El PIB de América Latina como bloque caerá hasta un 9.1, la peor cifra en 120 años.
De igual forma, el PIB per cápita, caerá aún más: hasta el 9,9%, lo que significa niveles no vistos desde 2010.
Lo anterior según el balance presentado este martes por el brazo de Naciones Unidas para el desarrollo de América Latina y el Caribe (Cepal).
Por subregiones, la mayor caída de la renta por habitante se producirá en América del Sur (9,4%), seguida de Centroamérica y México (8,4%). Y la profundidad de la caída en abril y mayo, los meses más duro de las distintas cuarentenas, “sugiere que la reactivación del crecimiento será más lenta de lo esperado”.
La dinámica de la inversión no es precisamente un buen augurio: está sufriendo, constata el organismo comandado por Alicia Bárcena, un “descenso significativo” tras un segundo trimestre aciago.América Latina está, “sin duda”, ante “la crisis económica y social más fuerte que ha experimentado la región en varias décadas, y pone de manifiesto las debilidades estructurales de las economías”, advierten los técnicos del organismo con sede en Santiago de Chile.
Puntos débiles que han limitado las posibilidades de respuesta a la crisis sanitaria en países que cargan con el lastre de sistemas de salud deficientes y poco equitativos, elevada informalidad laboral —que amplifica un golpe como el del coronavirus— y magros sistemas de protección social.
En esta tesitura, los economistas de la Cepal llaman a olvidarse de las estrategias de ajuste que guiaron las políticas oficiales en años anteriores y piden apostar por planes fiscales y monetarios expansivos, aún más de los ya aprobados en los últimos meses.
De esta forma, dice el organismo dependiente de la ONU, podría neutralizarse parcialmente la caída de la oferta y la demanda en un contexto de baja productividad y crecimiento estancado o negativo. El problema es que, pese a la introducción de nuevas recetas monetarias —compras de deuda pública y privada, los llamados QE, inéditos hasta ahora en el manual de instrucciones de los bancos centrales del área— y fiscales —Brasil es el país emergente que más está tirando del déficit, en buena medida financiado por el instituto emisor, según los últimos datos del Instituto de Finanzas Internacionales—, el margen de maniobra en Latinoamérica es notablemente inferior al de los países ricos.
El futuro se avizora sombrío. Las economías latinoamericanas llegaron a la pandemia, salvo casos contados, tocadas. Tras un lustro de mínimo crecimiento, en el primer trimestre del año el PIB ya estaba en negativo en nueve de los 20 países que la integran y ocho más mostraban una clara tendencia a la desaceleración. La razón: una mezcla entre el bajonazo de la demanda interna como de la externa, con China, en aquel momento, en plena crisis. Las restricciones de la pandemia, con la consiguiente paralización parcial o total de la producción de bienes y servicios, no hicieron más que agravar —y de qué forma— ese cuadro.
El consumo privado fue, de largo, el componente de la demanda más golpeado. “Se ha producido un acelerado deterioro del gasto de los hogares como resultado del contexto de confinamiento obligatorio impuesto por las autoridades en muchos países, el aislamiento social voluntario de las personas y la detención de muchas actividades no prioritarias”, esbozan los técnicos de la Cepal. A eso se suma la caída de las entradas de dinero de las familias como consecuencia de la pérdida de sus fuentes laborales. Aunque parcialmente compensado por los programas de sostenimiento de los ingresos por parte de los Estados —con todo, más tímidos que en otras partes del mundo emergente y avanzado—, este hundimiento amenaza con una recuperación más lenta de lo que cabría esperar de una recesión al uso: en una economía tan dependiente del consumo, menos predisposición (y capacidad) de gasto hoy significa, siempre, menos crecimiento mañana.
La evolución del mercado laboral “refuerza” las malas perspectivas del consumo: con el desempleo picando claramente al alza y una “recomposición del empleo hacia puestos de trabajo de menor calidad, como los empleos por cuenta propia” en marcha, el ingreso promedio no ha dejado de deteriorarse, ensombreciendo el horizonte.
En paralelo, la región ha sufrido un importante deterioro de sus perspectivas en el exterior, tanto por la caída de los precios de los productos primarios —que permanece como su principal fuente de divisas: las promesas de diversificación se quedaron en eso, en meras promesas— como por la crisis en sus principales clientes. “En el contexto de empeoramiento de los términos de intercambio promedio de la región, que caerán un 4,7% en 2020, el choque negativo se concentrará en las economías exportadoras de hidrocarburos, mientras que las exportadoras de alimentos y metales se verán menos afectadas”, advierte la Cepal. Las exportaciones caerán 23%, mientas que las importaciones se derrumbarán un 25% debido al desplome de la actividad y el ingreso. Y la subregión más perjudicada será, de nuevo, América del Sur, cuyos términos de intercambio disminuirán casi un 8%.
La buena noticia es que, a diferencia de otras recesiones de envergadura en el pasado, el batacazo económico no está produciendo —hasta ahora— un efecto dominó sobre los bancos: la crisis financiera parece, por ahora, descartada. Y eso es un elemento no menor para la esperanza en una región en la que la solvencia del sector financiero ha sido, y sigue siendo, motivo de preocupación de primer orden. La inflación, otro histórico caballo de batalla para los países latinoamericanos, también está bajo control salvo en Venezuela o Argentina, que arrastran sus propias dinámicas desde mucho antes de que el término covid-19 empezase siquiera a sonar en los medios de comunicación.
Zarpazo para el déficit público
El déficit público se irá hasta el 8,4% en 2020 y vendrá por los dos lados: el gasto público crecerá justo al mismo tiempo que las entradas de caja flaquean: con la economía formal paralizada o, al menos, lastrada durante semanas, los ingresos fiscales se han visto claramente mermados. La deuda de los países de la región, que a cierre de 2019 estaba en el 46%, cerrará 2020 por encima del 55%. Un esfuerzo enorme que habrá que purgar a futuro, pero que habrá servido para evitar un colapso total de la economía.
Si no se ha podido hacer más es, precisamente, por la ausencia del músculo derivada de la sempiterna fragilidad en la recaudación tributaria de una región que ya ingresaba mucho menos en impuestos que otros bloques comparables: de haber cerrado esa brecha cuando pudo, en los últimos años, ahora el margen de maniobra hoy —cuando enfrenta el “mayor desafío fiscal desde la crisis de la deuda pública de principios de la década del ochenta”— sería mucho mayor.
“Los ingresos totales de América Latina y el Caribe han sido históricamente insuficientes para cubrir las erogaciones públicas, lo que conduce a un sesgo deficitario en el manejo de las cuentas fiscales, con todos los riesgos que ello implica. Y la última década no ha sido una excepción a esta tendencia: los ingresos de los países no han podido acompañar el crecimiento del gasto público”, destaca. “El reto no es únicamente aumentar la presión tributaria, sino hacerlo de forma progresiva, a fin de que el sistema tributario contribuya también a reducir las desigualdades”.
En 2018, último año para el que hay datos, la recaudación tributaria en América Latina y el Caribe ascendió al 23% del PIB frente al más del 34% de la media de la OCDE. Un reto más en un horizonte plagado de desafíos.