
Por José Elías Romero Apis
EnviarCoincido con el Presidente de la República y con Pascal Beltrán del Río en que las autodefensas no son la solución. Los hechos recientes me han recordado que hace varios años recibía la visita de amigos michoacanos, todos ellos hombres de bien y de trabajo. Muy ricos agricultores dedicados a generar empleo, ingreso y producto en su región.
El crimen comenzaba a exigir un “derecho-de-piso” para permitirles levantar sus cosechas de aguacate, de fresa, de limón y de otras treinta con liderazgo mundial. Ante esto, tres alternativas posibles, pero todas ellas terribles. Una, ceder al chantaje y pagar la sica. Dos, organizarse en armas y lanzarse en contra ellos. Tres, cambiar de residencia y establecerse en otro estado o en otro país.
Siempre venían a escuchar mi opinión y, de ser posible, mi recomendación. Ellos sabían muy bien qué hacer, pero deseaban saber qué pensábamos los lejanos.
Por una parte, si yo creía que esto pasaría rápido. Nunca fui fatalista en pronosticar una plaga larga, pero nunca fui mentiroso en augurar una solución pronta. Por desgracia, fui acertado, porque mi vaticinio se dio hace años y todavía no vemos el final.
Por otra parte, la postura que deberían adoptar. Desde luego, lo primero que deseché fue una recomendación de guerra. No creo que la fuerza privada sea la solución de este problema. Arriesgarían su vida y las de sus hijos. Pero, además, arriesgarían su libertad, su tranquilidad y su prosperidad. Con esa elección veía su futuro en la cárcel o en el cementerio.
La segunda opción tampoco me parecía aceptable. Ceder a la coacción sería pavimentar el atractivo camino de la exacción delincuencial. Se convertirían en cómplices morales de un próspero filón donde los criminales medraran a sus anchas.
La tercera opción me parecía la “menos-peor”. Casi todos ellos son gente rica que podría comprar tierras en Texas y hasta en California. Tienen el dinero para adquirirlas, el talento para producirlas y la voluntad para enriquecerlas. Son bien recibidos en cualquier país. Así que les recomendé que quemaran su lujoso jacal, que regalaran sus caballos finos y que buscaran nuevas praderas.
Para mayor comodidad, sus órdenes en su nuevo campo las darían en español y las cocineras de su nueva casa sabrían preparar enchiladas. Pero, en el fondo, yo sabía que era muy doloroso recomendar la huida a esos hombres valientes a los que les duele más la cobardía que los balazos.
Al terminar nuestras sobremesas y despedirnos, los vi abordar suntuosas camionetas blindadas de la marca más solicitada y viajar fuertemente escoltados por otros vehículos similares. Ellos no acostumbraban el boato y esta novedad me anunciaba sus miedos, los cuales me preocupaban porque el miedo no es buen consejero ni buen amigo.
Como siempre, mis amigos se despedían con un afectuoso abrazo. Pero, a unos metros, el jefe de sus acompañantes me brindaba su respetuosa despedida llevando a la sien su mano extendida, simulando un saludo militar. Con esas compañías, me inquietaba que estuvieran a un paso de la lucha armada.
Muchas veces, durante el resto de la tarde, en la mente me seguía persiguiendo la tristeza de su mirada. Su mundo se había acabado. Su paraíso se había perdido. Su vida se había destruido. Me avergonzaba haber recomendado una salida indigna, aunque tranquila. Por fortuna, prácticamente todos mis amigos eligieron el camino de la paz y hoy me siento contento de que no se arriesgaran en una aventura tonta y perdida. Pero no todos los michoacanos pensaron como mis amigos.
Sin embargo, para todos, su Michoacán se acabó, se perdió y se destruyó. Quizá algún día resucite, se recupere y se reincorpore. Para peores males, lo mismo me han platicado mis amigos de Veracruz, de Jalisco, de Sinaloa, de Guanajuato, de Puebla, de Coahuila, de Tamaulipas y de muchos otros estados.
En los hechos reales han perdido su autodeterminación y su libertad. A las cosas por su nombre y pasaron de estados soberanos sin soberanía a protectorados federales sin protección. El iceberg ya golpeó a México y ya está sonando el toque de zafarrancho.