
Por Vianey Esquinca
Cabeza de ratón
Cuenta la historia que al vecindario América llegó a vivir una familia cuyo líder se llamaba Andrés Manuel. Llegó a esa colonia porque los dueños de la casa México estaban hartos de sus anteriores inquilinos porque casi se la deshacen, así que decidieron rentarla a una familia que se veía buena gente. Si bien los propietarios no estaban tan seguros que pudieran manejar adecuadamente esa vivienda tan grande y preciada, confiaban en que, al menos, no se la iban a robar ni a vandalizar.
Sin embargo, lo que los caseros no sabían es que Andrés Manuel tenía profundos resentimientos y sentimientos de inferioridad. Él nunca había habitado una vivienda tan magnífica por lo que, desde que llegó, quiso convertirla en un lugar en la que se sintiera a gusto y eso implicaba cambiar toda la decoración, los muebles y las reglas de operación. Al tabasqueño no le gustaban tampoco sus vecinos. Sin embargo, hizo buena amistad con quien habitaba la casa más grande y rica de toda la zona: Donald; pero cuando los dueños de la casa EU lo echaron y se la alquilaron a Joe se vino todo abajo y volvieron a aflorar sus traumas.
Nuevamente, Andrés Manuel se sintió fuera de lugar. No le gustaba que los “güeros” de EU y la casa Canadá lo vieran con condescendencia y lo trataran como si fuera su empleado. Por ejemplo, una de las puertas para llegar a casa Estados Unidos era compartida con casa México, y Joe constantemente le pedía a Andrés Manuel que la mantuviera cerrada para que no pasaran visitas indeseadas. A Joe tampoco le caía bien su vecino, pero tenía que soportarlo. No entendía cómo podía ser amigo de los traficantes del vecindario y no le gustaba lo que estaba haciendo con México, incluso que se la pasaba corriendo a visitas que habían sido invitadas por inquilinos pasados. A Joe le chocaba su radicalización y falta de modales y clase.
Así que un día, en lugar de buscar un mayor diálogo y hacerle ver a su vecino la importancia de México, Andrés Manuel decidió formar una pandilla para dar rienda suelta a su rebeldía y así dejar de ser cola de león.
Para oficializar la creación de esa pandilla, decidió hacer una fiesta e invitar a quienes, como él, veían a “los güeros” con recelo o de plano los odiaban. Así llegó el 18 de septiembre, aunque la invitación fue amplia, sólo llegó la mitad. Alberto El Beto, de casa Argentina, no llegó porque no lo dejaron, le prohibieron salir, pues llevaba meses dejando todo tirado, así que se tuvo que quedar a lavar y barrer.
Eso sí, a la gorra llegó Nicolás el más gandalla y bully de la colonia y Miguel, de casa Cuba, también de muy dudosa reputación.
A Andrés Manuel no le importó que en las casas de sus amigos hubiera desorden, robo, secuestros, corrupción, porque estaba decidido a ser cabeza de ratón, pesare a quien le pesare.
Por supuesto no contaba que otros de los invitados que llegaron al convivio, como Mario, de casa Paraguay, y Luis, de casa Uruguay, criticarían a Andrés Manuel por haber invitado a Nicolás y a Miguel a la fiesta, incluso de plano le dieron la espalda en sus pretensiones de cambiar de administrador del fraccionamiento.
Sin embargo, para el tabasqueño el golpe ya está dado y está decidido a cobijar a sus amigos porque tiene más similitudes con ellos que con los vecinos del norte: no les gustan los adversarios políticos ni la prensa libre; detestan las críticas y a los órganos autónomos. Confían en el Ejército y están decididos a concentrar el mayor poder posible, aunque eso signifique violar las leyes y la Constitución.
“Dime con quién andas y te diré quién eres”, dice el refrán, esa frase cayó como anillo al dedo con Andrés Manuel, sus amigos y su fiesta.