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viernes 20 de junio de 2025

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Gobiernos tiesos y gobiernos guangos

Gobiernos tiesos y gobiernos guangos

Por José Elías Romero Apis

En Estados Unidos, casi todo gobierno que no pueda imponer la constitución les parece blandengue
A muchos pueblos les gustan los gobiernos fuertes. A algunos les gusta que sean fuertes, pero sujetos a la constitución, como en casi todo Occidente, excepto Latinoamérica. A otros, también les gusta que sean fuertes, pero no necesariamente apegados a la constitución, como sucede en casi todo Oriente, excepto Japón.
En Estados Unidos, casi todo gobierno que no pueda imponer la constitución les parece blandengue. En Latinoamérica, casi todo gobierno que se somete a la constitución les parece pendejo. Casi toda Europa y Estados Unidos se inquietan cuando sus gobiernos no son fuertes y autoritarios. Por el contrario, casi toda Latinoamérica se inquieta cuando sus gobiernos son ordenados y legalistas.
Dos posibles excepciones son Italia y México. Italia se inquieta cuando sus gobiernos adoptan tintes germánicos o británicos. Presienten represión y regresión. A México no le gustan los gobiernos guangos y bofos que no pueden ni contra los cárteles o ni siquiera contra los carteristas. Presagian impotencia e incompetencia.
Yo reconozco que me gustan los gobiernos fuertes del modelo posrevolucionario mexicano, que rigieron desde 1917 hasta 1994. Esos revolucionarios eran durísimos. Baste decir que derribaron a las dos dictaduras más terribles de la historia de América: la de Porfirio Díaz y la de Victoriano Huerta. Más tarde, hicieron sus propias purgas, porque toda revolución que no se purga, se pudre. En tan sólo 20 años de revolución se mató a tres presidentes, a 50 líderes políticos de primer orden y a más de un millón de mexicanos anónimos.
A esos priistas precursores y fundadores de hace 100 hasta hace 40 años hubiéramos temido burlarnos de ellos en los discursos de la política o en las guasas digitales, como ahora se hace con los recientes gobiernos priistas, panistas y morenistas. La jerga que hoy muchos utilizan para insultar a Fox, a Calderón, a Peña o a López Obrador no se hubieran atrevido a usarla con Álvaro Obregón, con Plutarco Elías Calles, con Ruiz Cortines o con Díaz Ordaz.
Sin embargo, un gobierno duro no significa ser un gobierno tieso. Esos regímenes mexicanos adoptaron un estilo paternal y una política social. En ocasiones fueron hasta sobreprotectores desde con los trabajadores hasta con los patrones. Desde con los campesinos hasta con los banqueros. Desde con los pobres hasta con los ricos.
Ésa fue la que un extranjero famoso motejara como la dictadura perfecta. En realidad, ni era dictadura ni era perfecta, aunque era muy fuerte y muy eficiente. Pero, además, era analgésica. Era tersa, no bofa. Era flexible, no guanga.
Las dos revoluciones de Occidente que fueron más cruentas, más trascendentes y de más larga duración gubernamental fueron la mexicana y la soviética. La de ellos, comunista totalitaria. La nuestra, socialdemócrata. Pero ambas muy duras y muy efectivas.
En el campo de lo actual, como un simple ejemplo nos preguntamos, ¿por qué la autoridad mexicana no impone el cubrebocas? Los abogados contestamos que porque no hay ley en la cual apoyarse. Los políticos dirían que, aunque hubiera ley, el gobierno federal, los estatales y los municipales no podrían imponerla. Así como ha sucedido con la ley que prohíbe el narcotráfico, la informalidad o la corrupción, cuya propia ley de la suprema barbarie casi siempre se ha impuesto a las leyes del supremo gobierno.
¿Ser poderoso o ser impotente? ¿Ser duro o ser tieso? ¿Ser terso o ser guango? No lo sé y no sé si haya alguien que lo sepa. Desde hace muchos años que no soy funcionario me he desentendido de tener las respuestas y me he especializado en tener las preguntas. Las únicas respuestas que tengo son las de mi bufete y allí las preguntas las tienen mis clientes.
En la política, yo soy de los gobernados ingenuos y babosos, no de los gobernantes ilustrados y talentosos. Tan sólo sé que, en la política, al final de cuentas, todos tenemos la razón. Sólo que algunos la tuvimos a tiempo y otros la han tenido cuando ya no hay remedio.

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