Mario pasó la mayor parte de su infancia en una humilde casa ubicada en la calle Guerrero, en dónde su vida fue distinta a todos los niños debido a extrañas situaciones que ocurrían en la que él consideraba su hogar.
Sus padres tenían pocos meses de haberse divorciado y su madre había encontrado la casa perfecta y que podía pagar una renta mensual, debido a su accesible costo, por lo que se mudaron a la vivienda e intentaron comenzar nuevamente con sus vidas.
La primera noche, parecía ser normal pues debido al cansancio que pasaron ese día para acomodar todos sus muebles, ocasionaron que terminarán rendidos y al llegar la noche, no prestaron atención a extraños sucesos que les daban la bienvenida.
A la mañana siguiente, su madre salió de su casa y comenzó a buscar trabajo dejándolo en compañía de sus dos hermanas pequeñas, a quienes les dio la indicación de que cerraron la puerta y no dejaron que nadie entrara.
A pesar de ser verano y las altas temperaturas azotaban a Monclova, dentro de la casa construida con adobe, podía sentirse un frío invernal por la que pasaron la mayor parte del día en el enorme patio trasero, buscando cualquier objeto que les pudiera servir para jugar.
En varias ocasiones escucharon como la puerta principal era azotada y por su mente pasaba la idea de que su madre había regresado, por lo que corrían al interior y se llevan la sorpresa de que estaba todo en completa calma.
Su inocencia les impedía qué pudieran pensar en algún fenómeno paranormal y regresaban al patio para continuar con sus inocentes juegos, el cual finalizaban al caer la tarde y escuchar la voz de su madre que nos llamaba desde el interior.
El rostro de aquella mujer se observaba la fatiga y desesperación de un día difícil, pero eso no le impidió el entrar a la cocina y preparar los alimentos para que sus tres hijos pudieran cenar y posteriormente descansar.
Al encontrarse sentados en la mesa, Mario observaba atentamente el foco que se encontraba suspendido por un cable eléctrico, el cual se balanceaba por el techo y provocaba extrañas sombras con sus movimientos.
Su mirada cambio al ver en una de las paredes, la sombra de una mujer que aparentaba encontrarse colgada y su cuerpo se movía junto con el balanceo de la luz, por lo que rápidamente se lo hizo saber a su madre quién al voltear su mirada, no pudo observar dicha silueta, pues el foco se había apagado repentinamente, provocando gritos de horror entre las dos niñas, quienes no entendía lo que había ocurrido, pero volviendo a tranquilizarse cuando su madre de nueva cuenta prendió el foco y la terrorífica sombra había desaparecido.
La vida de la madre de Mario se volvió una rutina, pues desde temprana hora se levantaba a preparar alimentos para sus hijos y tras dejarlos en la mesa, se despedía para ir a su trabajo dando siempre la misma indicación de cerrar la puerta y no permitieran que nadie entrara.
Antes de oscurecer, la mujer regresaba a su hogar preparaba la cena y posteriormente salían a la banqueta de su casa para observar cómo la gente caminaba, considerándolo como una sana distracción, pero se sentían incómodos al ver como sus vecinos los observaban con sorpresa.
Cierta tarde, Doña Gloria se acercó hasta la madre de Mario y comenzó a entablar una conversación muy amena y conforme pasaban los minutos y sentían confianza, la vecina se atrevió a preguntarle si habían pasado cosas extrañas dentro de esa casa, pues cada noche observaban a la antigua dueña que abría la puerta y se perdía dentro de la vivienda, sin querer aclararles que ella había muerto hacía ya varios años y era su espíritu el que regresaba a su hogar.
A partir de ese día, la madre de Mario se mantenía en alerta tras escuchar extraño ruidos y desde una de las habitaciones, observaba una sombra que atravesaba la casa y se perdía en una de las esquinas de la cocina, en donde terminaba por desaparecer.
La sombra aparecía noche tras noche realizando el mismo recorrido, lo que provocó terror entre la familia de Mario y su madre, deseó hablar con la actual propietaria para tratar de averiguar qué era lo que ocurría, contándole detalladamente el recorrido que realizaba la mujer y el lugar exacto en donde su espíritu desaparecía.
La rentera únicamente se limitó a decir que la casa le había pertenecido a su tía, una mujer qué había acumulado una fortuna pero gracias a la avaricia de sus familiares, quienes lentamente le suministraban medicamento para volverla loca, decidió esconder todo ese dinero y hasta ese día, nadie sabía en dónde lo había ocultado, pues a los pocos meses, terminó por quitarse la vida colgándose en lo que en ese momento era la cocina.
La propietaria le pidió a la mamá Mario que abandonará la casa y extrañamente se ofreció a darle dinero para que buscara un nuevo hogar, por lo que la mujer no tuvo más remedio que salir de esa vivienda.
A los pocos días, la vivienda fue demolida en su totalidad y únicamente quedaron escombros los cuales fueron removidos por doña Gloria, quién fue en búsqueda de la familia de Mario para entrevistarse con su madre y entregarle una moneda de oro que había encontrado tirada entre los escombros.
La dueña de la casa al conocer el lugar exacto en donde se perdía el fantasma de su tía, busco la manera de que sus inquilinos abandonaran el hogar, demoliendo las paredes para encontrar aquella fortuna que por muchos años había permanecido escondida y que era cuidada por el fantasma de la mujer colgada.