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domingo 22 de diciembre de 2024

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De la fuerza al arrebato: ¿cómo funciona la pasión?

De la fuerza al arrebato: ¿cómo funciona la pasión?

Hace muchos años, cuando trabajaba en un Geriátrico, Gabriel Rolón (Buenos Aires, 1961) vivió una experiencia que no ha podido olvidar hasta hoy.

Una mujer de 95 años agonizaba en su cama. Sentado a su lado, el psicoanalista sostenía su mano entre las suyas en silencio. La anciana giró la cabeza para hablar.

-¿Quiere decir algo?, le preguntó Gabriel.

Mirándolo a los ojos murmuró: ¿Esto fue todo?

Sus palabras golpearon al terapeuta. Sintió la carga que llevaban.

Ese momento trascendental en su vida, lo narra Rolón en el libro El precio de la pasión (Paidós). Para él, hoy no hay duda: una vida desapasionada es una semivida.

El también escritor, músico y actor aborda en su libro a la pasión desde su experiencia como terapeuta, la literatura, el cine, la filosofía y las mitologías. La pasión, explica, es esa energía que nos impulsa hacia un ideal, un amor, una vocación…

«Quise abordar cómo funciona la pasión, qué pasa con esta experiencia que nos desborda, que nos extralimita, esta llama roja que decía Octavio Paz, que a veces nos hace jugar para el lado de los celos, de la posesión, que a veces nos lleva a la desmesura en actitudes que pueden lastimarnos», dice en entrevista.

«Esta doble vertiente de la pasión es la que yo quise trabajar: por un lado es una fuerza que nos permite ponernos de pie, tras atravesar momentos muy difíciles, y por otro lado, puede llevar a que alguien en un arrebato pasional, le dé 30 puñaladas a una persona».

Ha escuchado a sus pacientes en el consultorio reconocer: «yo no vivo, sobrevivo». Una vía para existir plenamente, señala, es construir una vida que tenga un sentido ante un universo injusto.

«Venimos, nacemos, no tenemos elección posible, nos vamos a morir –y también la gente que amamos morirá–, nos abandonan, a veces amamos a alguien que ama a otra persona, vivimos desengaños y lo único que nos mantiene con un rumbo que tenga sentido es la pasión», reflexiona.

¿Qué nos hace enamorarnos de una persona en específico?

Estamos buscando un rasgo, de nuestros padres o de quien haya cumplido esa función, alguien pudo ser criado por sus abuelos, o esa figura puede ser un hermano mayor o un mentor, pero siempre hay alguien.

Piensa que cuando llegamos al mundo estamos muy desprovistos y si no es porque alguien nos acoge, no podríamos subsistir, un bebé no puede sobrevivir solo. Necesita alguien que lo bañe, que lo cuide, que lo alimente, por muchos años va a necesitar eso. Generamos una relación de dependencia con esas personas que nos cuidan, que nos aman, e incorporamos de ellos algún rasgo, y amamos ese rasgo.

El problema es que a veces ese rasgo es bueno y a veces no lo es. A lo mejor has tenido un padre violento y entonces incorporas un rasgo violento como un rasgo de amor.

No es casualidad que muchas personas se enamoren de alguien que no las trate bien, con indiferencia, con violencia, y repiten y repiten siempre lo mismo.

Otros en cambio buscarán una mirada tierna, un abrazo amoroso, es decir, que de aquellos que fueron nuestros primeros amores, inconscientemente elegimos un rasgo, puede ser una mirada, una voz, una actitud, una manera del carácter, inconscientemente queda eso como rasgo de amor y es el rasgo de amor que le vamos a exigir a cualquier persona para amarla.

Cuando es un amor patológico, no estamos condenados a repetir irremediablemente estos patrones…

Claro, claro. Octavio Paz decía que el amor era producto de una fuerza que no podías elegir y de una elección que uno sí podía tomar. Uno no puede elegir quién le gusta, pero sí puede elegir si se queda con esa persona. Entonces, esa mezcla entre predestinación y libertad es muy interesante. No puedo evitar que me guste tal persona, pero puedo elegir no quedarme con esa persona si me hace mal.

¿El amor está basado en la carencia, nos atrae lo que sentimos que no tenemos?

El amor nos impulsa todo el tiempo con lo que no tenemos. Vivimos en una sociedad, sobre todo en estos lugares occidentales, que nos impulsa al consumo y al deseo permanente.

Para que esa maquinaria funcione, es necesario que esté activo lo que deseamos basado en lo que no tenemos porque si no, no estaríamos obsesionados con tener una cámara mejor, un teléfono mejor. Y cuando tenemos algo, nos damos cuenta que eso no colma todas nuestras faltas, y ya vendrá algo más que será la oferta.

Quien va desesperadamente de una carencia a otra, sí o sí se está condenando al dolor eterno. Aunque el deseo siempre nacerá de algo que nos falte, cada tanto debemos darnos la oportunidad de descansar un momento en lo que sí tenemos y no perseguir siempre lo que nos falta.

A este amor basado en la carencia lo llamaría deseo y después está la posibilidad de construir una relación de amor. Los griegos, al amor basado en la carencia le llamaron eros y hay un amor que es philia, el que tiene la posibilidad de disfrutar eso que se tiene.

Dices en el libro que no todos los amores merecen ser vividos, ¿cuál es el límite?

El límite es el sufrimiento y la dignidad. Cuando el otro exige, como precio por su amor, que pagues con tu amor propio, ya se ha cruzado un límite.

Cuando te piden que renuncies a toda tu vida por él, que no estudies, que no trabajes, que no te vistas de tal o cual manera, que no pienses de tal o cual manera, que seas sumiso, que no te veas con tu familia, todos esos amores que exigen la renuncia a tu amor propio no valen la pena.

El precio del amor no puede ser eso. El amor tiene un costo, pero un costo que uno esté dispuesto a pagar. Si te está costando la dignidad, eso es irrenunciable. Yo diría que el límite es el sufrimiento y la dignidad.

Doler, duelen todos los amores un poco, pero el sufrimiento es cuando ese dolor es permanente. Entonces, si para estar con alguien, el precio que yo pago es el sufrimiento todos los días también me parece que es un precio demasiado alto.
Del enamoramiento al amor
El enamoramiento es un momento maravilloso… y engañoso, advierte Rolón.

Es un momento plagado de percepciones falsas. El psicoanalista explica: uno tiene la sensación de que está completo, de que ha descubierto a la persona en el mundo que lo va a hacer feliz, que a esa persona no le hace falta nada, que es más buena de lo que es, que es más bella de lo que es, y más aún: nos gustan cosas de esa persona que dentro de un tiempo vamos a aborrecer.

«Es un momento de percepciones fantaseadas. Conoces a alguien y dices: que personalidad tan fuerte, qué bárbara, y al año estás diciendo: qué mal carácter, ante las mismas actitudes».

Cuando llega la desilusión, nos damos cuenta de que el otro no es tan perfecto, y ahí empezará el largo camino de construir un amor.

«El enamoramiento no cuesta nada. El amor es el que cuesta: amar es ceder, consensuar, es hacer pactos compartidos, reconocer lo que del otro no me gusta, negociar los desacuerdos, el amor es un camino mucho más complejo, pero más real», concluye Rolón.

Gabriel Rolón tiene una visión controvertida de la esperanza. Basado en André Comte-Sponville, filósofo francés, autor de La felicidad desesperadamente, propone desidealizarla.

«Nos hablan de la esperanza como si fuera algo bueno siempre. ‘Hay que tener esperanza’, nos dicen, y la esperanza es un estado del ánimo muy peligroso porque tiene que ver con el deseo de algo que no tengo o esperanza de cumplir algo que no tengo, por ejemplo: yo tengo esperanza de que mi hijo salga bien en un examen o de que mi madre salga de terapia intensiva o que tal persona me diga que me quiere, es decir, son cosas que no tengo y, por ende, no puedo disfrutar. Es desear sin disfrutar.

«Por otro lado, es desear sin saber, porque yo no sé si esa persona me va a querer o si mi hijo va a salir bien en el examen. Además, es desear sin poder, porque yo no puedo hacer nada para que esa persona me ame, para que mi madre salga del sanatorio o para que mi hijo salga bien del examen. Entonces, tener esperanza es desear sin saber, sin tener y sin poder y ¿quién tiene ganas de estar en una situación en la que está ignorante, impotente y frustrado?».

Esas son las tres emociones que rodean a la esperanza, explica el terapeuta argentino. Y agrega: la esperanza nos detiene a la espera de lo que otros puedan hacer. Hay casos, como la esperanza de que alguien descubra la vacuna del Covid, en que no tenemos de otra, pero en la vida es preferible estar deseante y actuando y no esperanzado.

«El que está esperanzado está detenido a la espera de que otro le traiga lo que desea, y el que está deseante se pone en movimiento hacia lo que quiere. Yo como psicoanalista estoy a favor de todo lo que signifique hacerse cargo del propio destino, y es el deseo lo que te permite apropiarte del propio deseo y buscar lo que quieres.

«Suele decirse que si tú deseas mucho algo, lo atraes. Eso es mentira. Cuando deseas algo, no lo atraes, te pones en movimiento hacia lo que deseas y es más probable que lo consigas, no porque lo atrajiste. Trabajaste mucho y te pusiste en movimiento para conseguir lo que querías. Yo entre la esperanza y el deseo no tengo dudas: elijo el deseo que me moviliza».

«Si lo que me enamora es un rasgo de ternura, yo puedo transitar tranquilo por la vida, con amor. Ahora, si lo que me enamora es un rasgo de indiferencia, de violencia, ahí es donde debo trabajar, a veces hacer una terapia, o lo que fuere, para cambiar ese rasgo que me enamora».

«Suele decirse que si tu deseas mucho algo, lo atraes. Eso es mentira. Cuando deseas algo, no lo atraes, te pones en movimiento hacia lo que deseas y es más probable que lo consigas».

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