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Por José Luis Valdés Ugalde
El paciente cero
Tras la presidencia histórica de Obama, aparece en escena Trump, quizá el último representante del esfuerzo por la recuperación de la identidad estadunidense.
Así ha sido catalogado Donald Trump por los médicos especialistas. Significa que es el paciente desde el que se han originado todos los contagios de covid-19 de los más de 15 funcionarios y colaboradores cercanos en la Casa Blanca, registrados hasta ahora como víctimas del descuido y la negligencia del presidente. El paciente cero también se ha significado por ser el candidato cero, toda vez que en un periodo muy corto de tiempo se ha ido autoanulando en el espectro político. Se convirtió en el candidato presidencial que se propone ir hacia la reelección sin cuidar los protocolos fundamentales que ordena la etiqueta de la alta política de EU.
Trump no sólo se infectó de covid-19 por negligencia, sino que también ha impuesto, en su calidad de jefe supremo del equipo médico que lo asiste, un diagnóstico sobre su estado que no corresponde a los estándares que el Centers for Disease Control and Prevention, agencia del Departamento de Salud que monitorea y protege la salud, impone a los convalecientes de su condición. Trump ha ido en contra de todo lo que esta instancia ha indicado que se tiene que contemplar para no arriesgar a sus prójimos. Su salida del hospital naval Walter Reed fue orquestada por él mismo y la irresponsable decisión de su cuerpo médico de darlo de alta, también. Si ya Trump estaba mal de la cabeza, ahora ésto se refrenda por el simple hecho de querer volver a la vida pública y actuar como si no pasara nada, con el riesgo de seguir infectando a diestra y siniestra y al que se le acerque. Para rematar, su cobardía llega al grado de acusar a las familias Golden del ejército de haberlo contagiado en un encuentro reciente.
Trump es el principal y más peligroso virus de la política que conocemos hasta ahora. Ya lo era desde 2016 y hoy se confirma cuan acertados estaban los siquiatras que le diagnosticaron su patología narcisista desde antes de que asumiera la presidencia. Ha hecho de todo para convertirse, en estos tiempos de transpolítica, en la inteligencia del mal a la que se ha referido el filósofo francés, Jean Baudrillard. Baudrillard pensaba que EU era una simulación activa de ideas y que, en consecuencia, la historia le era irrelevante. Si el tono es exagerado para referirse al conjunto de la nación, sí acierta al describir el trumpismo: la presidencia de Trump es la versión de cómo se entregó el alma de toda la representación republicana —que aún detenta su investidura—, a la impostura y sacrificó, así sea temporalmente, de la historia democrática y republicana de EU. Se trata de la historia de un aislamiento no conocido desde la era de Woodrow Wilson, aunque se sabe que el de Wilson fue un repliegue comercial estratégico de pre y pos primera guerra, el cual habría de modificarse después de la Segunda Guerra Mundial.
Después de la presidencia histórica de Obama, aparece en la escena Trump, quizá el último representante del esfuerzo por la recuperación de la (a veces ambigua) identidad estadunidense; un momento para el cual un sector minoritario, pero importante de la población, había estado preparándose desde que la blanquitud hegemónica antidemocrática había sido amenazada por el obamismo. Podría ser esta la última oportunidad histórica en este siglo para el radicalismo nativista —dentro y fuera del Partido Republicano— de garantizar el golpe de mano a las instituciones del Estado, tal y como lo ha pretendido Trump desde el inicio de su presidencia. Es por esto que la mayoría de los miembros de esta élite se ha subido al tren trumpista sin pudor alguno (aunque hoy ya ponga en duda su apoyo al magnate) y sin importarle abandonar los principios del conservadurismo democrático. Se trataba sólo de saciar la sed del poder por el poder, más que de impulsar un proyecto coherente para todos. Si bien en la inesperada elección de Trump el factor económico estuvo presente, fue la idea que él vendió de sí mismo como el salvador de la dignidad perdida por EU, adentro y afuera, la que lo ayudó a triunfar ante un público ávido de sobredosis de patria. Su narrativa subsumió los factores económicos y le dio a la política y a la cultura un peso definitorio para obtener la mayoría proporcional crítica que lo salvó de perder en el Colegio Electoral. Todo esto es lo que el paciente cero no quiere malograr, de aquí la razón de que Trump este rompiendo todas las reglas de cara a la nación entera para, en forma frenética, invadir los múltiples espacios de consenso que según las encuestas ya no le son propios. El paciente cero ha devenido así, en un candidato cero, que ante su desesperación y rebeldía puede ocasionar un daño quizá irreparable a lo que queda del sistema político estadunidense.