Por Pascal Beltrán del Río
¿Ya se vacunó? Siga con cubrebocas
El rápido desarrollo de la vacuna contra el covid-19 ha generado la esperanza de que la humanidad pueda volver pronto al estado de cosas previo a 2020.
Sin duda, el inicio de la vacunación es una buena noticia, pero no nos debe llevar a pensar que ya superamos el problema.
No lo digo solamente porque el proceso de inoculación apenas comienza y va para largo, sino porque la investigación preliminar que existe en torno de los efectos de las diferentes vacunas genera dudas sobre qué tan eficaces serán en prevenir contagios y qué tan duradera será la inmunidad que produzcan.
“Las pruebas que efectuaron (los laboratorios) Pfizer y Moderna sólo rastrearon cuántas personas vacunadas se enfermaron de covid-19”, publicó el mes pasado The New York Times. “Eso deja abierta la puerta a la posibilidad de que algunas personas vacunadas puedan infectarse sin desarrollar síntomas y que podrían, entonces, transmitir silenciosamente el virus, especialmente si entran en contacto con otros o dejan de usar cubrebocas”.
La convención de la comunidad científica es que las vacunas anticovid son muy buenas para evitar el desarrollo de una versión grave de la enfermedad, pero existen dudas sobre si los anticuerpos que se producen por efecto de ellas evitarán que una persona ya vacunada almacene partículas infecciosas en la mucosa de la nariz –sin invadir el resto de su cuerpo–, las cuales puedan ser expulsadas y contagien a personas no vacunadas.
Es decir, los anticuerpos que circulan por el sistema de las personas vacunadas evitan que el coronavirus infecte órganos como los pulmones, donde se generan los procesos inflamatorios que pueden matar al paciente, pero no se sabe qué tan buenos son para impedir el ingreso del patógeno por la nariz, desde donde pueden ser lanzadas al exterior cuando exhalamos, estornudamos o reímos.
“Si las personas que han recibido la vacuna son propagadoras silenciosas del virus, pueden hacer que éste siga circulando en su comunidad, poniendo en riesgo a personas no vacunadas”, agregó el diario estadunidense.
La incertidumbre sobre la transmisión del covid en la era postvacunas es producto de la rapidez con que se tuvieron que efectuar las pruebas. El tiempo de observación fue muy limitado. Se privilegió la información sobre si los recipientes enfermaban –a eso se refiere el porcentaje de efectividad de las vacunas– y se tuvo que dejar de lado si seguían siendo contagiosos. De otra manera, las vacunas habrían tardado más en ver la luz.
“Tener inmunidad sistémica es como tener un guardia de seguridad haciendo rondines por el edificio; tener inmunidad de mucosa es como tener a un vigilante en la puerta, listo para detener al virus intruso”, dijo el epidemiólogo Joshua Michaud, catedrático de la universidad Johns Hopkins, a la revista Fortune.
Estas serias dudas debieran dar lugar a políticas públicas que formen parte del proceso de vacunación. Para comenzar, los gobiernos debieran decir con claridad que la vacuna no es el principio del fin, sino como decía Winston Churchill, apenas el fin del principio. Se trata de un elemento muy importante en el combate a la pandemia, pero no la cura milagrosa que muchos esperan.
Si las autoridades no son honestas con los gobernados, si se les lleva a pensar que con esto volveremos a la normalidad, puede haber efectos perniciosos, como que las personas vacunadas dejen de usar cubrebocas y de aplicar las demás medidas de protección, pensando que ellas ya no corren riesgo y que tampoco son un peligro para los demás.
Imagine qué puede pasar cuando, de los 90 millones de mexicanos que se esperan sean vacunados, la mitad no haya recibido aún la inyección. Cuarenta y cinco millones sin cubrebocas, aun si ya están vacunados, se podrían convertir en un riesgo para el resto de la población.