Por Yuriria Sierra
El 2024 ya
Recién pasamos la mitad del sexenio y ya estamos hablando de la sucesión porque así lo ha querido Andrés Manuel López Obrador. Así de insistente ha estado en el tema en los últimos días. Sobre tapados, tapadas, destapadores y corcholatas se ha referido, al menos, cuatro veces en una semana. Dio nombres esperados y otros que apuntan más a la anécdota, pero ahí están: “Del flanco progresista liberal hay muchísimos, como Claudia (Sheinbaum), Marcelo (Ebrard), Juan Ramón de la Fuente, Esteban Moctezuma, Tatiana Clouthier, Rocío Nahle, bueno, muchísimos. Afortunadamente hay relevo generacional…”, dijo en su primera declaración al respecto. Previo a esto se atravesó el festejo de Morena por los tres años del triunfo electoral de 2018, las porras a Claudia Sheinbaum ya conocidas y el que se apuntó en varios espacios editoriales como el desaire al líder de los senadores, Ricardo Monreal, quien (se insistió hasta el cansancio en las columnas) siempre ha sido leal al movimiento obradorista. Y, ayer, el inteligente autodestape mañanero de Marcelo Ebrard.
El asunto es que, más allá de los nombres, el Presidente está abriendo una oportunidad y dando aliento para el futuro de nuestra democracia: hablar de sucesión y no de reelección. Con el antecedente de que la Corte está por resolver sobre la extensión de mandato del ministro presidente, desde luego que el fantasma de los cambios constitucionales para asegurar una Presidencia de más de 6 años salieron de entre las paredes; pero comenzar a barajar nombres y, además, por el tono de su pasado informe del 1 de julio, el mandatario nos dice que está consciente de que su tiempo se está acabando y de que, en efecto, es momento de un relevo generacional. Aunque ha insistido que todas las piezas del tablero actual tienen oportunidad, desde luego que sobresalen algunas, quienes serían candidatos naturales por las posiciones que hoy ocupan, pero como han dicho ambos, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard, al menos hoy tienen los ojos puestos en la Jefatura de Gobierno y en la cancillería, respectivamente. Incluso Monreal puede redirigir su imagen, esa que quedó tan lastimada al interior de la 4T y Palacio Nacional tras la elección pasada.
Sin embargo, hablar de la sucesión y sus posibilidades a tres años de ésta no sólo da oportunidad a estos personajes, a esa lista de nombres, de comenzar su rehabilitación rumbo al futuro: de igual forma, abre varias puertas a la oposición para que, ahora sí, se deconstruya y se levante con la mirada fija en la elección presidencial. Armar, finalmente, una verdadera propuesta. Los casi tres años que faltan alcanzan para posicionar, al menos, a un personaje. Ya Ricardo Anaya está haciendo lo suyo y tal vez su estrategia no le está retribuyendo como esperaba, pero tiene un camino avanzado. Cualquier otra figura de la oposición que tenga la mira en 2024 tiene tiempo para plantear su plan de acción y ponerlo en marcha.
Hablar de la sucesión en este momento parecería adelantado, incluso contraproducente, pero el contexto mexicano actual también puede entenderse como una ventana de oportunidad y hasta como una declaratoria de que quien escribe la narrativa todos los días desde Palacio Nacional y sabe que el libro termina en 2024, sin posibilidades de un segundo tomo. Y que sabe también que nada nunca se tiene seguro (ni él ni nadie hubiera anticipado la crisis covid, por ejemplo): y en ese entendimiento, quizá algo que posiblemente para él estaba escrito desde el primer día.