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domingo 21 de septiembre de 2025

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Desenterrando entierros

Desenterrando entierros

Por José Elías Romero Apis

No es muy fácil explicar al público en general que no es lo mismo ser inocente que no ser culpable. Que no es lo mismo no tener culpa que no tener condena. Que no es lo mismo estar amparado que estar exonerado. Que no es lo mismo nuestra buena conducta que nuestra buena defensa. Que no es lo mismo tener buen comportamiento que tener buen abogado

Dicen que no es bueno rondar en los panteones. Los que creen en el más allá porque dicen que allí suelen confinarse las ánimas y los fantasmas. Los que creen en el más acá porque dicen que allí suelen guarecerse los crápulas y los malandrines.

En la política existen prevenciones similares. Merodear en los sepulcros del pasado podría ser bueno para el historiador, pero no siempre para el político. No vaya a resultar que a Álvaro Obregón o a John Kennedy los mataron otros que ni sabemos y no los que creemos.

Esto lo he recordado porque ha reverdecido el asunto de Florence “C”, el cual ya creí enterrado. Me recordó que, allá por el 2012, el entonces embajador francés, un hombre inteligente y buen amigo de México, me invitó a desayunar para preguntarme si podría hacerme cargo de la defensa de su paisana. Le expliqué que tendrían todo para ganar, pero que en nuestro bufete no se atienden asuntos de narcotráfico ni de violación ni de secuestro, así sean culpables o inocentes.

Pero, además de las palabras de este hombre importante, me resulta inolvidable la frase que le escuché a un joven sencillo, quien se reclamaba a sí mismo que le hubiera hecho caso a sus amigos en votar por Enrique Peña, quien ahora dejaba en libertad a la presunta secuestradora.

Era, apenas, el inicio de 2013 y de ese sexenio. En la mayoría había esperanzas de que el regreso del PRI escombrara los tiraderos del inmediato pasado. Yo hubiera querido explicarle a ese joven que la aprehensión, si fue mal hecha, la hizo el gobierno de Felipe Calderón y no el de Enrique Peña. Y que la liberación, si fue mal hecha, la hizo la Suprema Corte y no el Presidente de la República.

Sin embargo, la vocería presidencial nada explicó ni pidió auxilio a los conocedores del tema y Peña Nieto cargó con la culpa ajena, como igual le sucedería con el affaire de la Casa Blanca y con el dossier de Ayotzinapa. No porque haya actuado mal, sino porque comunicó mal.

Pero quiero regresar a la invitación del embajador y al enojo del joven porque siempre he creído que es bueno reflexionar las palabras de los poderosos y de los humildes. Todos nos enseñan porque todos tienen mensajes.

Que el embajador y no un cónsul me atendiera en la residencia diplomática me indicaba que para el presidente francés no se trataba del asunto de una francesa, sino de un asunto de Francia. Eso me anunciaba grandes apoyos y grandes honorarios.

Por otra parte, que el joven se indignara con su presidente, me confirmaba que a los mexicanos no les gustan los secuestradores. Les podrán gustar los fayuqueros, los piratas, los coyotes y otros especímenes más peligrosos. Pero no les gusta el secuestro ni sus autores. Por eso se enojó contra Peña Nieto.

Curiosamente, ese montaje que dicen de Genaro “G” y esa resolución dictada por la Suprema Corte fueron el primer golpe de opinión pública que recibió el gobierno de ese entonces. Por eso me extraña que haya quien resucite un asunto tan vergonzoso para la historia procesal y criminal mexicana, así como tan peligroso para los gobernantes y para los políticos.

No es muy fácil explicar al público en general que no es lo mismo ser inocente que no ser culpable. Que no es lo mismo no tener culpa que no tener condena. Que no es lo mismo estar amparado que estar exonerado. Que no es lo mismo nuestra buena conducta que nuestra buena defensa. Que no es lo mismo tener buen comportamiento que tener buen abogado.

En ese entonces, nadie quedó inmaculadamente limpio porque no toda la opinión quedó satisfactoriamente convencida. A algunos más y a otros menos, la melcocha de este episodio pringó a los policías, a los fiscales, a los jueces y a los ministros. Todos quedaron salpicados y lo mejor que podría sucederles es que ahora ya quedaran olvidados.

Lo que pudiera haber dentro de ese catafalco de Florence “C” y de Genaro “G” ni quise saberlo cuando me invitaron ni recomiendo que se asome quien no tenga el ineludible deber de asomarse. Los panteones son buenos para los funerales, pero no son buenos para las fiestas.

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