Por Pablo Hiriart
¿A qué fue Francisco a Irak?
MIAMI, Flo-rida.- El viaje más arriesgado, irresponsable e importante del pontífice argentino terminó el lunes con la atención mundial puesta en su paso por una nación donde sólo 0.5 de la población es cristiana.
¿Por qué en un país musulmán la gente se desbordó a las calles y a los estadios para ver, oír y aclamar al jefe de una religión insignificante para ellos?
Aquí en Estados Unidos, donde únicamente el 19 por ciento de la gente es católica, la noticia internacional de primera plana y apertura de noticiarios fue el viaje del papa Francisco a Irak, durante toda la gira.
Sin el carisma de Wojtila ni el empaque intelectual de Ratzinger, Jorge Bergoglio puso el dedo en la llaga más sensible de nuestros tiempos: el radicalismo, la intolerancia, la polarización.
A eso fue a Irak, en un viaje irresponsable en medio de una pandemia planetaria, pero nos hizo voltear a ver el absurdo criminal de los fundamentalismos.
El pastor fue a visitar lo que queda de ‘su rebaño’ en ese país, donde los cristianos fueron víctimas de genocidio por parte del Estado Islámico (ISIS) entre 2013 y 2017.
Según el Departamento de Estado, en Irak había 1.5 millones de cristianos en 2013, y ahora sólo quedan 250 mil, en un país de 40 millones de habitantes. Los faltantes fueron asesinados o huyeron.
A eso fue Francisco a Irak: a gritar con su presencia que sin respeto a las minorías que piensan diferente no hay convivencia civilizada, aunque haya elecciones democráticas.
Ese país está destruido por la intolerancia religiosa.
Paradójicamente, Irak es la cuna de la civilización. Ahí nació la escritura. Se escribió la primera novela épica. Tuvo un código con leyes que protegían derechos hasta de los esclavos… mil años antes de que se fundara una ciudad llamada Roma.
Francisco fue a Irak a tender puentes con los musulmanes.
Viajó hasta Nayaf a conversar con el líder de la rama chiita del islam en ese país, el ayatola Ali Sistani (ya lo había hecho con el imán sunita, Ahmed al-Tayeb, en Emiratos Árabes).
Los chiitas son mayoría en Irak. Más de 60 por ciento de la población lo es, y fueron perseguidos y torturados por Sadam Husein. Ahí en Nayaf fue asesinado Alí, el hijo de Mahoma, al inicio de una guerra intrarreligiosa que mil 400 años después aún no termina.
Una emoción contagiosa lograron trasmitir las crónicas de los enviados de los medios internacionales, que narraron el recibimiento a Francisco en Bagdad con carteles en los que aparecía su foto y la del ayatola Sistani, con la leyenda: “Tú eres parte de nosotros y nosotros somos parte de ti”.
Francisco viajó a Ur, el pequeño pueblo del sur desde donde salió Abraham, patriarca de los cristianos, fundador del pueblo de Israel, y semilla de los ancestros musulmanes. Abraham. Ibrahim.
Ahí, en la pequeña Ur, está el origen, encarnado en una sola persona, de las tres grandes religiones monoteístas que tanto bien y tanto mal han hecho a la humanidad
A eso fue Francisco a Irak. A recordar con su presencia que las tres religiones tienen la misma cuna, la de Abraham, y que pueden coexistir.
El radicalismo de las tres ha sido, y es, responsable de millones de crímenes en el nombre de Dios.
Francisco fue a Irak a promover una alianza contra el extremismo religioso, escribió el enviado de El País, y no le faltó razón.
Viajó al norte, a Mosul, segunda ciudad de Irak, donde el Estado Islámico –en 2014– instaló la capital de su califato asesino que abarcó hasta Siria. Masacraron a los cristianos.
Desde ahí el Ejército Islámico prometió invadir Roma y destruir el Vaticano.
Francisco entró el sábado a Mosul y parado sobre casas convertidas en cascajo por la guerra de los extremistas islámicos, junto a una cruz hecha con trozos de madera quemada, se le vio humilde en las fotos que dieron la vuelta al mundo. Pero el mensaje era evidente: la derrota del fanatismo.
“Mosul le da la bienvenida” se leía en “carteles que cubrían las paredes tan salpicadas de agujeros de bala que parecía que se había producido una erupción”, dice la crónica del enviado y la corresponsal de The New York Times.
En ese lugar, que hasta hace poco fue capital del califato de ISIS, donde se perpetró genocidio contra los cristianos, Francisco dijo que “es cruel que este país, cuna de la civilización, haya sido golpeado por una tempestad tan inhumana… Hoy, a pesar de todo, reafirmamos nuestra convicción de que la fraternidad es más fuerte que el fratricidio, la esperanza es más fuerte que la muerte, la paz es más fuerte que la guerra. Esta convicción habla con voz más elocuente que la voz del odio y la violencia, y que nunca podrá ser acallada en la sangre derramada por quienes profanaron en nombre de Dios, recorriendo caminos de destrucción”.
Omitió decir el pontífice que el genocidio cesó y él pudo pararse sobre las ruinas del califato gracias a los soldados iraquíes, estadounidenses y kurdos que derrotaron militarmente a ISIS.
Pero no fue a eso a Irak, sino a poner el dedo en la llaga que gangrena al mundo de nuestros tiempos: la del fanatismo de los dueños de la verdad, el extremismo que ve a un enemigo en quien piensa diferente, la polarización destructiva del ustedes contra nosotros.