Por Pascal Beltrán del Río
El bolsonarismo o el petate del muerto
“Echeverría o el fascismo” era la consigna que circulaba entre intelectuales que apoyaban al régimen del Presidente de arriba y adelante.
Acababa de ocurrir la represión del 10 de junio de 1971. Había dos interpretaciones del suceso: que los Halcones habían sido enviados por Echeverría para culpar a la vieja guardia del PRI y que la responsable había sido ésta, para humillar al mandatario.
En su texto “Octavio Paz y Carlos Fuentes: el dilema Echeverría” (Letras Libres, marzo de 2017), Guillermo Sheridan recuerda que algunos intelectuales, marcadamente Carlos Fuentes y Fernando Benítez, compraron la segunda versión.
“Benítez dijo que había que elegir entre ‘Echeverría y el fascismo’; Fuentes dijo que sería un ‘crimen histórico’ darle la espalda al presidente asediado por el imperialismo y la derecha priista”, escribe Sheridan. “Gabriel Zaid le respondió con una sola línea que la revista Siempre! se negó a publicar: ‘el único criminal histórico es Luis Echeverría’)”.
Sheridan apunta que Paz decidió sujetar su juicio sobre la matanza del Jueves de Corpus al resultado de las investigaciones ‒y, luego de unas semanas, incumplida la promesa presidencial de “caiga quien caiga”, reiteró su crítica‒, mientras que Fuentes prefirió “seguir creyendo” en Echeverría, al insistir que era esencial apoyar al ala izquierda del PRI y apoyar al Presidente para poner “en orden” al país.
Hoy, en México, comienzan a aparecer algunas voces que ‒en el tono de “Echeverría o el fascismo”‒ advierten que si la 4T no tiene éxito, el camino que seguiremos será como el de Brasil, donde el gobierno del Partido dos Trabalhadores fue sucedido por el de Jair Bolsonaro.
La Cuarta Transformación o el bolsonarismo es el falso dilema que buscan recetarnos. Para apoyar su predicción, citan la delincuencia fuera de control y el continuo enfrentamiento de las fuerzas políticas. Argumentan que existe el riesgo de que la gente acabe harta y quiera solucionar la inseguridad y el borlote con mano dura.
No creo en el México binario que dibujan. Por suerte, no estamos condenados a escoger entre esas opciones.
Hay un camino alterno y es el mismo de siempre. Nunca lo hemos terminado de recorrer por esa pésima costumbre de pensar que la solución a nuestros problemas depende de un solo hombre. Una costumbre que ha llevado a poner al Presidente entrante en un pedestal sólo para terminar derribándolo al final del sexenio.
Esa ruta desdeñada es la de la construcción de instituciones, la estricta aplicación de la ley, el equilibrio de derechos y obligaciones, la educación como palanca de desarrollo, la innovación como norte del desarrollo económico, la competencia sin favoritismos y la democratización del acceso al libre mercado.
Los tibios avances que habíamos logrado están casi todos en retroceso: la mayoría legislativa, a las órdenes de Palacio; la Suprema Corte y el Tribunal Electoral, cooptados por el Ejecutivo; órganos reguladores, convertidos en oficialías de partes; los derechos de los consumidores, al servicio de la ideología en el gobierno; los fondos que garantizaban la continuidad de actividades como la investigación científica, en proceso de dilapidación para financiar los proyectos consentidos y el clientelismo electoral; los medios, cuya labor es la vigilancia del desempeño de la autoridad y el impulso del debate público, satanizados desde el poder…
En algo concuerdo con los azuzadores del miedo de caer en manos de un Bolsonaro mexicano: si continúa la actual ruta de concentración del poder y desmantelamiento de instituciones, el autoritarismo se va a enseñorear. En lo que no creo, es en su propuesta de rendir nuestra voluntad con el pretexto de salvarnos de la dictadura. Porque ese es, justamente, el campo fértil para que ella surja.
BUSCAPIÉS
Hay un espacio más allá de los que ocupan los simpatizantes y adversarios del Presidente. Un espacio en el que aún se puede y se debe ejercer la crítica. Ése es el espacio del periodismo. Hay que ocuparlo y hay que defenderlo.