Por Yuriria Sierra
Y ahora, Anaya
Qué rápido pasamos de la elección intermedia a la precampaña electoral. Falta poco menos de tres años para la elección y están a todo lo que dan con la mira en 2024. En Palacio Nacional ya tienen en su lista de precandidatos algunos obvios, otros colados, pero la operación es evidente. Tanto como parecen lucir los fines con los que se han utilizado casos emblemáticos del combate a la corrupción anunciados en la otra campaña, en la de 2018.
Ya pasó más de un año de que el exdirector de Pemex prometió nombres, apellidos y hasta videos para comprometer a funcionarios el sexenio pasado, pero del caso Odebrecht sólo nos ha demostrado, en más de una vez, que este expediente se abre sólo para lanzar grilla, no para generar sanciones contra los responsables. Por algo México es de los países involucrados en este escándalo de corrupción multinacional donde no se ha generado condena alguna.
Ahora es el turno de Ricardo Anaya, el excandidato presidencial de Acción Nacional prefirió autoexiliarse, opta por salir del país antes de convertirse en la nueva presa de la política nacional. Aunque, por un lado, dicen que no actúan en revancha, con el antecedente de lo ocurrido a Rosario Robles, desde luego que cualquier personaje que se ostente opositor la piensa dos veces al recibir un citatorio de la Fiscalía General de la República. Hace apenas unos días, Robles cumplió dos años en el penal de Santa Martha Acatitla, aquel día, en 2019, llegó dispuesta a responder por las acusaciones, desde entonces no ha vuelto a ver la calle.
“Sé perfectamente que si entro al reclusorio no me van a dejar salir. ¿Cómo voy a creer en un juicio justo cuando empiezan por alterar el expediente y cambiar la declaración de Lozoya para poder acusarme?”, expresó Ricardo Anaya tras un fin de semana que lo tuvo muy activo en redes sociales. Primero el sábado, cuando afirmó que López Obrador lo quería “fregar a la mala” porque asegura que el Presidente no lo quiere como candidato en 2024; ese día señaló que había una persecución política en su contra, casi 24 horas después llegó a su casa un citatorio para este jueves por la mañana.
“Que dé la cara, que no me eche la culpa, ¡que no sea marrullero!, se le hace fácil decir ‘me persiguen’. Es una maniobra politiquera. Que vaya y declare, y que demuestre que no recibió dinero…”, dijo el Presidente en respuesta. Un mandatario ocupado en esta grilla, antes que los tantísimos pendientes que se han exacerbado con la emergencia sanitaria o el huracán Grace, por decir lo menos.
El tema de fondo es muy simple: el gobierno de México no tendría que dedicar más de 40 minutos a hablar de un tema que tiene que ser resuelto en la Fiscalía, uno que, además, había sido un estandarte de una lucha contra la corrupción que no ha logrado dar ninguna razón para el festejo. Repito, México es de los pocos países en el mundo involucrados en el escándalo internacional de Odebrecht que no ha generado una sola sentencia, sólo conocemos lo ocurrido con Emilio Lozoya, a quien nunca hemos visto tras las rejas, sólo sabemos de su detención, como la del exsenador Jorge Luis Lavalle. También vimos la filtración de la declaración del exdirector de Pemex, una jugada que sirvió para hacer mucho ruido y buscar el descrédito de algunos personajes, pero después de eso, nada.
Las acusaciones contra Anaya por presuntamente haber recibido casi siete millones de pesos para aprobar la reforma energética en el sexenio de Enrique Peña Nieto no son un asunto nuevo; la manera en cómo se dirime, tampoco. Qué predecible se ha vuelto el “cambio verdadero”.