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jueves 17 de julio de 2025

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Bitácora del director

Bitácora del director

Por Pascal Beltrán del Río

Acuerdo o polarización, ¿qué nos dice la historia?

El domingo pasado se cumplieron 200 años de la carta que envió Agustín de Iturbide a Vicente Guerrero para invitarlo a deponer las armas en espera de que España otorgara la independencia a la nación mexicana, petición que harían “nuestros representantes en el congreso de la Península, poseídos de las ideas más grandes de patriotismo”.

Redactada en Cuahulotitlán —en el actual municipio de Tlalchapa, Guerrero—, la misiva resultó fundamental para sellar el pacto entre los dos militares, que se concretaría en Acatempan, un mes después. “Si Vd. oye con imparcialidad mis razones”, agregó Iturbide, “no dudo que entrará en el partido que le propongo”.

Diez días después, Guerrero respondió la carta. “Decídase Vd. por los verdaderos intereses de la nación y entonces tendrá la satisfacción de verme militar a sus órdenes y conocerá a un hombre desprendido de la ambición e intereses”.

En el año que se cumplen dos siglos de la consumación de la Independencia —efeméride que formará parte de las conmemoraciones que anunció el gobierno federal—, vale la pena recordar el contexto en el que se dio la separación de la Nueva España de la Metrópoli y el nacimiento de México como país, primero como imperio y luego como república.

La Independencia mexicana se dio durante un periodo de la historia española que se denomina Trienio Liberal, que corre de 1820 a 1823. Se trata de un interregno en la monarquía de Fernando VII, entre el llamado Sexenio Absolutista y la Década Ominosa.

Para finales de 1819, el movimiento insurgente —iniciado por Hidalgo y Allende y continuado por Morelos— estaba virtualmente acabado. Subsistían en diferentes regiones bolsones de independentismo liderados por caudillos que no habían aceptado el indulto ofrecido por el virrey Juan Ruiz de Apodaca, quien había llegado de Cuba, en septiembre de 1816, para sustituir a Félix María Calleja.

La suerte de la Independencia cambiaría en enero de 1820 con el alzamiento del coronel Rafael del Riego, en el poblado andaluz de Las Cabezas de San Juan, contra el absolutismo de Fernando VII.

Éste había vuelto a España en marzo de 1814, luego de vivir cautivo en Francia desde 1808. Al cesar el protectorado napoleónico, el rey reasumió el trono y decretó ilegales las Cortes de Cádiz y desconoció la Constitución de 1812, conocida como la Pepa, que establecía la soberanía en la nación.

Con la vuelta del absolutismo, muchos líderes liberales fueron encarcelados o desterrados. Sin embargo, otros se reagruparon en el ejército, como Del Riego, quien formaba parte de una fuerza expedicionaria que se preparaba para sofocar los movimientos independentistas en América.

El asturiano se sublevó la mañana del 1 de enero de 1820, exigiendo que el rey se sujetara a la Constitución. Poco a poco, la inconformidad con el monarca se fue extendiendo, hasta que Fernando VII se ve obligado a aceptar sus condiciones.

El momentáneo triunfo liberal en España tuvo consecuencias en este lado del Atlántico. A la élite novohispana no le gustó nada la nueva realidad política en la Península y comenzó a ver con buenos ojos la idea de la separación.

En ese contexto, Iturbide fue puesto al frente de las operaciones realistas en el reducto más fuerte de la insurgencia, el que encabezaba Guerrero en la Sierra del Sur. Poco después de instalar su cuartel en la Tierra Caliente, Iturbide inició la correspondencia con Guerrero, misma que, como digo arriba, culminó con un pacto político que llevó a la Independencia. Para cuando había terminado el Trienio Liberal en España, México ya se había constituido como país, por lo que Fernando VII tuvo que conformarse con intentos de reconquistar el territorio perdido, como el de Isidro Barradas en 1829, todos infructuosos.

La Independencia mexicana fue producto del cálculo estratégico de la situación política en México y España y del acuerdo de dos hombres que supieron superar sus diferencias en pos de un bien superior. La historia muestra que cuando los mexicanos han tenido la capacidad de vislumbrar ventajas para el bien común y han hecho a un lado los intereses particulares, el país en su conjunto sale ganando.

En cambio, cuando se entronizan la polarización y la imposición de un solo punto de vista, todos salimos perdiendo.

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