Por Jorge Fernández Menéndez
A favor, cabrones
Soberbia, grosera con sus colegas de la oposición, la senadora de Morena, Lucía Trasviña declamó el miércoles pasado su voto a favor de la desaparición de los fideicomisos: “a favor, cabrones”, gritó y le pasó el micrófono (que la oposición había solicitado que no se usara) al senador Joel Molina Martel. La sesión había sido un desastre y en la vieja sede de Xicoténcatl no cabían los senadores ni sus ayudantes ni los asistentes legislativos en una sesión que duraba desde el día anterior y que no se había podido realizar en la sede del senado por las protestas de quienes demandaban que se mantuvieran los fideicomisos para ciencias, cultura, deportes, entre muchos otros.
Pero la orden para Morena y sus partidos aliados era clara: tenía que salir la enmienda completa y sin excepciones y tenía que salir ese día. Entonces, vulnerando cualquier medida de seguridad sanitaria, estuvieron trabajando diputados y senadores para sacar adelante una de las iniciativas legislativas más impopulares de este sexenio.
El senador Molina ya tenía que estar contagiado para la hora en que Trasviña le pasó el micrófono. Horas después requirió atención médica, el jueves fue internado, el sábado alcanzó a felicitar por tuit a Mario Delgado por su triunfo en la encuesta de Morena y el domingo falleció por covid-19. Otros diputados y senadores se contagiaron también en las sesiones sobre los fideicomisos y la miscelánea, entre ellos el propio Mario Delgado.
Se terminó pagando con vidas y contagios aquella decisión legislativa, pero se sacó como la querían en Palacio Nacional, sin cambiarle ni una sola coma, aunque en el camino hubiera que exhibir “otros datos” que eran mentiras lisas y llanas, como la transferencia de 41 mil millones de pesos de un fideicomiso de Conacyt a empresas privadas. Son recursos que desde 2009 se distribuyeron vía el Programa de Estímulos a la Innovación, que nada tiene que ver con un fideicomiso. Es un programa que tiene reglas y procedimientos estrictos y establecidos por ley, con un comité técnico donde participan varias secretarías de Estado. Nada tiene que ver con corrupción o abusos, sino con innovación y competitividad.
No existe una exhibición de ejercicio de poder en estos meses más clarificadora que la sucedida la semana pasada. Se opera en la economía siguiendo lineamientos que buscan centralizar y controlar el gasto a costa de lo que sea, se le exige al legislativo que a un costo político enorme saque las iniciativas sin cambiarles ni una línea, se ignora a las oposiciones, en la cámara y en la calle, se hace sesionar al congreso en condiciones evidentemente inviables en época de emergencia sanitaria, al tiempo que ante la pandemia la línea es que no hay línea, y las normas sanitarias lucen por su ausencia. Que alguien le diga a la familia del senador Molina que ese “a favor, cabrones” valía tanto como para pagarlo con la vida.
Horas más tarde, la Secretaría de Salud, como es casi una tradición desde que comenzó la emergencia sanitaria, volvió a cantinflear con los datos: dio un número de fallecidos, casi 89 mil, dice que existen otras decenas de miles que no están contabilizados porque no se sabe si fallecieron de covid. Esa cifra se debe multiplicar y el hecho es que los muertos, entonces, oscilan entre 90 y 230 mil.
En una reunión del consejo consultivo de BBVA, un penal integrado por el doctor Guillermo Torre, rector del Tecnológico de Monterrey en el área Salud, el doctor Francisco Moreno, del Centro Médico ABC, y Ernesto Rimoch, de laboratorios Liomont, analiza lo actuado y las conclusiones dejan muy mal a López-Gatell y su equipo: la pandemia no está controlada, por ende, en México no hay un rebrote, porque nunca han dejado de crecer los contagios. La mortalidad por habitante de México es de las más altas del mundo (ver reportaje especial sobre covid global de la semana pasada en Financial Times). Seguimos siendo, y cada vez más ostensiblemente, de los países que menos pruebas hacemos. La mortalidad de contagiados ingresados al IMSS es altísima, de 43 por ciento, mientras que en hospitales privados es de 15 por ciento y en los hospitales operados por Sedena de 12 por ciento. Hay camas porque la gente no muere en los hospitales públicos o lo hace, como ocurrió con el senador Molina, poco después de llegar. Somos, además, de los países con mayor porcentaje de fallecidos entre personal laborando en hospitales.
Como todavía no hay vacunas ni cura, las medidas de prevención siguen siendo claves: uso de cubrebocas, de sana distancia, lavado frecuente de manos y evitar alta concentración de personas. Todo lo que no se hizo en el congreso, para sacar, a como diera lugar, una iniciativa presidencial.