Por Leo Zuckermann
Quéjense, pero también voten
Una de las cosas que más me gusta de la democracia es el acto tremendamente libre de votar. Yo no me lo pierdo. Es un derecho que me encanta ejercer. Por eso, no entiendo a los que se abstienen. Allá ellos, que también es su derecho no asistir a las urnas. Se lo pierden.
México, no hay duda, está pasando por una coyuntura crítica. Al poder ha llegado un grupo que pretende desmantelar muchas de las instituciones del proyecto modernizador que comenzaron a implementarse desde los años ochenta del siglo pasado. Del otro lado están los que ven con profundo resquemor lo que consideran como un proceso de destrucción institucional. La política, en este sentido, está polarizada entre los que favorecen la transformación liderada por el presidente López Obrador y los que están en contra.
Uno pensaría que, como están las cosas, por lo que está en juego, la ciudadanía estaría ávida de participar en la política y deseosa de ejercer el voto con libertad. Me temo que no es el caso.
De acuerdo con la última encuesta nacional en vivienda de Parametría levantada entre el 28 de febrero y cinco de marzo, aproximadamente la mitad de la población desconoce cuándo se llevarán a cabo las próximas elecciones.
Quizá sea la pandemia de covid-19, la crisis económica o la persistente inseguridad, pero la realidad es que sólo el 23% identifica que los comicios serán el seis de junio próximo.
A lo mejor, lanzo otra hipótesis, la gente está cansada de la política y se ha alejado de ella. O la supuesta polarización social es más bien un fenómeno de las redes sociales donde abundan los pleitos entre los fundamentalistas de ambos lados. No lo sé. Pero sí me llama la atención que, a tres meses de los comicios, con los pleitos que uno observa en las redes sociales, la mayoría de la ciudadanía no sepa que habrá elecciones pronto.
Es cierto que nunca una elección intermedia ha causado tanto interés en nuestro país como las presidenciales. Pero, en esta ocasión, habrá mucha competencia por cargos locales: 15 gobernadores, 30 congresos estatales y casi dos mil alcaldías. Súmese lo que está en juego a nivel nacional con la coyuntura crítica que estamos viviendo en cuanto al enfrentamiento de dos visiones tan distintas del país.
Es para que estuviéramos obsesionados con lo que va a pasar el seis de junio. Y, sin embargo, no es así.
De un lado, los críticos del gobierno de López Obrador se quejan amargamente de la destrucción institucional, la centralización del poder en la figura presidencial, la militarización y el retorno de irracionales políticas públicas estatistas. Del otro, los que apoyan la llamada Cuarta Transformación critican la corrupción de los gobiernos pasados, la inequidad existente, la pobreza lacerante y la fuerza reaccionaria de los que no quieren cambiar.
Cada quien tendrá su punto de vista. Yo tengo, desde luego, el mío. Y, por eso, saldré a votar, con toda libertad, el seis de junio. También con toda libertad escogeré al que crea que representa lo que considero es el mejor proyecto para el país. La decisión no será perfecta —nunca la es— porque no existe el partido que represente perfectamente mis preferencias. Pero me decantaré por la fuerza política que esté más cercana a ellas.
Aquí recupero un discurso de Barack Obama que se hizo muy famoso hace unos meses en las redes. Decía el expresidente de Estados Unidos que, si ese país quería sacar a Trump de la Casa Blanca, lo que procedía era votar.
Pues eso.
A los que están a favor de López Obrador, sigan quejándose de que los reaccionarios no los dejan gobernar, que es derecho expresarse como se les pegue la gana. Pero también salgan a votar por los candidatos que apoyan ese proyecto. Y los que están en contra de López
Obrador sigan levantando la voz para argumentar por qué dicho proyecto es un retroceso económico, político y social para el país, que también es su derecho. Y expresen esa disconformidad en las urnas.
Sólo en la expresión civilizada del voto en una democracia liberal se dirimirá la coyuntura crítica que está viviendo México. Caray, tanto tiempo y esfuerzo para lograr escoger nuestro destino político por medio del voto, como para ahora desperdiciarlo. Y siempre pensemos cuál es la alternativa a no tener el derecho a votar: que otros decidan por nosotros.