![](http://laprensadecoahuila.com.mx/wp-content/uploads/2021/07/jose-elias-romero-4.jpg)
Por José Elías Romero Apis
Me gusta consultar. Con ello me he procurado logros y me he evitado fracasos. A veces hago consultas imaginarias, que no por eso son estúpidas. Frente a los trances, me pregunto lo que harían mis padres, mis maestros, mis amigos, mis héroes o mis ídolos. Los hago mis consejeros y casi siempre me va bien.
Durante mi larga estancia en la procuración, tuve muchas noches muy difíciles. Entonces, salía solitario de mi despacho y me dirigía al salón de quienes fueron procuradores de la República. Ante sus imágenes entraba en coloquio con alguno de ellos, según fuera mi aprieto.
Si pedía destreza, me dirigía a José Aguilar y Maya, a Sergio García Ramírez o a Jorge Carpizo. Si requería fuerza, le hablaba a Fernando López Arias, a Óscar Flores Sánchez o a Enrique Álvarez del Castillo. Si necesitaba fineza, allí estaban Pedro Ojeda, Ezequiel Padilla o Emilio Portes Gil. ¡Vaya consejeros los que yo tenía!
Bien aconsejado regresaba a mi despacho y mi decisión siempre fue la acertada. Se decía que yo no fallaba. En realidad, eran ellos los que nunca fallaban.
Como observador de la política, también lo he hecho con los grandes del mundo, aunque mi vida política ha sido muy insignificante. Pero creo que a muchos gobernantes de todos los tiempos les hubieran servido ejercicios similares. Cuentan que Nixon platicaba con Lincoln. He escuchado que Madero dialogaba con Juárez. Y se dice que De Gaulle charlaba con Napoleón, con Luis XIV y con Juana de Arco.
Yo tengo como cien ídolos preferidos. Uno de ellos es John F. Kennedy, aunque confieso que mi aprecio fue evolutivo. En la juventud tan sólo me gustaba su imagen y su estilo. Más tarde, ya estimé su discurso y su actitud. Hoy, además, valoro sus virtudes.
Es cierto que no lo tengo en la genialidad ni de la santidad. Pero su valentía me parece incomparable. Lo tengo como uno de los políticos más valientes de todos los tiempos. No hay un solo registro de que se haya acobardado o apocado o “achicopalado”. Por eso, cuando algo pudiera asustarme, pienso en Kennedy y eso me engalla.
La valentía de Kennedy ha llenado cientos de episodios. Pero tan sólo me quedo con la crisis de los misiles. Ése es uno de los grandes monumentos de la valentía política en la historia de la humanidad.
En ella, Kennedy no amenazó a Fidel. Ni siquiera lo tomó en cuenta. En realidad, Kennedy amenazó a Kruschev, ni más ni menos que el dueño del Kremlin. En ese octubre, Kennedy no bloqueó el comercio cubano, sino que bloqueó a la armada soviética. En ese episodio, Kennedy no arrinconó a Cuba, que no contaba y tan sólo miraba. Kennedy arrinconó y reculó a Rusia, la única potencia de su nivel.
En esos días puso al mundo al borde de la guerra nuclear. Pero todos los estadunidenses estuvieron de acuerdo. Y, entre paréntesis, también casi todos los mexicanos estuvimos de acuerdo. Es claro que a un hombre así no lo detenía nadie y eso atemorizaba a todos. Durante sus mil días de reinado demostró que todos le tuvieron miedo. Sin Kennedy, casi toda Asia, casi toda África y casi toda Latinoamérica hubieran sido comunistas.
La incursión en Alabama fue una demostración a domicilio. El discurso de Berlín fue una provocación a domicilio. El bloqueo naval en aguas internacionales no fue porque tuviera derechos “más mejores”, sino porque tenía argumentos “más grandotes”. Como político, no sólo creo en el recurso de la fuerza, de la amenaza y de la guerra sino, sobre todo, en el recurso del diálogo, del acuerdo y de la paz. Pero ambos requieren del recurso de la valentía.
Por todo eso, un día se me antoja preguntarle lo que le ordenaría a su procurador Robert Kennedy para perseguir a nuestros corruptos. Lo que le ordenaría a su secretario Robert McNamara para bloquear a nuestros cárteles. Lo que su Guardia Nacional haría con nuestros Wallace que se burlan de la Constitución. Contra quién dirigiría sus discursos, pero como palabras no son obras, contra quién apuntaría sus misiles.