Por Fernando de las Fuentes
Así de importante
La variedad en la unidad es la ley suprema del universo
Isaac Newton
“Un poeta dijo una vez: el universo entero está en una copa de vino”. Ya nadie se acuerda del poeta, pero sí de Richard Feynman, el científico que aludió a esto en una de sus conferencias, para ilustrar cómo es el universo.
Una de las mentes más brillantes del planeta, Feynman ganó el Premio Nobel de Física por su teoría que describe las interacciones electromagnéticas entre partículas elementales.
En aquella ocasión explicó: “Están las cosas de la física: el líquido que forma remolinos y se evapora en función del viento y del tiempo, los reflejos en el vidrio, y nuestra imaginación añade los átomos. El vidrio es una destilación de las rocas de la Tierra, y en su composición encontramos los secretos de la edad del universo y la evolución de las estrellas. ¿Qué compuestos químicos hallamos en el vino? ¿Cómo se han formado? Tenemos los fermentos, las enzimas, los sustratos, los productos. Y aquí encontramos la gran generalización: toda la vida es fermentación… Si, por alguna razón, nuestras mentes diminutas dividen esta copa de vino, este universo, en partes —física, biología, geología, astronomía, psicología, etc.— ¡recordemos que la naturaleza nada sabe de ello! O sea que recompongámoslo todo de nuevo y no nos olvidemos de la razón de ser del vino. Permitámonos un último placer: ¡bebamos y olvidémoslo todo!”.
Una parábola que contiene una gran verdad en dos vertientes: espiritual y científicamente el universo es una unidad. Por tanto, y esta es otra gran verdad derivada, todo está interconectado e interactúa a niveles que ni siquiera podemos imaginar.
De ahí la teoría del “efecto mariposa”, según la cual, si en un sistema se produce una pequeña perturbación inicial, mediante un proceso de amplificación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo, tesis científica nombrada de esa manera por su paralelismo con el viejo proverbio chino, de un significado profundo, que dice: “el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.
Para la física cuántica, las divisiones de la vida son artificiales, producto de la mente humana; para el budismo, entre otras creencias de carácter filosófico-espiritual, todo lo que existe es una sola cosa; para la Cábala, la individualidad, es decir, la separatividad respecto del todo, es solo una ilusión.
A estas dos verdades, llamadas también leyes del universo: la materia es indivisible y, por tanto, todo está interconectado e interactúa, se añade otra reflexión a la que necesariamente se llega, y que constituye además otro de los nuevos descubrimientos de la ciencia más avanzada: aquello que pasa en la materia, pasa antes de que ésta se forme, a nivel de, llamémosle conciencia, espiritualmente hablando, o materia oscura, en física de partículas. Esto se traduce en
En física cuántica esto implica que el universo está organizado en patrones que se repiten constantemente. Hermes Trismegisto lo dijo así: “como es arriba es abajo”. Es por eso que cada uno de nosotros es un microcosmos.
Se sabe hoy, científicamente, que el universo entero es una red neuronal. Es fácil deducir que nuestras propias redes neuronales son réplicas y partes de aquella, y que, si todo está conectado e interactúa, cada cosa que pensamos, creemos y hacemos tiene un impacto inefable.
Si a pesar de saber esto, persistimos en encerrar nuestra conciencia en pequeños mundos, en los que no nos importan nuestros semejantes, ni otras especies ni el planeta, en general; en los que no nos preguntamos por las consecuencias de nuestros actos para no hacernos responsables de ellos, evidentemente estamos poniéndonos la soga al cuello.
Tarde o temprano, como ya lo estamos comprobando ahora, ponemos en riesgo a la especie, su hábitat y seguramente a otras formas de vida y de conciencia más allá de nuestro planeta, llámeles como les quiera llamar.
Así de importante es ponerse un cubrebocas.