LAURA GELACIO
Una tradición milenaria es la que se celebra cada dos de noviembre, festividad indígena dedicada a los muertos en México. Recordando, honrando y venerando la memoria de aquellos seres queridos con cantos, comida, rosarios y decoraciones en sus tumbas, que se pintan de color con flores.
Como es costumbre, los panteones monclovenses se atiborran ciudadanos para recordar a sus familiares que han pasado a mejor vida. Dejando pequeñas ofendas como flores y veladora, limpiando las tumbas y capillas reciben las almas de sus seres queridos quienes llegan gustosos y en armonía para visitar a sus parientes que continúan en el plano terrenal.
Un centenar de monclovenses visitan desde el fin de semana las tumbas de sus difuntos, los panteones locales se visten de colores gracias a las flores que adornan las tumbas, los papeles picados, entre otros artículos, con el único fin de recordar a los muertos. Quienes permanecen vigentes por aquellos que aun los recuerdan.
EL OLVIDO
Sin embargo, hay tumbas que lamentablemente con el paso de los años fueron olvidadas por sus familiares. Los sepultureros aseguran que muchas de ellas tienen hasta 5 años que no se visitan, provocando el deterioro de estas capillas y tumbas que permanecen en el olvido.
Yerba alta, cruces caídas, polvosas y sin nombre son algunas de las características de aquellos mausoleos que no son visitados, que siguen esperando que llegue al menos una flor a postrarse por obra del destino.
Los sepultureros aseguran que esas tumbas son usadas por la gente para postrar yerba que han quitado de las lápidas de sus difuntos. O simplemente hay quienes no les importan y pasan sobres de ellas.
Así es como el panteón tiene dos lados de la moneda siendo los afortunados, aquellos que son recordados y honrados. Y los desafortunados, seguirán tapizándose con el polvo del olvido.