El asesinato del presidente de Haití, Jovenel Moïse, ha asombrado al país y conmocionado a los líderes regionales. La nación caribeña de aproximadamente 11 millones de personas, muchas de las cuales viven en medio de la pobreza y el aumento de la violencia, ahora enfrenta un futuro aún más incierto.
El primer ministro interino de Haití, Claude Joseph, asumió el liderazgo del país inmediatamente después del ataque. Declaró un «estado de sitio» en Haití, diciendo que no quería que la nación «se hundiera en el caos».
Según Joseph, «un grupo de personas no identificadas, algunas de las cuales hablaban en español» atacó la casa de Moïse alrededor de la 1 a.m. del miércoles e hirió de muerte al jefe de Estado.
La primera dama haitiana Martine Moïse también recibió un disparo en el ataque y está recibiendo «el tratamiento necesario» para sus heridas, dijo Joseph en un comunicado.
Moïse, de 53 años y exexportador de banano, había pasado la mayor parte del año pasado librando una guerra política con la oposición por los términos de su presidencia.
La muerte de Moïse, se produce en un contexto de inestabilidad política, con muchos roles clave en el gobierno del país ya vacíos y el parlamento efectivamente desaparecido. El movimiento de oposición de Haití ha pedido durante mucho tiempo la dimisión de Moïse.
La violencia criminal se ha intensificado recientemente en la capital, Puerto Príncipe, incluidos ataques selectivos contra la policía e incendios provocados de viviendas civiles. El infame expolicía Jimmy Cherizier prometió en junio ante los medios locales llevar a cabo una «revolución» en la ciudad. Ese mes, más de 13.000 personas huyeron de sus hogares en Puerto Príncipe en busca de refugios temporales, según Naciones Unidas. La inseguridad sigue a una ola de secuestros a principios de este año.
No está claro de inmediato quién reemplazará a Moïse en los próximos meses.