CIUDAD DE MÉXICO.- Recientemente hubo un gran revuelo en la prensa mexicana ya que el número «oficial» de fallecidos por Covid en México rebasó la cifra de 100 mil personas. Esto en realidad es ilógico, ya que la misma Secretaría de Salud junto con el Centro Nacional de Programas Preventivos y Control de Enfermedades (CENAPRECE), así como el INEGI, ya habían reportado a fines de octubre un exceso de 193,170 decesos en el país hasta fines de septiembre.
Esa cifra se obtuvo comparando el número de actas de defunción en años anteriores, hasta esa fecha, con las actas de defunción que se han emitido en 2020. Es lo que se llama el «exceso de fallecimientos», un estimador mucho más confiable de la mortalidad debida al Covid-19 que los datos supuestamente «oficiales» de decesos por el virus, es decir aquellos 100 mil recientemente reportados.
¿Por qué hay dos diferentes datos de mortalidad? El problema es que para la Secretaría de Salud un deceso no cuenta como muerte por Covid-19 si no se le aplicó la prueba para detectar al virus al fallecido.
El acta de defunción puede mencionar todos los síntomas del Covid-19, e incluso la opinión del médico que firma el acta puede ser que la persona murió por esa causa, pero si no se le aplicó la prueba en un hospital, el deceso no entra en la base de datos. Así que tenemos dos países, por decirlo así. Por un lado, el país de la Secretaría de Salud, donde se muere un cierto número de personas con prueba de Covid-19. Y por otro lado tenemos el mundo real, en el que el número de decesos es 2.5 veces mayor que la cifra «oficial».
Es importante hacer notar que el exceso de muertes de 193,170 personas hasta fines de septiembre era un número incompleto, ya que varios estados de la república no habían reportado todas sus estadísticas. Se trata esencialmente de Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Puebla, Sinaloa, Tabasco, Tlaxcala y Yucatán. Puebla también tiene un retraso. Esos estados reúnen el 25% de la población de la República, y por eso habrá ajustes todavía en el exceso de decesos reportados para fines de septiembre.
La curva de barras mostrada en la gráfica que se publica junto a este texto resume los datos obtenidos del exceso de actas de defunción y también los decesos «oficiales» reportados por la Secretaría de Salud. Las barras azules muestran la evolución de los decesos por semana (con prueba Covid) desde que comenzó la epidemia y hasta la semana 45, a principios de noviembre. Las seis últimas semanas han sido corregidas estadísticamente para tomar en cuenta el retraso en la captura de datos (usando el método de nowcasting). Se puede ver que el país entró en una meseta de decesos, pero que desde noviembre hay un repunte de la epidemia. Los datos de exceso de actas de defunción se muestran con barras rojos. Son los números reportados por SSa/CENAPRECE/INEGI hasta la semana 39. Esos datos serán corregidos en las semanas posteriores, cuando los estados cuyos reportes estaban incompletos hasta fines de septiembre los proporcionen.
Las barras verdes muestran un cálculo estadístico de los ajustes esperados y además una proyección como serie de tiempo de los decesos excedentes que habría que esperar hasta que terminé este año. La estimación en su conjunto arroja que es muy probable que el exceso de actas de defunción hasta fines de diciembre alcance 280 mil personas. Este cálculo ha sido publicado como reporte técnico. La evolución de la curva, sin embargo, depende altamente del comportamiento social en las semanas que vienen.
Quizás a algunos este cálculo estadístico les podría parecer exagerado, por el elevado número que produce, pero habría que mencionarle al lector que hasta ahora los cálculos de decesos excedentes que he presentado en las páginas de EL UNIVERSAL han tenido muy poco margen de error, como he podido confirmar en las semanas posteriores a la publicación, una vez que los datos pertinentes se fueron emitiendo con mucho retraso.
El error en mis cálculos ha sido hasta ahora de 7%, que es un error sustancialmente menor al 150% de error que contienen los datos de decesos «oficiales» por Covid de la SSa. Si había que haberse escandalizado por alcanzar los 100 mil decesos por Covid (y daños colaterales) eso debería haber ocurrido ya el 30 de junio pasado, cuando el exceso de actas de defunción respecto al pasado reciente alcanzó esa cifra, en tan solo tres meses de epidemia.
Lo que me lleva a una observación sobre todo este problema. Leyendo la prensa mexicana parecería que ya hay verdadero agotamiento por el tema. Aunque los datos de exceso de actas de defunción han estado disponibles durante meses, nadie los toma en cuenta y los dos mundos paralelos, el de la SSa y la realidad, evolucionan por separado.
En el mundo SSa todo esto ha sido un enorme éxito. A pesar que el pico de contagios anunciado para el 7 de mayo no se dio, a pesar de que la epidemia no terminó el 25 de junio, como anunció el doctor López-Gatell en abril, a pesar de que la curva ya estaba «domada» en mayo, a pesar de que en abril se pronosticaron solo 6,000 decesos totales, a pesar de que nada de eso ocurrió, se dice con cara muy seria que «México le está dando un ejemplo al mundo». Si el ejemplo consiste en ocultar la dimensión del problema, así es, México es líder, como ya mostró el New York Times con su tabla de subregistro mundial de decesos por Covid, en donde nuestro país es el puntero en números absolutos, y por mucho.
¿Por qué esa negativa a mirar la realidad de frente? Quizás porque los gobiernos populistas han minimizado los efectos del Covid-19 en todo el mundo.
Un rasgo común de estos regímenes es que privilegian la agenda política, pasando por encima de las penurias impuestas por la epidemia, evidenciando una falta de empatía frente a las víctimas. El Covid-19 ha puesto en claro que las desigualdades sociales tienen desenlaces fatales para los más pobres y que, como dijo Boaventura de Sousa Santos en una entrevista para BBC Mundo, la pedagogía de la pandemia es muy cruel: «enseña matando». De manera que la conducción frívola del problema tiene resultados mortales y nos pone frente a un gran problema ético, el cual es precisamente el punto ciego del populismo.
Para los populistas latinos o norteamericanos, todas esas personas que tendrían que morir hasta alcanzar la inmunidad de rebaño no cuentan más que como huestes de una «gran causa». En México, en particular, está en curso uno de los más grandes experimentos mundiales para alcanzar la inmunidad del rebaño. Se dice: «Nos tocó vivir en estos tiempos interesantes, estamos en la cresta de una ola de transformación» y la crisis nos viene «como añillo al dedo».
La empatía con los caídos está tan ausente como en los generales de la antigüedad que podían exterminar ejércitos enemigos completos o ver a los suyos ser totalmente aniquilados. Napoleón sacrificó a 380,000 soldados en su campaña contra Rusia, pero eso no lo detuvo. Siguió jineteando la «cresta de la ola» hasta Waterloo.
Los sectores más pobres de la población, los trabajadores que viven al día en la informalidad y todos aquellos que no se pueden dar el lujo de una home office, son los soldados rasos de la gran transformación en curso. En la «economía moral» que ya disfrutamos, con sus decálogos y Detentes, una vida humana no pareciera valer nada. La violencia que sacude al país desde hace años sigue en aumento, con más de 40 mil muertos esperados en este 2020, y ha desensibilizado completamente a toda una nación.
Los momentos de crisis siempre revelan aspectos importantes de todos los actores sociales, y producen algo así como una radiografía en alto contraste de los gobernantes y de la sociedad. Es entonces cuando surgen héroes y se derrumban mitos con pies de barro. Esta dura prueba ha dejado al descubierto la fibra ética, o más bien su ausencia, en gobiernos populistas en todo el mundo.