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A dos meses de la tragedia de la Línea 12 del Metro el dolor no ha disminuido. Al contrario, incrementa. La ausencia se vuelve más atroz, la depresión y la ansiedad no dejan a Marisol Tapia, mamá de Brandon de 13 años, una de las 26 víctimas del colapso de la Línea 12.
«Ellos (los funcionarios) le lloran a un desprestigio político, yo le lloro a mi hijo todos los días», cuenta.
«No hay palabras para aminorar este dolor; conforme pasan los días es más grande, es la ausencia de mi hijo, el ver que su vida se vio truncada, el no poderlo volver a ver reír».
Desde el 3 de mayo, Marisol va cada domingo al panteón a visitar su tumba.
«Quiero a veces pensar que esto es un sueño del cual no puedo despertar», expresa.
Confiesa que lo único que la hace levantarse son sus hijos, de 10 y 4 años, así como la lucha por la justicia, esa que no se resuelve con la reparación del tramo colapsado de la Línea 12 o con la salida de la directora del Metro.
«Nosotros somos la consecuencia de la corrupción del Presidente y de todos esos funcionarios, no podemos pasar por alto lo que pasó, ni a mi hijo ni a las personas que murieron en la trabe de la Línea 12 que hizo el Gobierno, que se hagan responsables», exige.
En las noches sale con su hijo más pequeño a ver el cielo y al encontrar una de las estrellas le dice ‘ahí está tu hermanito’.
Las preguntas la inquietan y así será hasta que no haya respuestas: ¿qué pasó tras el siniestro?, ¿quién se llevó a su hijo?, ¿a qué hora y a dónde?, ¿por qué no lo encontraba?, ¿por qué le hicieron pasar horas de angustia mientras su cuerpo ya estaba en la Fiscalía?
¿Por qué siendo el único menor no le dijeron que estaba entre los decesos? Quizá nunca lo hubiera encontrado si su caso no se hubiera hecho mediático, dice.
El día más feliz de su vida será cuando se reencuentre con Brandon en el cielo, asegura.
Rigoberto, esposo de Marisol y quien viajaba con el menor, no puede evitar sentirse culpable. Ese día lo había acompañado a trabajar, recuerda.
Brandon y él se habían levantado de los asientos del vagón para bajar en la estación Nopalera, cuando se apagaron las luces y sintió cómo caía en un hoyo negro. Fue un segundo, dice.
A las 3 de la madrugada que despertó en el hospital preguntó por Brandon, después se enteró que había muerto.
Desde entonces experimenta dolor por su pérdida. Los dolores en la pierna izquierda no lo dejan dormir, quedó con una discapacidad que no le permite trabajar y los sobresaltos lo atrapan por las noches tras la tragedia.