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«Rezamos a Dios», dijo ella. «Mañana y noche por el canal de María Visión, rezamos por Obrador y por nosotros», dijo él y se puso a llorar. «En sus manitas estamos».
Teresa Reyes y su esposo, José Luis Reyes Trejo, ella 69 años, él de 81, llegaron a recibir al Presidente López Obrador que iba a inaugurar un plantel a medio terminar de la Universidad Benito Juárez.
Los dos esperaban del otro lado de la carretera, apoyados en el metal de la valla. Él traía además su bastón de rama seca y lloraba recordando que el Presidente le dio una pensión de la tercera edad.
Este fue el regreso del Presidente a sus giras por el País, después del 24 de enero, cuando anunció que se había contagiado del Covid-19. El fin de semana estará en Tlaxcala, Puebla y Oaxaca. Como siempre, llegó sin cubrebocas.
Entre unos cien invitados, entre prensa y equipo de los políticos, a la inauguración, Lopez Obrador y su Vocero, Jesús Ramírez, eran los únicos sin esa prevención (si no se cuenta a la media docena de integrantes de la ayudantía, jóvenes que también pueden contagiar).
La trabajadora de Protección Civil de Tlaxcala, que no dejaba entrar a nadie sin cubrebocas y sin tomarle la temperatura, ni siquiera hizo el intento de acercarse a Lopez Obrador cuando pasó caminando. Afuera, sobre el arcén de la carretera, los estudiantes de la universidad protestaban por mejores instalaciones. Todos traían cubrebocas, igual que José Luis Reyes y su esposa, que habían rezado y encendido veladoras por la salud del Presidente.
«Nosotros le pedíamos a Dios que diosito lo cuidara para que saliera adelante», dijo Teresa, chaleco azul, un cubrebocas blanco, sombrero de palma.
«Rezamos oraciones, es lo que ayuda», balbuceó su esposo, gorra color militar, chamarra beige, con su cubrebocas negro.
«El Presidente no usa cubrebocas. No, no usa. No, pues como se sienta él, no sabemos lo que él piense. Si él tiene fe en Dios y él está en las manitas de Dios Nuestro Señor, solamente él sabrá. Primero Dios no le va a pasar nada, porque él no le está haciendo daño a nadie», dijo Teresa mientras, en el evento cerrado, López Obrador daba uno de sus discursos más breves de sus giras.
«Celebro que ya esté pasando la etapa más difícil de la pandemia aquí en Tlaxcala porque, como en todo el País, fue muy difícil, muy doloroso lo que pasó a finales y a principios de este año, que se incrementaron los casos, que hubo más enfermos y desgraciadamente también pérdidas de vidas humanas», decía Lopez Obrador.
Llegó la nieta de la pareja con un cubrebocas de ositos negros.
«Que ahorita viene y se toma fotos con nosotros», les dijo a sus abuelos.
Salió el convoy del Presidente, cuatro camionetas negras, y el público quiso saltarse la valla de fierro y luego la valla de los Servidores de la Nación para entregarle peticiones y saludos. Persiguieron la suburban negra con pancartas y lonas hasta que subió un puente.
López Obrador iba diciendo adiós con la mano detrás de la ventanilla. Una estudiante logró meter la cabeza por la ventanilla de atrás y el Presidente acercó la oreja para escucharla, mientras sus seguidores callaban los gritos de protesta exclamando «¡es un honor estar con Obrador!» hasta que el Presidente tomo carretera hacia Puebla.
Teresa tomaba a su esposo del brazo y se rezagaron.
Les costaba respirar, pero no se quitaron el cubrebocas.
«Nuestros hijos dijeron que podíamos salir con cubrebocas, nada más nos dejaron salir, porque venimos a ver al Presidente», dijo ella.
«Allá en la casa no usamos, allá somos libres», dijo él.