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domingo 9 de febrero de 2025

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La ciencia del socavón

La ciencia del socavón

Aquel sábado por la tarde, un fuerte estruendo muy similar a la caída de un rayo sorprendió a la familia Sánchez Xalamiahua.

En realidad no había sido algo en el cielo, sino un considerable hundimiento de la tierra en medio del campo, a sólo unos metros de su casa en la junta auxiliar de Santa María Zacatepec, del Municipio de Juan C. Bonilla, en Puebla.

Con un diámetro original de 5 metros, ese 29 de mayo -convertidos en 30 en tan sólo 24 horas- la oquedad acaparó la atención del público general que, intrigado, fue siguiendo día a día cómo crecía y crecía, aproximándose amenazadoramente a la vivienda de esta familia hasta que, a sólo dos semanas de su formación, consumió la mayor parte de ésta.

Si bien el hoy afamado socavón de 130 metros de diámetro y entre 8 y 9 metros de profundidad ha sido convertido en un atractivo turístico de esta región a 119 kilómetros de la CDMX con su propio pan donde figuran los dos perritos que ahí cayeron y fueron rescatados, o hasta una cumbia, para muchos no deja de infundir la preocupación de que uno igual aparezca de la nada y consuma su casa, la del vecino y la manzana entera.

Ya en 2010, recuerda en entrevista el geofísico Carlos Valdés González, uno de casi 30 metros de diámetro y 60 de profundidad desapareció un par de edificaciones en Guatemala.

«Cuando ve uno esas fotografías es impresionante porque es como una pesadilla imaginarse que está uno en su casa y que de repente se lo traga (un socavón)», expresa vía telefónica el investigador del Instituto de Geofísica de la UNAM y ex titular del Centro Nacional de Prevención de Desastres (Cenapred).

Pero entender las razones científicas detrás de este tipo de depresiones o agujeros, así como las distintas señales previo al colapso, podría contribuir a evitar una catástrofe.
¿Cómo y dónde se forman?
Valdés González, ingeniero geofísico por la UNAM y doctor en geofísica por la Universidad de Wisconsin-Madison, explica que la raíz de estas oquedades es el debilitamiento del suelo, principalmente por el paso de agua.

Esto puede ocurrir en un terreno duro de roca caliza que se va diluyendo, generando grutas o cenotes, o en suelo más arcilloso, como es al oriente de la CDMX o en el caso de Puebla.

De hecho, el especialista precisa que en el socavón de Santa María Zacatepec el suelo está formado por material volcánico -cenizas, tefra, lapilli- que es fino y fácilmente desmoronable.

«La diferencia es que el proceso tiende a ser muy rápido o casi súbito en suelos blandos y, en cambio, en la presencia de rocas calizas son procesos que tardan cientos o miles de años para lograr diluirse», puntualiza el también ex jefe del Servicio Sismológico Nacional, actualmente a cargo del Centro de Estudios Mexicanos (CEM) de la UNAM en Costa Rica.

De acuerdo con el investigador, no es fortuito que varios de estos eventos ocurran en zonas agrícolas, pues se trata de suelos fértiles en donde hay movimiento o circulación del agua subterránea.

Y es que los cambios en el nivel y movimiento de aguas freáticas, tanto por lluvias intensas que lo saturan como por la extracción para la agricultura o la industria, propician la remoción de las partículas más finas y el suelo pierde cohesión.

Es, por tanto, una combinación de condiciones naturales e intervención humana.

«Si de manera intensiva siembro en un predio muy grande y quiero saturarlo de agua para que la cosecha sea muy buena y abuso, pues voy a hacer que aunque sea de manera local baje ese nivel de aguas freáticas que después se vuelve a recargar si hay lluvias. Entonces ahí (en la potencial formación de socavones) está el efecto de este movimiento.

«Mientras de forma menos dramática se mueva ese nivel de aguas freáticas, estaremos manteniendo un equilibrio», subraya el especialista sin obviar que además de la agricultura y la industria el propio consumo cotidiano juega un papel en esto, pues, por ejemplo, las aguas subterráneas alimentan el acuífero de Puebla, que es el que suministra agua a ésta y otras regiones cercanas.
¿Puede aparecer uno en la CDMX?
La zona urbana no está exenta de padecer la súbita formación de socavones, algunos con el tamaño suficiente para que vehículos caigan dentro, como ya ha ocurrido con consecuencias fatales.

No obstante, aclara Valdés González, su extensión suele estar más acotada debido a que son causados principalmente por rupturas en el sistema de drenaje o en la red de agua potable.

Lo que esto ocasiona es que el agua reblandezca y remueva el material del suelo, generando un hueco que se extiende hacia la parte superior hasta finalmente alcanzar la calle.

«Se acota el tamaño (del socavón) porque la red del drenaje, que muy claramente va por debajo de las calles, funge como una retícula por donde se puede generar este proceso de rotura y que se empiece a salir el agua y se lleve el material», expone el investigador haciendo énfasis en que no es algo fácil de ver o detectar porque la carpeta asfáltica funciona como una especie de sello impermeable.

«Entonces, sólo que se empiecen a apreciar pequeños hundimientos o fracturamientos. Y de repente viene el colapso súbito, como ya lo hemos visto cuando a veces camiones pesados pasan cerca de un lugar y vemos que se hunde una parte, pues ahí ya hubo el debilitamiento de abajo».

«(Entonces) hay que tener cuidado en las zonas urbanas, dar el mantenimiento adecuado tanto al drenaje como a la red de agua potable que sabemos que tiene grandes problemas; es una de las cosas que urgen. El ir renovando toda esta red es un proceso costoso y laborioso, pero es una de las necesidades que se tienen que llevar a cabo», subraya el geofísico.
¿Se pueden prever?
A pesar de la repentina aparición de socavones que suele tomar por sorpresa a quienes están cerca, en realidad existe toda una serie de señales precursoras.

Éstas pueden ser, enlista Valdés González, pequeños agrietamientos que aparecen en el campo de cultivo, como pudo ser en el caso de Santa María Zacatepec. Lo mismo en las zonas urbanas, que pueden presentar tales agrietamientos sobre el asfalto.

«Y otro más de los aspectos es que se generen ruidos, que es cuando se comienza a colapsar el suelo por debajo; serían ruidos un poco más bien ronco», señala el experto y de ahí tal vez el estruendo percibido por la familia Sánchez Xalamiahua.

También en las zonas de cultivo, continúa el investigador de la UNAM, algo más que puede ocurrir es que de repente algún grupo de plantas o zona específica comience a secarse.

«Cuando ve uno que estaba creciendo bastante bien la planta y de repente una zona empieza a secarse, nos está indicando entonces que el agua que ponemos ahí, que regamos, se va muy rápidamente hacia abajo, drena y no se queda porque ya le removimos la parte de partículas finas, y entonces rápidamente se filtra hacia abajo y la planta se queda sin agua», remarca.

Por otra parte, e involucrando a la labor científica, en particular la de los geofísicos, Valdés González señala que hay una serie de evaluaciones que pueden llevarse a cabo de manera preventiva.

Una de las más comunes, apunta, es el estudio con georradar. Un aparato que parece una carreola y que lleva un radar de penetración de suelos.

«Y lo que hace es que este aparatito está mandando una señal con muy alta frecuencia que penetra, los más poderosos hasta unos 11 o 12 metros de profundidad; regresa la señal y podemos interpretar que el suelo tiene una composición diferente, que está presentando huecos o mayor humedad. Y esto nos puede ayudar a delimitar esa zona», cuenta.

También existen métodos eléctricos en donde, como el nombre indica, se inyecta corriente eléctrica en el terreno a través de electródos y también se obtiene un registro que se interpreta para identificar diferencias.

«Hay también un método sísmico en donde se colocan sensores sísmicos de alta frecuencia un poco diferentes a los que se utilizan para la detección de sismos, y la fuente para generar la vibración es golpear con un marro una placa sobre el suelo. Esto genera una vibración que, otra vez, penetra el suelo e interpretamos esa vibración», explica el experto.
¿Qué hacer con el de Puebla?
A propósito del socavón poblano y el desafío de qué hacer con un agujero de tan impresionante tamaño, Valdés González es determinantemente claro: «Ya no puede hacer uno nada».

Y es que rellenarlo, como suele hacerse con oquedades mucho más pequeñas, sería no sólo una hazaña sino una inversión considerable de recursos.

De acuerdo con los propios cálculos del geofísico, el socavón tiene un volumen de 460 mil metros cúbicos. En comparación, los camiones de volteo comunes tienen 7 metros, aunque hay unos un poco más grandes.

«Si los suponemos de 10 metros cúbicos, necesitaríamos 46 mil de estos camiones, y el costo aquí en México de un camión de esos con arena y grava es, en promedio, 400 pesos. Resultaría en 18.4 millones de pesos la operación», sentencia.

«El problema, además, es que si le estamos metiendo este material, y mientras siga habiendo agua, aunque circule muy lentamente, se lo va a ir llevando porque ya desestabilizamos la zona. Entonces, la sugerencia es dejarlo».

La recomendación del investigador es aprovechar el impulso turístico generado alrededor del socavón, atracción incluida en las rutas del transporte público local y donde ahora hay puestos que venden comida y memorabilia con la leyenda «Recuerdo del socavón», sobre todo por su carácter educativo.

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