
Por Fabiola Guarneros Saavedra
Una familia de tantas
Fernanda nació y creció en una familia con 4 hermanas y 2 hermanos. Su madre era maestra normalista y su padre, policía motorizado y luego empleado del IMSS. El ingreso familiar era bajo y, en ocasiones, pedían a crédito en la tienda de abarrotes o en la carnicería —con el compromiso de pagar en la quincena—, pues la prioridad era mandar a los 7 hijos a la escuela.
Los padres de Fernanda llegaron a la ciudad cuando eran niños. Ella venía de Veracruz y él abandonó su pueblo de Oaxaca para buscar una mejor oportunidad de vida. ¡Vaya par de aspiracionistas!
Ambos estuvieron en internados para pobres. Se conocieron cuando ella estaba en el último año de la Normal de Maestros y él entraba a la Policía. Con esfuerzos y muchas carencias lograron comprar una casa de un piso en una colonia popular, después construyeron un segundo piso y ampliaron la estancia para adaptarla a las necesidades de sus 7 hijos. Con el tiempo cambiaron sus muebles viejos por unos nuevos que sacaron a crédito en el recién inaugurado Sears.
Procuraron estudios profesionales para sus hijos: 3 fueron a la Normal de Maestros, dos a la UNAM y dos al Poli. Fernanda se casó con otro maestro y tuvo dos hijas. Vivían en una casa que sacaron a crédito en el FOVISSSTE, 15 años tardaron en pagarla. La amueblaron y tapizaron en Liverpool, también a crédito. En esa casa había tres recámaras, dos baños completos, sala, comedor, cocina y todos los servicios.
Las hijas de Fernanda estudiaron una carrera en la UNAM. Son profesionistas, trabajan en empresas privadas, con buenos sueldos (claro, no ganan más que el Presidente), también tienen familia, pero ya no son las tradicionales. Una es madre soltera y la otra, divorciada. Sus casas las obtuvieron con créditos Infonavit y bancarios, igual que los automóviles, con autofinanciamientos. Los nietos de Fernanda van a la escuela pública y privada.
Estas familias —la de Fernanda, las de sus hermanos y la descendencia— están en el 42 por ciento de los hogares mexicanos que forman parte de las clases medias de este país. Porque cumplen con algunos de los indicadores que el Inegi toma en cuenta para esa clasificación: Que la jefa o jefe de familia cuente con educación media superior, que alguno de sus integrantes trabaje para una empresa del sector privado, que los menores de edad asistan a la escuela, que se esté pagando renta o crédito hipotecario; cuente con servicios básicos como agua, electricidad, gas e internet, que en el hogar haya computadora o un teléfono celular; coman fuera de casa, y usen tarjeta de crédito.
Esta familia, una de tantas, buscó tener una mejor calidad de vida trabajando horas extras en el sector privado o en el gobierno, solicitando créditos bancarios, hipotecas, ahorrando en tandas, comprando en tiendas departamentales, bazares, tianguis y por catálogo. Paga sus deudas, sus impuestos (ISR, IVA, predial, tenencia), los servicios (agua, luz, gas, teléfono) y también se da “sus lujos” (compra medicinas en una farmacia, se va de vacaciones o sale a comer a un restaurante).
¿La historia de su familia es parecida? ¿Viene de la cultura del esfuerzo?
Según el Inegi, en el 42% de hogares en los que habita la clase media, vive el 39% de los habitantes de este país. En zonas urbanas, la proporción de habitantes de clase media sube a 47 por ciento. Y, en el ámbito rural, se reduce a 26% por ciento.
Según la medición de la OCDE, una persona con un sueldo de 20 mil pesos mensuales y con cuatro personas viviendo en casa pertenece a la clase media. Para esta organización, 45% de la población mexicana pertenece a la clase media.
Con estos parámetros, entre las personas que conforman la clase media se encuentran profesionistas, empleados, comerciantes, pequeños empresarios, burócratas y emprendedores, que aspiran una mejor calidad de vida, con servicios de salud y educación dignos, eficientes. ¡Qué atrevidos e individualistas!
La familia de Fernanda —como muchas tantas— no ha sido ajena a sucesos trágicos ocurridos en este país. Su madre, como directora de una escuela primaria pública, hizo cartas de referencia y de buena conducta para que unos padres desesperados pudieran liberar a sus hijos capturados y encerrados la noche del 2 de octubre del 68.
En el terremoto del 85, una de sus hermanas integró listados con los nombres de los desaparecidos y recorrió las zonas de escombros para rescatar y ayudar a las víctimas. Su padre hizo lo mismo en el temblor de 1957.
Las hijas de Fernanda y sus sobrinos llevaron alimentos y medicamentos a los centros de acopio cuando los huracanes Paulina, Wilma, Ingrid y la tormenta Manuel causaron tragedias en diversos estados del país. Y lo mismo hicieron para ayudar a las víctimas de los sismos de 2017.
Estas familias de la clase media han sido solidarias y han marchado junto a las víctimas de la delincuencia y secuestro, junto a las madres de las y los desaparecidos, con los padres de los normalistas de Ayotzinapa, con las mujeres violentadas. Se indignaron con el asesinato de Marisela Escobedo y las muertas de Juárez.
Qué egoísta es la clase media…
La clase media que lee se parece un poco al mexicano que abandona su lugar de origen para ir a Estados Unidos o a las maquilas del norte del país, porque huye de la pobreza o de la delincuencia, porque no tiene una vivienda digna ni servicios básicos, una escuela o un hospital cerca, porque no le alcanza el subsidio ni la beca. ¡Que manipulables son! No han entendido que la pobreza, en este tiempo convulso, se disfraza de virtud.