Cientos de asesinatos contra inocentes fueron perpetuados por guerrilleros en la Revolución Mexicana y en la mayoría de los casos, su sacrificio ha quedado en el olvido, pero en el municipio de Progreso, una familia ha mantenido el recuerdo de uno de sus antepasados quien plasmó en crimen cometido en su contra en los últimos minutos de su vida.
Al llegar los últimos días de 1910, el poblado de San José del Aura en el municipio de Progreso recibió la visita de un general federal a quien solo se le llegó a conocer con el apellido de Guajardo, el cual solo tenía una encomienda por parte de mismo Porfirio Díaz, el cual ordenó acabar con los jefes guerrilleros que se había levantado en armas en las provincias de Coahuila.
La misión de Guajardo era acabar con la vida de Homero Agüero Cadena, un general revolucionario quien controlaba gran parte de la región carbonífera del estado y era considerado como un peligro, pues se escuchaban los rumores de que estaba formando un ejército para combatir a las fuerzas federales en la capital del estado.
Guajardo recorrió cada una de las viviendas en busca de su enemigo, pero este parecía escabullirse con rapidez a pesar de que el pueblo se encontraba en crecimiento y eran pocos los pobladores asentados en dicho territorio.
Muchos aseguran que los vecinos de San José del Aura se encargaron de protegerlo y ante la llegada de los soldados comandados por Guajardo, estos escondían a Homero Agüero y aprovechaban cualquier distracción para que lograra escapar.
Sin embargo, los descendientes de Homero Agüero Cadena aseguran que este se encontraba escondido en la serranía, preparando a sus tropas que se encontraban pobremente armadas y por tal motivo no regresaba a la población para defenderla del ejército federal que se encontraba en su búsqueda.
El hartazgo y coraje llenó la cabeza del general Guajardo, quien al ver como su encomienda fracasaba, decidió ingresar por la fuerza a la casa de Donaciano Cadena Jiménez, tío del general revolucionario, quien desconocía el motivo de la presencia militar en su hogar, siendo tomado como prisionero.
La intención de Guajardo era hacer presión para que su escurridizo enemigo se entregara al ver como uno de sus familiares estaba a punto de saldar cuentas que no debía.
Por varios días, Donaciano Cadena permaneció cautivo en el campamento improvisado por los soldados, pero no había señales del general Homero Agüero, situación que irritó a Guajardo quien decidió desahogarse con la vida de un inocente.
Donaciano Cadena fue llevado a un puente donde atravesaban las vías del ferrocarril en la estación entre los poblados de Barroterán y Aura, en donde el pelotón pretendía ahorcarlo, pero antes de arrancarle la vida, le concedieron su último deseo, el cual era sencillo y fácil de cumplir, pues únicamente les pidió que le entregaran un trozo de papel y una plumilla para escribir una carta de despedida a su esposa María Ignacia Reyes.
Las palabras fueron sencillas, en el papel quedó plasmado sus sentimientos hacia su familia de quienes se despedía y le mencionaba a su mujer que nunca más regresaría con vida a su casa, pues representantes del gobierno pretendían ahorcarlo “sin saber el porqué.”
Acto seguido, este fue asesinado como represalia y aseguraron que el general Homero Agüero Cadena era un cobarde al no enfrentar al ejército federal, ni salvar a su tío, aunque para la familia, el asesinato de un inocente fue considerado como un acto de cobardía, uno de tantos que ocurrieron a lo largo de la guerra revolucionaria y que aún sigue pasando en nuestros días.
La carta de Donaciano Cadena ha sido heredada entre sus descendientes y conservada como un tesoro, formando parte del testimonio de las atrocidades cometidas en la Revolución.