Por Federico Reyes Heroles
Una palabra
Un día son 500, al otro 300 y después 650, como si seis aviones se estrellaran el mismo día, como si una bomba devastara decenas de casas y se llevara a la muerte barriadas enteras
Normalmente en esta entrega sugiero al lector libros, música, películas y demás alimentos para la recreación humana. Pero en el 2020 mi ánimo está quebrado para un ejercicio así. No puedo evitarlo, desde hace meses cuento muertos todos los días. México me duele.
Las cifras son frías, pero detrás de cada número hay una tragedia. Un día son 500, al otro 300 y después 650, como si seis aviones se estrellaran el mismo día, como si una bomba devastara decenas de casas y se llevara a la muerte barriadas enteras. La palabra pandemia se instaló en el mundo.
Una grave amenaza fuera de control. Al principio nada se sabía de cómo enfrentarla, la humanidad balbuceó sobre el origen y las posibles precauciones. Pero los científicos, instalados en un tour de force, encontraron las huellas del mortal visitante que traspasa fronteras, se lleva a ancianos y también enfermos cuyos padecimientos los acercan a la muerte.
El aprendizaje fue acelerado. Pero entonces, ¿cómo llamarlo para ser exactos y justos? La covid es un horror, pero no es una tragedia, pues no hay un destino escrito, una fatalidad invencible. Con rapidez, la ciencia advirtió sobre la transmisión y las precauciones más evidentes: cubrebocas, distanciamiento, aerosoles, no a las aglomeraciones. Países ricos lo hicieron muy mal y varios países pobres fueron exitosos.
El virus nos pone a prueba a todos: gobiernos y ciudadanos. Envalentonados frente a un reto espeluznante —la vida siempre es reto—, algunos lo decidieron: hagamos lo necesario y hagámoslo todos muy bien. Las voces sensatas han resonado desde el inicio: del director de la OMS a la canciller Merkel, que con sencillez y firmeza sugieren y exigen. Porque la solución está en todos y por ello la exigencia a la sociedad es válida.
La vida va primero. Pero el asunto se torció en México, también en la retorcida mente de Trump y en la de Bolsonaro, que ve cocodrilos en las vacunas. Lo primero fue la negación de los hechos, “la tenemos domada”. Después apareció la rebeldía: no al cubrebocas, contra todas las demostraciones científicas, afirmamos que da lo mismo, cada quien es libre de hacer lo que quiera. Así se quebró la posibilidad de que el gobierno fuera fuente de ejemplo y no de confusión. México se dividió, otra vez, el Presidente mofándose del cubrebocas y amparándose en los dichos del cinismo cantinflesco y sistemático de las 7 de la noche: del semáforo como faro de verdades a ser prescindible, “los muertos que se mueren”, las camas vacías con fallecimientos en aumento.
El horror, que no la tragedia, recibió del gobierno una respuesta irresponsable, chabacana, escapularios y sonrisitas que muestran la burla permanente hasta de la muerte. México tiene su propio camino para enfrentar al virus, nada tenemos que aprender del exterior. La OMS nos pide seriedad y los muertos siguen ascendiendo, pero mejor hablemos de la rifa del avión, eso sí es trascendente.
El dúo dinámico se da cuerda y lo que sube en realidad es planicie o incluso baja y lo que escasea, pues no escasea para el púlpito. Y aparece la expresión: muertes en exceso. No hay margen, son datos censales y simplemente no cuadran: 1.- los decesos esperables de acuerdo a todas tendencias; 2.- los muertos oficiales por covid; 3.- muchos otros, decenas o cientos de miles, que no caben. ¿Y ahora qué hacemos, cómo reaccionar? Si ante el horror hubieran actuado con sensatez —no es mucho pedir—, si hubieran acatado paso a paso las distintas medidas sugeridas poniendo el ejemplo, uno sentiría congoja por los difíciles momentos que le tocaron a la actual administración.
Pero es imposible tener ese sentimiento porque se burlaron de todos, de la OMS, de los servidores de la salud, de médicos notables y exsecretarios destacadísimos, no hicieron caso más que de su soberbia. Hasta la Iglesia católica supo coordinarse bien con las autoridades locales para frenar los riesgos de la pasión religiosa.
Una palabra, “exceso”, exige responsables.