
Por Cyntia Moncada
(I)rreverencia católica
Esta semana se hizo viral un video en el que un sacerdote de Monclova hace apología del feminicidio:
“Por qué no matamos a la mamá, una mujer que aborta ya no sirve para nada. Está hueca moral física y psicológicamente. Una mujer que siempre va a estar amargada”. Esas fueron las desafortunadas palabras (por decir lo menos) del padre Lázaro Hernández Soto, durante una misa el pasado domingo.
En un día, el video y las declaraciones del clérigo ya estaban en todos los medios a nivel nacional. El lunes, durante una rueda de prensa, no tuvo más remedio que ofrecer una disculpa pública, argumentando que “se malinterpretaron las cosas”.
La indignación no se hizo esperar: “El aborto despenalizado en Coahuila ya es realidad y no por eso tenemos que seguir condenando a las mujeres que lo han hecho por una moral que lo único que hace es hacernos sentir culpables por el simple hecho de ejercer nuestros derechos”, publicó una colectiva en las redes. Los dichos de este sacerdote no pueden ser ignorados.
Somos un país en el que se asesinan a 11 mujeres al día. Hablar de “matar a una mujer” es una declaración inaceptable en cualquier contexto, pero resulta muy grave viniendo de alguien a quien las personas acuden en búsqueda de guía.
En Coahuila, hasta junio de este año, se han cometido ocho feminicidios. Decir que una mujer que aborta “ya no sirve para nada” porque ha ejercido sus derechos es escalofriante.
La violencia machista solo podrá ser erradicada si todos los sectores de la población trabajamos en conjunto para hacerlo, incentivar la violencia con declaraciones que la normalizan y promueven es irresponsable y no puede terminar en una disculpa pública, debería ser la oportunidad para realizar un trabajo profundo para erradicar los discursos que violentan, también desde los púlpitos religiosos, a las mujeres.
Tercera llamada
Soy Cyntia Moncada, comunicóloga y castañense, dirijo la asociación Matatena. Escribo como acto de supervivencia. Me gusta contar historias y este espacio es una manera de mantener vivo el espíritu de mis mujeres del desierto, de mi tía y mi abuela que me leían con la emoción de encontrar su nombre entre mis textos, de revivir las historias que me contaban.
Escribo como un homenaje a mis ancestras, como una manera de agradecer a las que estuvieron antes de mi en estas tierras áridas y me abrieron camino.
Hoy inauguro esta columna en la que busco compartir historias de este tiempo y espacio en el que me tocó vivir y luchar para transformar. Nos leemos en la próxima colaboración.