Por Pascal Beltrán del Río
Libertad, ¿para contagiar?
El 22 de febrero pasado, el aventurero estadunidense Michael Hughes, apodado Mad Mike (el loco Mike), despegó en un cohete hechizo desde el desierto de California en un intento por probar que la Tierra no es redonda.
Hughes quería llegar a una altitud de mil 500 metros —es decir, la séptima parte de la que alcanza un avión comercial— y, desde ahí, tomar una fotografía de lo que, él juraba, es un disco plano.
Sin embargo, el paracaídas con el que Hughes pretendía regresar al suelo se desplegó en pleno lanzamiento y eso causó que el artefacto se estrellara pocos segundos después de emprender el vuelo.
Hay gente que llega a límites insospechados para contravenir lo que la ciencia ya ha establecido sin margen de error.
En ocasiones, esos esfuerzos son simpáticos, como los de un contador que me visitaba frecuentemente en la redacción de un medio en el que trabajé para convencerme de publicar un documento de su autoría que negaba, mediante supuestos cálculos matemáticos, la posibilidad de que el hombre hubiese llegado a la Luna.
Pero otras veces son trágicos, como lo sucedido a Hughes, quien murió al estrellarse su cohete. U otras proclamas negacionistas, como las de quienes se oponen a que sus hijos sean vacunados o, en estos tiempos de pandemia, quienes llaman a tomar dióxido de cloro para prevenir o curar el covid y quienes se resisten a usar el cubrebocas.
Lo peor es cuando quienes dicen cosas así son autoridades o representantes surgidos del voto popular, como Jonathan Ávalos, alcalde de Francisco I. Madero, Coahuila, municipio de la Comarca Lagunera, quien compró mil “dosis” del citado compuesto químico para entregarlas a los pacientes. O Gerardo Fernández Noroña, diputado federal por el Partido del Trabajo, quien se ha destacado como negacionista de la utilidad del cubrebocas y, hace unos días, provocó un desaguisado en una sesión presencial del Consejo General del INE por oponerse a acatar el protocolo de usar mascarilla.
Reconvenido por el consejero presidente Lorenzo Córdova, Fernández Noroña alegó que, al hablar, “consumo mucha energía” (sic), lo cual lo hace que tenga que tomar agua constantemente, y que no iba a permitir que lo amordazaran (sic). Ante el reiterado desacato, la sesión presencial debió ser suspendida para reanudarse en forma virtual.
Pero aún más grave que el acto protagonizado por el legislador fue una de las razones expuestas por él para no usar el cubrebocas. “El responsable del manejo de la pandemia a nivel nacional, Hugo López-Gatell, insiste en que el cubrebocas da una falsa sensación de seguridad y no evita el contagio”, dijo.
Y la cosa escaló aún más al día siguiente cuando, en la conferencia mañanera del viernes, le preguntaron a Andrés Manuel López Obrador sobre el incidente, ante lo que el Presidente —quien sólo usa cubrebocas en los aviones— respondió lo siguiente: “Mire, lo más importante es la libertad. Entonces, la gente tiene que decidir libremente y tenerle confianza a los mexicanos, porque siempre actúan con sabiduría, el pueblo es sabio”.
La utilidad del cubrebocas para prevenir el covid ha sido apoyada por una multitud de especialistas en campos científicos como la infectología y la física de los aerosoles. Hace ocho meses, con base en un estudio japonés, yo escribí en este mismo espacio que era imprescindible que todos usáramos cubrebocas. El exhorto fue recibido entonces con escepticismo por algunos, pero hoy está claro que el cubrebocas tiene la ventaja de reducir el número de las partículas respiratorias que todos expulsamos al hablar y también de limitar la carga viral que inhalamos en caso de encontrarnos frente a alguien contagiado.
No hay duda de la utilidad del cubrebocas. Quienes se resisten a usarlo o no se lo colocan correctamente provocan un riesgo de contagio no sólo para ellos mismos, sino también para los demás, pues es sabido que un porcentaje importante de personas no llega a presentar síntomas o para cuando los presenta ya tuvo la oportunidad de contagiar a otros.