Por Leo Zuckermann
El Presidente y la corrupción en el Ejército
La detención en Estados Unidos del general Salva-dor Cienfuegos es un golpe muy duro para el Ejército y el Presidente. Estamos hablando de quien fue el secretario de la Defensa Nacional durante el sexenio pasado, ahora acusado de tres delitos de narcotráfico y uno de lavado de dinero. (Cienfuegos es inocente hasta que no se le compruebe lo contrario. Su juicio apenas comienza. Será muy importante ver la calidad de las pruebas de la fiscalía).
El arresto del general es, sin embargo, un duro golpe para el Ejército. Demuestra que los soldados también son de carne y hueso, que tienen tentaciones muy mundanas como el gusto por el dinero fácil. En un país donde impera la corrupción, ellos también se corrompen. Sobre todo si se sienten impunes, como lo son en México, pero no en EU.
De acuerdo con las encuestas, las Fuerzas Armadas son la institución más respetada por los mexicanos. Su jefe durante seis años está hoy acusado de narcotráfico y lavado de dinero. Por más operaciones de control de daños que implementen, la imagen del Ejército se ensuciará.
Pero lo de Cienfuegos es también un golpe para López Obrador, aunque estemos hablando del que fue titular de la Sedena durante el gobierno de Peña.
Y es que las Fuerzas Armadas se han convertido en el principal pilar institucional de Andrés Manuel López Obrador.
Nunca, en la historia reciente, se le han conferido tantas facultades y labores al Ejército como en el sexenio actual. Aparte de estar a cargo de la seguridad nacional y la atención a la población por desastres naturales, AMLO les ha encargado de lleno la seguridad pública con la Guardia Nacional. Reformó la Constitución para darles a los militares lo que querían desde el sexenio de Calderón: control total y legal. Pero, además, les ha ordenado la construcción del nuevo aeropuerto de Santa Lucía (que también administrarán), del aeropuerto de Tulum, de los bancos del Bienestar y de tramos del Tren Maya. Son los que distribuyen las gasolinas, los libros de texto y las medicinas. También ya les dieron el control de los puertos y las aduanas del país.
El Presidente ha justificado la creciente intervención militar por su disciplina, eficacia y honestidad. Bueno, pues resulta que no eran tan honestos que digamos. O eso dicen los estadunidenses.
La detención del exsecretario de la Defensa Nacional es una papa caliente para el Presidente. Por un lado, tiene que defender al Ejército y muchos de los mandos actuales que sirvieron el sexenio pasado y son, hoy, parte de su gobierno. Por el otro, no puede justificar un presunto acto de corrupción del tamaño del que se acusa a Cienfuegos.
Lo cual nos lleva a otro problema para el Presidente: la buena y fluida relación que al parecer tenía con el gobierno de Estados Unidos. Puede ser que así sea con el presidente Trump, pero no con instituciones que tienen sus propios intereses, como la DEA y el Departamento de Justicia. Son ellos los que están acusando a Cienfuegos. Y son ellos los que han puesto en un aprieto al Presidente mexicano y uno de sus principales aliados: el Ejército.
Por sus primeras declaraciones, es evidente que el presidente López Obrador no está sabiendo qué decir. No está fácil echar a andar un discurso antiyanqui de no intervención en los asuntos internos sin que haya reacciones adversas del otro lado del Río Bravo.
Un tercer problema para Andrés Manuel López Obrador es cómo justificar su veredicto de culpable para García Luna, quien también está siendo enjuiciado en Estados Unidos, pero, al mismo tiempo, pedir no hacer juicios adelantados con Cienfuegos. El doble rasero es evidente para el Presidente. García Luna es un rufián que demuestra la corrupción del gobierno de Calderón. Pero Cienfuegos, como es del Ejército y muchos de los mandos actuales trabajan ahora para él, es inocente hasta que no se le compruebe lo contrario.
Finalmente, al Presidente se le abre otro problema por Cienfuegos. Desde que ganó, viene destruyendo instituciones so pretexto de que eran corruptas en los gobiernos pasados.