Por Federico Reyes Heroles
Dignidad
Actuar con responsabilidad y con seriedad, tomarse a uno mismo en serio en el papel que cada quien representa. Un médico guasón no generará confianza
“Cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás…”. Fonéticamente bella, su significado, su mandato son retadores y edificantes. Actuar con dignidad.
No es un asunto de élites. Muchos indígenas nos dan clases de dignidad: se respetan a sí mismos y respetan a los demás. Para cualquier mortal y siguiendo a Voltaire, todos a cultivar a diario el jardín de la dignidad. Pero cuando además se tiene alguna representación, la dignidad debe expandirse. De un profesor esperamos que actúe con la dignidad de tan noble vocación. Del director de una escuela exigiremos aún más. Del secretario de Educación que actúe con la dignidad del primer mentor del país. A mayor responsabilidad, más cuidados y atención a la dignidad. Eso en cuanto a la primera exigencia de la definición: respetarse a sí mismo, “hacerse valer como persona”.
Pero están las otras exigencias. Actuar con responsabilidad y con seriedad, tomarse a uno mismo en serio en el papel que cada quien representa. Un médico guasón no generará confianza. Un piloto dando traspiés provocará pánico. Un contador al que se le cuatrapean las cifras hará un ridículo. Un artista impuntual que hace esperar a su auditorio perderá respetabilidad. Un salvavidas o un velador que se quedan dormidos provocarán desconfianza. Pero, además de la exigencia personal, propia, interna, está la externa. Quien no respeta a los demás no será respetado. Respetarse sólo a uno mismo es vanidad, no dignidad.
Dirigirse a la Asamblea de Naciones Unidas es una altísima responsabilidad, más aún en un gran aniversario. Cada palabra, cada gesto, la pertinencia de la vestimenta, deben ser cuidadas. Nuestro Presidente estuvo muy mal, poco digno, poco serio, poco respetuoso de la Presidencia y de los otros miembros de la Asamblea, del mundo. Su actuación no fue digna para México. Cómo ocurrió un desfiguro así, dónde están sus asesores, quién cuida su vestimenta, cómo lo dejaron caer en una situación tan bochornosa. Se podría argumentar que todos los presidentes tienen incidentes: Gerald Ford se caía un día sí y otro también; yo escuché a Menem hablar del Gato Félix en lugar del Ave Fénix; los desfiguros de las realezas llenan revistas cada semana. Pero lo más grave de este incidente es que retrata una actitud que ha dañado mucho a México.
Llegó convencido de que parte de su legado sería destruir la investidura presidencial. Por eso desapareció al EMP y la residencia oficial, aunque hoy siga con protección disfrazada y viviendo en Palacio. Por eso ha construido un enorme mito del avión presidencial, un “palacio” le dice, cuando es igual al de muchos jefes de estado. No es que quiera ser popular y querido, es que no quiere asumir el lado incómodo de la responsabilidad: usar cubrebocas, muestra que no respeta a los demás. Por eso regaña periodistas, se queja de los comentaristas y dice que todos están en su contra en lugar de analizar un extendido fenómeno de enojo y molestia incluso entre sus exsimpatizantes. De verdad se imagina una congregación de comentaristas contra él.
Por si fuera poco, al escuchar el posicionamiento del ministro Aguilar sobre la consulta de juicio a los expresidentes, de inmediato, y sin conocerlo, procedió a descalificarlo, es la voz de Calderón. Desprecia al derecho, presume sumisión del ministro, indirectamente da un sopapo a la SCJN. Los quiere llevar a una trampa: si votan con Aguilar son corifeos de Calderón. ¿Y la ley? Conmigo o contra mí. Nadie le ha explicado —ni la exministra y Secretaria de Gobernación o su asesor jurídico— que la consulta es una aberración. O lo han hecho y los desprecia. Que respete a las mujeres, a sus opositores, al frente de gobernadores, a los comentaristas, a los ministros, a los empresarios, a los mandatarios que deciden tener avión, a la institución que representa, a la ONU, que respete a los mexicanos. Este no es un país de indignos.