Al llegar la oscuridad de la noche, lentamente recorren los caminos del centro histórico, cuando una melodía melancólica de piano comienza a escucharse al llegar a la calle Raymundo Jardón y al llegar a la casa marcada con el número 850, la música se detiene de manera inexplicable.
Esta es una de tantas leyendas que se cuentan en el centro histórico de Monterrey, a tres horas de Monclova, en donde una triste historia se repite cada noche.
Según se cuenta, fue en el siglo XIX cuando una niña prodigio tuvo la inquietud de tocar el piano y el talento musical parecía ser nato, por lo que su madre decidió regalarle un piano para que continuara con sus prácticas.
Su música era apreciada por todos sus vecinos, quienes esperaban que llegara la noche para salir a la calle empedrada y disfrutar de las tranquilas melodías, alentándola a continuar con sus clases musicales.
Fue en 1833, cuando el cólera asesino azotó el país entero y millones de personas perdieron la vida tras pasar una larga agonía, manteniéndose la madre de la pequeña a lado de su cama mientras convalecía, hasta el día de su muerte.
Desconsolada, la mujer permanecía la mayor parte de su tiempo en el interior de su casa, pues al oscurecer, esta salía de su hogar y caminaba lentamente por las calles y hubo quienes aseguraban que parecía un alma en pena, pues su mirada perecía perdida en el horizonte y rara vez respondía a los saludos.
Familiares acudían a su casa para brindarle consuelo, pero el dolor por la pérdida de su hija no desaparecía y continuamente rompía en llanto, pero aún así, no aceptaba que la acompañaran en su casa y tampoco quería abandonarla.
Al desaparecer la alerta por la epidemia, la paz regresó a una nación adolorida por la gran cantidad de muertes, pero todos se sentían aliviados tras escuchar el pregonar que indicaba que el peligro había sido aislado.
Cierta noche al tocar las doce campanadas, la tranquilidad fue interrumpida, pues todos los vecinos escucharon claramente cómo una triste melodía era tocada en un piano y desconcertados salieron a la calle para tratar de averiguar de dónde provenía la música.
En la casa indicada, la luz de una veladora se encontraba encendida y rápidamente tocaron la puerta, la cual fue abierta por la madre de la pequeña que mostraba un semblante de horror.
Ella, mencionó que se encontraba dormida en su cama y tras pasar largo tiempo llorando, el sueño terminó por vencerla, siendo despertada por la canción que provenía del piano de su hija, bajando apresuradamente hasta la sala principal en donde observó con sus ojos cómo las teclas eran presionadas sin que alguien las tocara, terminando la canción cuando los vecinos tocaron la puerta.
La noche transcurrió con normalidad, pero la madre de la pequeña no pudo conciliar el sueño y pasó toda la noche despierta tratando de asimilar lo que había ocurrido y al llegar nuevamente la hora de dormir al día siguiente, esperó impaciente que el piano volviera a sonar y así ocurrió.
Cierto temor la invadía y decidió llamar a sus vecinos y familiares para que la acompañaran, habiendo una gran cantidad de testigos que observaron cómo las teclas eran presionadas por sí solas y entonaban la conocida melodía con la que practicaba la pequeña en vida.
Se oficiaron misas y sacerdotes rociaron agua bendita en cada una de las habitaciones, buscando la manera para que el espíritu de la niña pudiera descansar en paz, pero lamentablemente, aun continua en esa casona ubicada en la calle Raymundo Jardón en donde se ha colocado una placa alusiva al extraño fenómeno que ocurre en ciertas noches.
Los siglos pasaron y en la actualidad se ha instalado una gran cantidad de antros, que con su escandalosa música han hecho que la fantasmagórica melodía de piano se pierda en el estruendo.
Sin embargo, hay quienes aseguran que si te detienes en el exterior de la casa marcada con el número 850, puedes escuchar las notas que por siglos ha tocado el fantasma de la niña.