Por Leo Zuckermann
Crecimiento económico incluyente y con redistribución
Los resultados de este gobierno en el tema de la pobreza no han sido buenos, a pesar de que el Presidente prometió que los pobres tendrían prioridad. La realidad es que hoy hay más gente en pobreza y pobreza extrema que cuando tomó posesión Andrés Manuel López Obrador. Además, el 10% de la población más pobre ha perdido ingresos por transferencias del gobierno federal durante los dos primeros años de esta administración.
¿Por qué no hemos podido resolver este problema endémico?
En realidad, el asunto sí se ha resuelto en ciertos estados de la República: los que más han crecido económicamente en las tres últimas décadas, es decir, durante el periodo neoliberal. Entidades que aprovecharon el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos construyendo una plataforma industrial y de servicios sólida.
Son los estados del norte y del bajío. En cambio, los del sur no crecieron y hasta decrecieron. No lograron integrarse a la gran oportunidad que significó la liberalización del comercio a partir del sexenio de Salinas.
El crecimiento económico es la primera condición para solucionar el problema de la pobreza. Más crecimiento genera más riqueza. Así que lo primero que tiene que hacer un país es hacerse atractivo para la inversión del capital. Esto lo entendió muy bien el líder chino Deng Xiaoping, quien, gracias a sus políticas liberales, logró un crecimiento alto y sostenido de la economía de su país que, a la postre, sacó a varios cientos de millones de chinos de la pobreza.
Tanto China como los estados mexicanos ganadores del TLCAN demuestran que la fórmula comienza por crecer. Pero no termina ahí.
El crecimiento debe ser incluyente, es decir, otorgar las condiciones para que los trabajadores también se beneficien de la creación de la riqueza. Esto pasa por establecer derechos laborales reales, no sólo en papel, como solía suceder en México. Se requiere un nivel razonable de salario mínimo y prestaciones de seguridad social para que los trabajadores tengan un ingreso que les permita vivir fuera de la pobreza. Lo increíble en nuestro país es que todavía hay millones que trabajan y no ganan lo suficiente para pagar una canasta básica. Viven en pobreza.
Pero, además, la riqueza debe redistribuirse. Aquí ya entramos a un terreno más pantanoso. Ningún país ha logrado resolver a cabalidad cuánto quitarles a los ricos para dárselo a los pobres. Si es mucho, se pierde el incentivo para que el capital siga invirtiendo en un país. Si es poco, es imposible financiar servicios públicos (seguridad, educación, salud) para que los pobres tengan mejores oportunidades de superar la condición de pobreza.
Todo esto pasa por la manera en que un Estado cobra impuestos. Un indicador clave es la distribución del ingreso antes y después de la recaudación impositiva. Resulta que en México no cambia, es decir, los impuestos no benefician a los pobres. En otros países desarrollados, el dinero que el Estado le quita a los ricos sí los reparte a los pobres. Se equilibra la pirámide social gracias a que el Estado provee seguridad, justicia, buena educación pública y servicios de salud de calidad. Aquí estamos lejos de esto. El Estado recauda poco, hay muchos casos de corrupción y el presupuesto se lo llevan grupos rentistas con capacidad de presionar políticamente a los gobiernos.
Recapitulando, si queremos resolver el problema de la pobreza requerimos tres condiciones: crecimiento económico, incluir a la clase trabajadora en éste y un sistema fiscal que recaude impuestos para redistribuir la riqueza con eficaces servicios públicos.
¿Cómo le ha ido al gobierno en estas tres condiciones?
Mal en el crecimiento económico. Con su retórica, decisiones irracionales como la cancelación del nuevo aeropuerto de Texcoco y políticas públicas retardatarias en algunos sectores (v. gr. el energético) ha asustado a la inversión privada generando un crecimiento negativo, más allá del natural por la pandemia de covid-19.
Hay mejores resultados en la inclusión. Este gobierno ha subido el salario mínimo y legislado para mejorar los derechos laborales. Queda pendiente implementar bien estas nuevas leyes.
Finalmente, en cuanto a redistribución, AMLO ha realizado una reingeniería del gasto público, pero se ha opuesto a una reforma tributaria para subir los impuestos. El Estado, por tanto, sigue teniendo pocos recursos y muchos continúan llevándoselos grupos rentistas. Ergo, no hay una redistribución real de la riqueza.
López Obrador no erró en su discurso de “primero los pobres”. En lo que se ha equivocado es en las soluciones para superar la pobreza.