Por Federico Reyes Heroles
¿Para qué?
No es llevar aire a los pulmones. Hablamos de ese “deseo intenso” de conseguir algo que se considera importante. Aspirar puede ser oxígeno vital para muchos.
Del bisabuelo sabemos muy poco. Se llamaba Vicente y llegó a finales del XIX a Tuxpan, al norte de Veracruz, un villorrio. Llegó acompañado de una mujer que fue su sombra. Iletrados, firmaban con una x. Fue mi bisabuelo, no lo conocí. Emigró de Vinaroz, al noreste de España, una villa de pescadores muy pobre. Como muchas poblaciones del Golfo, Tuxpan tenía entonces un contacto mucho más estrecho con Europa que con el centro de la República. Eso explica, entre otros, la cantidad de condimentos europeos de la cocina del Golfo, el pescado a la veracruzana con aceitunas, el queso (holandés) relleno de Campeche, el aceite de olivo. Los buques eran el contacto con el mundo. Vicente Heroles se decidió por un lanchón que bajaba y llevaba mercancía y correspondencia a los buques. No había muelle. Sin importar el clima, hacía su trabajo. Migró por pobre y aspiró a un mejor nivel de vida. Lo logró. Forjó un muy pequeño patrimonio. Se esforzó y mucho.
Tuvieron tres hijas. Una de ellas, Juana, mi abuela, se casó con otro inmigrante español que llegó —en plena Revolución— también a Tuxpan. Tampoco los conocí. Migró desde Almería también por pobre. Jesús Reyes se dedicó al comercio, era andaluz, jugaba dominó por las tardes y tomó las cosas con calma. Les heredó una casa pueblerina. Tuvieron dos hijos, uno de ellos, Jesús, ambicionaba y mucho: educarse, leer, obtener conocimientos universales. Peregrinó por el país para conseguir su secundaria y su preparatoria viviendo en casas de huéspedes, hasta que llegó a la Ciudad México e ingresó a la Facultad de Derecho. Fue brillante en sus estudios, obtuvo mención honorífica, ¿es eso bueno o malo?, le preguntó mi abuela, que también era iletrada. Becado, se fue a Buenos Aires a estudiar su maestría. En su casa no había libros y él ambicionó tener una buena biblioteca. Lo consiguió, formidable, su gran orgullo. Trabajó toda su vida. Se esforzó y mucho.
Del otro lado de la familia brilla mi abuelo materno, de clase media precaria, sostuvo los estudios profesionales —propios y los de sus hermanos—, pues fueron huérfanos muy jóvenes, con su salario como telegrafista. Se forjó como un abogado muy serio y respetado. Muy cercano a Madero, los dos de Coahuila, fue su jefe de Gobierno en la capital. Se casó con una mujer de clase media, con cierto patrimonio, nada espectacular. Cuando el golpe de Huerta, Federico estuvo preso y ambos tuvieron que salir al exilio. Ella lavó ajeno mientras él aprendía inglés y derecho anglosajón. Logró acreditarse ante la Barra de Nueva York. Vaya mérito. Litigó en EU. A su regreso —una década después y habiendo perdido allá varios hijos— sus amigos cercanos, Luis Cabrera, José Vasconcelos, entre otros, lo incitaron a incorporarse a la política. Rechazó esa opción. Para él eso se había acabado. Escribió varios libros. Terminó sus días al frente del Jurídico del Banco de México. Tuvo una jubilación y murió en una clara medianía. No acumuló, pero logró sus ambiciones: ser culto y respetado. Se esforzó y mucho.
Ambicionar no es una falta a la moral, por el contrario, buena parte del progreso económico y social se debe a ese impulso. También la dignidad. Las clases medias son una pieza central de las democracias. La literatura es amplísima. Pueden ser un gran anclaje, pero si hay retrocesos en su consumo y sus oportunidades, se rebelan. Pueden ser austeras y muy productivas, como lo ha documentado Simon Schama, para los Países Bajos. Ascenderán. También pueden ser ostentosas y despilfarrar. Descenderán. Se llama movilidad social. Generalizar es ignorancia pura. ¿Manipulables, egoístas, individualistas, clasistas, ladinos, sabihondos? Frente a los pobres son ricas, frente a los ricos son pobres.
Mejor generar bienestar. Es la mitad de la población. ¿Para qué insultar?