osen cuestionar cualquier decisión, o indicar errores o señalar incongruencias por parte del presidente, serán vistos como desleales (término pariente de “traición”, o acaso de “cansancio e ineptitud”). El verdadero soldado de la causa no debe cuestionar nada, sino respaldar todo lo que emane del líder, su gobierno, sus legisladores. Se cree que de manera mágica, el respaldo incondicional se traducirá en aquellas metas que retóricamente se buscan. No se ve o se quiere ver que hay una clara relación causal entre esas metas y los medios que se elijan para conseguirlas. Y que precisamente, cuando un partidario de ese proyecto detecta que el gobierno o el presidente está aplicando políticas que se consideran erróneas, conviene expresarlo. Si tal persona tiene cercanía al presidente o trabaja en ese gobierno, puede decirle sus puntos de vista para corregir lo que considera una mala ruta. Si está fuera del gobierno podrá ventilar sus diferendos públicamente, a través de declaraciones o escritos. Pero si la respuesta del gobierno en cuestión es hacer oídos sordos, o descalificar moral o ideológicamente a quienes expresan dudas o reclamos, en lugar de simplemente aportar razones, argumentos e información para explicar sus decisiones, se va cancelando el esquema democrático (donde cabe y se respeta la pluralidad y la divergencia).
En cambio, se va imponiendo un típico modelo autocrático según el cual, quien no está con el líder (y su proyecto), está contra él; los disidentes se convierten en enemigos de los valores que encarna ese proyecto. Pero justo los disidentes y críticos podrían buscar que el proyecto llegue a buen puerto, que logre alcanzar o avanzar metas, al aportar sus cuestionamientos y contra-propuestas. La lealtad ciega se convierte así en un respaldo a la cerrazón, la obcecación, la indiferencia a otras voces y reclamos legítimos, o a ideas alternativas para encontrar los mejores caminos para alcanzar las metas fijadas. Y al respaldar incondicionalmente cualquier decisión del gobierno, involuntariamente alimenta el posible fracaso, si es que en verdad se están tomando medidas equivocadas. También saltarse la normatividad para alcanzar determinados propósitos probablemente arroje malos resultados a la postre (aunque AMLO no logre entenderlo).
Así pues, la lealtad ciega no contribuye a fortalecer y preservar la democracia pero, paradójicamente, tampoco ayuda a que el proyecto que se respalda logre aquello que busca. Y justo es ciega esa lealtad porque ni siquiera contempla la posibilidad de que en efecto el líder se esté equivocando. Eso es impensable, una apostasía. La lealtad ciega parece partir del dogma de “Los caminos del líder son inescrutables”. Él sabrá lo que hace, por qué incumple lo prometido o hace lo contrario de lo que ofreció. Por lo cual quienes osan criticar o cuestionar cualquier acto del líder, en realidad buscan preservar sus privilegios, o quieren que el país se hunda, o les llegaron al precio, o bien han traicionado la causa por falta de genuina lealtad. En esa óptica cuasi-religiosa, en ningún momento se considera la posibilidad de que, en efecto, las decisiones de política pública puedan estar erradas. Eso nunca. Por todo lo cual, paradójicamente, a mayor lealtad ciega menos probabilidades de éxito para la “Cuarta Transformación”.