Con la llegada de los talibanes ayer a Kabul, capital de Afganistán, surgen varias dudas sobre las formas en las que el grupo llegó dominar nuevamente el territorio tras 20 años de su desplazamiento, lo cual, no solamente tiene que ver con fuerza militar, sino también con su habilidad para influir en la moral del ejército del gobierno y de su capacidad para cerrar acuerdos.
Precisamente, en ese punto destacan los acuerdos con autoridades estadunidenses, así como con las propias del gobierno afgano, donde su presidente, Ashraf Ghani, abandonó el país para «evitar un baño de sangre», según lo que publicó en redes sociales.
Amenazas y constantes propagandas de guerra mezcladas con religión marcan los mensajes de los talibanes que llegaron a una capital afgana en la cual prácticamente no tuvieron que ocupar fuego a sus armas.
¿Por qué el ejército del gobierno Afgano no opuso resistencia a los talibanes?
Estados Unidos y Afganistán estaban convencidos, cuando las tropas internacionales comenzaron su retirada en mayo, de que el ejército del país del Medio Oriente podría responder a los ataques de los talibanes.
Con cerca de 300 mil integrantes y un equipamiento mucho más avanzado que el de los insurgentes, las tropas del gobierno estaban listas, al menos en teoría.
Pero en realidad, las fuerzas armadas estaban corroídas por la corrupción, la falta de entrenamiento y la desmoralización. En verano, este mismo ejército pudo resistir la ofensiva talibana en el sur, en Lashkar Gah, pero sin el apoyo aéreo y militar de Estados Unidos, no aguantaron mucho.
Frente a un ejército más pequeño pero más motivado y cohesionado, muchos soldados del gobierno, incluso unidades enteras, desertaban o se rendían, dejando libres las ciudades a los talibanes.
¿Cómo aprovecharon los talibanes la baja moral de Afganistán?
Las semillas del colapso comenzaron a germinar el año pasado cuando Washington firmó el acuerdo de retirada completa de sus tropas con los talibanes, lo cual, para el grupo, fue el inicio de su victoria tras dos décadas de guerra, aunque para muchos afganos desmoralizados significó traición y abandono.
Los insurgentes ampliaron su ofensiva con asesinatos contra periodistas y activistas de los derechos humanos, creando un sentimiento de miedo generalizado.
Acompañada de una campaña de propaganda ante la inevitable victoria talibana. Soldados y responsables locales informaron que recibían mensajes de teléfono pidiéndoles que se rindieran o cooperaran con ellos para evitar males mayores.
¿Qué pasó con las milicias antitalibanas?
Ante la inoperancia de las fuerzas gubernamentales para frenar el avance talibán, muchos señores de la guerra reunieron a sus milicias para enfrentarse a los talibanes si estos se atrevían a atacar sus ciudades.
Pero ante el hundimiento de la esperanza en la supervivencia del propio gobierno afgano, el destino de los señores de la guerra también estaba marcado. Y sus ciudades cayeron sin pelea.
En el norte, Abdul Rashid Dostum y Atta Mohammad Noor huyeron a Uzbekistán dejando atrás vehículos militares, armas e incluso uniformes.
¿Cuál fue la estrategia de los talibanes?
Los talibanes habían comenzado a tejer acuerdos y pactar rendiciones mucho antes de su ofensiva relámpago de mayo, según informes.
Desde soldados hasta responsables locales de bajo nivel, e incluso gobernadores y ministros, los insurgentes presionaban para buscar nuevos acuerdos.
Las imágenes de su marcha final hacia Kabul muestra la eficacia de esta estrategia: sin cuerpos en las calles ni combates callejeros, los talibanes y los responsables locales pueden formalizar con tranquilidad el traspaso de poder en las zonas conquistadas.
Informes de Estados Unidos realizados hace un mes estimaban que el gobierno afgano podía colapsar en 90 días, pero desde que los talibanes tomaron su primera capital provincial, solo llevó dos semanas.
¿Qué pasa hoy en Afganistán?
Con la llegada de los talibanes, los afganos que recuerdan el brutal gobierno aplicado por ellos, especialmente quienes han vivido en zonas controladas por los milicianos islámicos en los últimos años, los que han observado los acontecimientos con creciente miedo conforme los insurgentes se apoderaban de gran parte del país y las fuerzas internacionales salían del territorio.
Las oficinas gubernamentales, tiendas y escuelas siguen cerradas en regiones capturadas recientemente por los talibanes, y muchos de los residentes permanecen agazapados o huyen a la capital, Kabul.
Pero ya hay indicios de un retorno a la versión estricta del mandato islámico bajo el que vivieron los afganos de 1996 a 2001, cuando Estados Unidos quitó del poder al Talibán tras los atentados del 11 de septiembre de ese año.
Muchos temen que los talibanes revertirán dos décadas de progresos para las mujeres y las minorías étnicas, y que restringirán el trabajo de los periodistas y trabajadores de organizaciones no gubernamentales.
Una generación completa de afganos fue educada con la esperanza de construir un Estado moderno y democrático, sueños que parecen haberse esfumado con el avance implacable del Talibán.