Por Pablo Hiriart
Fin de la aventura populista en Estados Unidos
MIAMI, Fl.- La ola mundial del populismo tuvo un fuerte revés al norte del Río Bravo.
Aunque duros de roer, sus más poderosos exponentes, como Donald Trump, no son invencibles.
Sí se pudo.
Lo hizo una coalición variopinta y espontánea de fuerzas que se formó al amparo del horror del trumpismo.
En ella participaron desde fuerzas progresistas, conservadoras, generales en retiro, feministas, exsecretarios de la Defensa, republicanos del Proyecto Lincoln, de izquierda y derecha, negros pobres sin un peso de patrimonio, hasta multimillonarios y artistas del jet set.
No los unió el amor, sino el espanto, diría Jorge Luis Borges.
Se acabó la era Trump. Efímera, aunque tóxica como pocas.
Fuera, dijo la mayoría.
Cierto, la herida causada por el trumpismo no se va a reparar en el corto ni el mediano plazo. Fue demasiado honda y con múltiples trayectorias, como una cornada al pecho de esta nación.
Cuatro años más habrían sido trágicos, pues la ruptura interna sería irreversible.
Los días siguientes a la elección, Donald Trump los destinó a esparcir noticias falsas con mentiras inventadas por él, como la existencia de un fraude que nadie ha visto.
Sus esperanzas de descarrilar los comicios por la fuerza se apagan a medida que se cuentan todos los votos.
Como los conspiradores en Los relámpagos de agosto, Trump sigue esperando un ejército de alzados en armas que no ha llegado y, por lo visto, no llegará.
Fue una hazaña vencer a la maquinaria de la presidencia que usó las más poderosas redes de la historia para desinformar a la población, y buena parte le creyó ciegamente.
Desde la sala de prensa de la Casa Blanca se atacó a científicos, medios de comunicación, periodistas, legisladores, expresidentes, artistas, deportistas, migrantes…
Y sin embargo, Trump perdió.
No aceptó la derrota y agitó con rabia la descalificación de los comicios, para que la Corte decida.
El “derecho al pataleo” lo convirtió en un asalto a la democracia.
Su hijo Donald Jr. exhortó al presidente a que vaya “a la guerra total por las elecciones”.
Desde la Casa Blanca salieron las bengalas cibernéticas que llamaban a los votantes de Trump y grupos radicales a la acción contra un fraude inexistente.
QAnon y los trolls de la presidencia difundieron el hashtag #StoptheSteal, frenar el robo.
De acuerdo con una investigación de The Washington Post, ese llamado salió de la cuenta de Twitter de Eric Trump, que luego lo borró, pero los algoritmos ya lo habían hecho viral.
Ahí el hijo del presidente le preguntaba al Departamento de Justicia y al FBI por qué no estaban tomando medidas para “detener el fraude”.
Subió a redes un video en donde aparecía la quema de boletas en favor de su padre. Autoridades de la ciudad, Virginia Beach, dijeron que no eran boletas reales. Twitter bajó las imágenes. El mensaje provenía de la cuenta de un usuario conectado a una red de trolls, y fue suspendido.
Donald, el hijo mayor del presidente, acusó a los líderes republicanos en redes sociales, es decir urbi et orbi, de que “se acobardaron ante la mafia de los medios”.
Al caer el número mágico de 270 delegados en favor de Biden, el presidente Trump comenzó a perder aire.
Perdió en votos electorales y perdió el voto popular por más de cuatro millones.
Así, ¿qué alega?
Su camino hacia la Corte para que sus ministros aliados definan, se ve cuesta arriba por falta de sustancia.
Los republicanos empujan, por ahora, en esa dirección, pero se irán desmarcando en los siguientes días y no irán muy lejos, más que en la profundización del odio.
Trump no puede llegar al 20 de enero en el cargo.
No le va a entregar el poder a quien se “robó las elecciones”, en la ceremonia del 20 se enero en Washington.
Tal vez se vaya del país, como dijo hace unas semanas.
O se retire a su casa de descanso en Mara-Lago, aquí en Florida, a preparar su defensa, ya no política, sino jurídica.
Al cierre de esta etapa de la cobertura, retomo las notas que apunté de un editorial de The New Yotk Times:
Trump “ha enfrentado a los estadounidenses entre sí… Es implacable en la denigración de sus oponentes y reacio a condenar la violencia de aquellos que considera aliados. Ha socavado la fe en el gobierno como vehículo para mediar diferencias. Exige lealtad absoluta a los funcionarios del gobierno. Desprecia abiertamente la experiencia. Y ha montado un asalto al Estado de derecho, ejerciendo su autoridad para afianzar su poder y castigar a los oponentes políticos”.
Se acabó. Traumático, con secuelas tan nocivas como la división, el odio, la discordia y la muerte de decenas o cientos de miles de personas que hoy estarían vivas si el presidente hubiera dejado actuar a la ciencia antes que a la política.
Punto final a la aventura populista en Estados Unidos.
Una mayoría de ciudadanos de este país pudo hacerlo. Por la vía pacífica, la del voto.
Y la unión de contrarios por una causa superior.