
Por José Elías Romero Apis
En muchas ocasiones se ha atribuido a Porfirio Díaz lo de “pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. También se atribuye a Golda Meir la paráfrasis de que “pobre de Israel, tan cerca de Dios y tan lejos de Estados Unidos”. Adolfo López Mateos trazó la fórmula diplomática bilateral de los siguientes 60 años. “Tan cerca como sea indispensable y tan lejos como sea posible”.
Ésta es una fórmula de buena relación y de sólida soberanía. Ni entregarse a nadie ni pelearse con nadie. No acercarse sin necesidad a Estados Unidos, pero tampoco a Rusia ni a China ni a Europa. Y no pelearse ni con los poderosos ni con los débiles. Ni con Venezuela porque no somos braveros ni con Estados Unidos porque no somos estúpidos.
Yo calificaría la reciente bilateral presidencial con sumo beneplácito. Fue lo que debería ser. Fue respetuosa y debía ser respetuosa. Fue inútil y debía ser inútil. Fue protocolaria y debía ser protocolaria. De ninguna manera debía ser una reunión de fondo. Creo que, en estos momentos, no nos conviene tratar con ellos los asuntos de gran fondo y de gran calado.
Por eso, qué bueno que no se trató ni narcotráfico ni energía ni inversión ni comercio ni democracia. Creo que no hubiéramos salido bien librados y los hubiéramos orillado, aunque no obligado, a definir una posición que, de seguro, no hubiera sido cómoda para nuestro gobierno ni grata para nuestro pueblo. O nos hubieran ignorado o nos hubieran humillado. Cualquiera de las dos habría sido una derrota.
En esto se advierten la destreza política y la mano diplomática de Marcelo Ebrard y de Antony Blinken, quienes seguramente escribieron, con puntos y comas, la agenda de esta primera reunión presidencial. Y me atrevo a decir que no sólo escribieron la agenda, sino hasta el guion, los diálogos y creo que hasta los chistes. Si éstos fueron malos fue culpa de los guionistas, no de sus jefes, quienes bien memorizaron sus líneas y las actuaron de manera impecable.
Saludo lo que hicieron los presidentes y sus cancilleres para que esta reunión fuera como lo fue. Ello permite que, a partir de ahora, cada equipo temático haga lo que tiene que hacer. Sin reclamaciones, sin fantasías y sin mentiras. Reconociendo y aceptando que el narcotráfico es culpa de los dos. Que la migración no es culpa de ninguno. Que los tratados nos obligan por encima de nuestra personal voluntad. Y que la razón de la realidad es mucho más poderosa y mucho más invicta que todas nuestras leyes, que todas nuestras armas y que todos nuestros tesoros, incluso juntos.
La relación bilateral es un laberinto. Cada pasadizo tiene incertidumbres. Cada puerta esconde sorpresas. Cada decisión es una apuesta nacional.
Es muy grato trabajar con los estadunidenses cuando se hace con seriedad, con dignidad, con buena fe, con inteligencia y con nacionalismo. Ellos saben ser amigos, pero también saben ser guerreros. Les gusta la amistad, pero también les gusta la victoria. Con ellos se puede lograr que las victorias sean compartidas y comunes.
En muchas ocasiones los hemos doblegado. Eso lo he vivido y lo he disfrutado. En otras ocasiones, ellos nos han doblegado. Eso, también lo he vivido y lo he sufrido. Pero en muchas otras, quizá las más, hemos ganado todos. Ambos nos hemos beneficiado porque nos hemos entendido, nos hemos acomodado, nos hemos acoplado y nos hemos complacido. Queda en claro, estoy hablando de política, no de erótica.
En fin, ¡Dios y Estados Unidos! Dice alguna leyenda que la famosa frase no fue pública, sino que Porfirio Díaz se la expresó a Matías Romero durante uno de sus acuerdos. También se dice que mi bisabuelo le contestó que todos los días debemos rezarle a Dios, pero que, en algunas ocasiones, debemos rezarle en inglés. También los estadunidenses, en algunas ocasiones, tienen que rezarle en español.
Lo importante es saber los dos idiomas para el mismo rezo. Digamos que, cuando se le habla en buen español y en buen inglés, Dios gusta escuchar, sabe entender y puede complacer a ellos y a nosotros.