Por Pablo Hiriart
Trump, entre la presidencia y la cárcel
MIAMI, Florida.- En uno de los debates con Hillary Clinton en las pasadas elecciones de 2016, ella le dijo a su contendiente algo así como que se congratulaba de que él no estuviera al frente de las instituciones de justicia del país.
Ágil y despectivo, Donald Trump la cortó con un seco: “si así fuera, tú estarías en la cárcel”.
Era la estrella antiestablishment que brillaba en un firmamento de electores que con razón o sin ella se habían cansado de los políticos tradicionales. Como decía el propio candidato Trump: eran los culpables de las desgracias de los ciudadanos comunes de Estados Unidos.
Hace un par de semanas se publicó en esta columna que Trump no sólo se jugaba la reelección, sino también su libertad.
Con lo publicado la tarde del domingo y ayer lunes por The New York Times se confirma que el destino de Trump es el cielo o el infierno: la cárcel o la Casa Blanca.
El impacto en la opinión pública de este país se ha centrado en que Trump no pagó impuestos durante diez de quince años revisados por los reporteros del Times.
Se entiende. Quienes deben pagar puntualmente al fisco parte de sus ingresos, producto de un trabajo arduo, se enteran que el presidente, antes de serlo, no pagó un peso en diez años.
Y que si ellos no pagan impuestos, el IRS (el SAT de aquí) es implacable. No hay posibilidades de librarla. Aunque la situación económica esté más difícil que nunca en muchos años, el IRS no perdona.
Pero el jefe de las instituciones de Estados Unidos no pagó en una década. Incluso en 2017, su estreno como presidente, sólo pagó una cantidad equivalente a 18 mil pesos mexicanos por todo el año.
Ahí hay un punto para la irritación, pero lo más grave está en otro lado.
El reportaje del New York Times señala que Donald Trump tiene deudas por 421 millones de dólares. ¿Cómo está eso?
Una política astuta como Nancy Pelosi, líder de la Cámara de Representantes, la pescó al vuelo: “¿A quiénes le debe todo ese dinero el presidente? ¿Cuál fue el apalancamiento que usó para obtenerlo? ¿Se lo debe a gobiernos extranjeros? Esto es un asunto de seguridad nacional”.
Desde luego que es un asunto de seguridad nacional, en el que Robert Mueller –exfiscal– no se quiso meter.
Si Trump pierde las elecciones, la investigación se va a concluir.
De esos préstamos al presidente de Estados Unidos, ¿cuántos millones vinieron desde Moscú?
Lo dice Bob Woodward en su reciente libro, Rabia, pues se lo comentó el exdirector de Inteligencia Nacional, Daniel Coats: “Putin tenía algo (negocios) con Trump”.
El exasesor de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, también lo ha dicho: durante su cuatrienio el actual presidente ha hecho negocios millonarios con los gobiernos de Turquía e India, países gobernados por dos populistas como él.
La deducción es inmediata: el trato de seda a un déspota impresentable como el turco Recep Tayyip Erdogan, o la inmejorable amistad con el príncipe saudí Bin Salman Al Saud, que mandó descuartizar a un periodista crítico en Estambul, tienen una explicación distinta a la geopolítica.
Recientemente la organización Ciudadanos por la Responsabilidad y la Ética en Washington (CREW) publicó un extenso estudio en el que señala que Trump ha incurrido en, al menos, tres mil 400 casos se conflictos de interés.
Lo más leído ayer en The Washington Post fue una columna de Max Boot, en la que señala que Trump “se ha beneficiado de su presidencia porque cabilderos, grupos políticos y gobiernos extranjeros (que buscan congraciarse con Trump) han pagado por quedarse en sus propiedades”.
Y apunta que Donald Trump se lanzó a la presidencia en 2016, según personas muy cercanas al actual mandatario, para rehacer la fortuna que perdió.
Por eso no tiene empacho en intercambiar elogios con dictadores o populistas. La democracia, los derechos humanos y el medio ambiente no están en su agenda.
Con esa espina clavada llegará hoy Donald Trump a su primer debate con Joseph Biden.
Seguramente lo publicado por The New York Times no influirá en los votantes de Trump. Pero sí en los indecisos, si es que todavía los hay.
Aunque, ‘vanidad de vanidades’, lo que más le dolió a Trump ayer no fue el hecho de que se supiera que no pagó impuestos, sino de que es un mal empresario: puras pérdidas.
Lo escribió con ironía y cierto regocijo Max Boot en la columna citada: “Trump no sólo es menos rico de lo que afirma, sino que está endeudado hasta los ojos”.