En los últimos años hemos visto popularizarse cada vez más el término ‘relaciones tóxicas’ (a veces, incluso, ‘personas tóxicas’) para hacer referencia a las relaciones interpersonales basadas en teoría en vínculos positivos (sobre todo de pareja) pero que en la práctica están marcadas por los constantes conflictos y desavenencias o por comportamientos que hacen daño emocional a una o ambas de las partes.
Conceptualmente se trata de algo tremendamente contraintuitivo, pero la verdad es que si no suena imposible es porque la realidad a la que referencia es palpable y casi todo el mundo acaba por encontrarse casos en su entorno cercano o, desafortunadamente, verse inmerso en una de estas relaciones. Así, cabe preguntarse cómo y por qué se da este fenómeno.
«No es un término que surja de la investigación científica ni que esté bien definido«, explica a 20Minutos Luis M. Vega, psicólogo sanitario y divulgador sobre psicología a través de la cuenta de Twitter @psicomatizando que destaca que el uso de este concepto conlleva varios problemas.
¿Cómo definimos una relación tóxica?
Como hemos visto, ‘relación tóxica’ es uno de esos términos cuyo significado parece sencillo de entender pero que, al mismo tiempo, tiene una definición concreta bastante esquiva. Vega detalla que esto se debe a la diferencia entre el uso original y el uso coloquial de la expresión: «El término ‘relaciones tóxicas’, igual que el de ‘personas tóxicas’, fue acuñado por Lillian Glass en un libro publicado en 1995″.
«En él, Glass hace referencia a parejas en las que no hay un apoyo mutuo, en las que en los conflictos uno de los dos miembros busca quedar por encima del otro, y en las que puede haber faltas de respeto y hay poca cohesión. En realidad, se trata de una serie de comportamientos que desarrollan en sus interacciones y que suponen un problema para la propia pareja y pueden afectar al bienestar de una o ambas partes».
El experto aclara que Glass no proporciona una definición científica de las relaciones tóxicas ni, en general, del adjetivo tóxico en el ámbito de la psicología. Esto lleva a que su relación con otras realidades relacionadas, como las relaciones abusivas, sea algo borrosa: «Debido a no ser un término bien definido ni operativizado es difícil saber a qué nos estamos refiriendo y si entra dentro de las relaciones abusivas o no».
Con todo, ello no ha impedido que se incorpore al léxico popular, lo que podría tener un impacto negativo: «Es importante destacar que la popularización del término ‘tóxico’ conlleva varios problemas: primero, que se tiende a considerar como ‘tóxica’ a una persona en lugar de su conducta; y segundo, que puede llevar a considerar ‘tóxicas’ algunas situaciones de pareja que no son tan problemáticas», argumenta.
Las ramificaciones de esto son importantes. En primer lugar, porque atribuir la toxicidad a la persona, dice Vega, «puede dar a entender que es algo inherente a ella y que no puede cambiar, o que muestra estos comportamientos siempre y con todo el mundo cuando muy probablemente no sea así y en cualquier momento cualquiera de nosotros puede mostrar alguna de estas conductas» y, en segundo, porque puede llevarnos a «poner una exigencia demasiado alta en nuestras relaciones y en nosotros mismos, considerar que no se pueden sentir celos, que no puede haber inseguridades, que no puede haber discusiones, etc.».
Una dinámica muy dañina
Así, vemos que la expresión se usa a menudo respecto a realidades diferentes. «Si entendemos las relaciones tóxicas en este sentido popular, cercano a la definición de Glass», afirma Vega, «puede haber o no desigualdad en sus dinámicas. Hay relaciones con poca cohesión y faltas de respeto que van en ambas direcciones, igual que hay relaciones en las que no hay horizontalidad y puede existir una dinámica de control por parte de un miembro y de dependencia acentuada por parte del otro». «Estas últimas», aclara, «son las relaciones de abuso».
El resultado puede ser especialmente devastador para quien se encuentra en este lado de la balanza. «Las personas que se encuentran en una relación donde no hay una buena comunicación, hay faltas de respeto o donde el otro miembro está realizando comportamientos de control o coerción», arranca el psicólogo, «pueden sentirse ansiosas por la incertidumbre de cuándo va a recibir una mala
respuesta o no, por la inseguridad de no saber qué va a ocurrir en su relación, etc. También pueden sentirse deprimidas por los pocos buenos momentos en la relación y, sobre todo, si la otra persona en su excesivo control ha provocado su aislamiento de sus vínculos cercanos o que haya dejado de lado sus aficiones».
«Esto es un desarrollo habitual en relaciones en las que existe violencia de género», sentencia Vega, y destaca que todo ello tiene un efecto especialmente pernicioso en la autoestima de la persona.
¿Por qué se dan y cómo comienzan?
«Las relaciones en las que hay abuso», comienza a explicar Vega, «no empiezan con todo este tipo de problemas. Es difícil empezar una relación con alguien que sólo te está faltando al respeto».
En este sentido, prosigue, «algo común es que la relación empiece con un ‘lovebombing’ o ‘bombardeo de amor’. (La persona abusiva) constantemente te está diciendo lo maravillosa persona que eres, lo que puede hacer que busques mucho más a esa persona y dejes de lado a otras».
«Con el tiempo, de forma paulatina o repentina, cuando antes recibías un halago ahora hay indiferencia o te responde con brusquedad, lo que provoca la reacción en ti de buscar con más ahínco esos buenos gestos» continúa, y precisa que esto es «un fenómeno básico conocido como ‘estallido de la extinción’«.
«Entonces, cuando ya has llegado a cierto nivel de desesperación, vuelve a dártelos. Y así, poco a poco, va creciendo la espiral y cada vez tienes que hacer más para conseguirlos», finaliza.
Esta dinámica es la que también mantiene la ‘relación tóxica’ a través del tiempo. «La persona que se encuentra en esta situación en la que cada vez debe hacer más esfuerzos para recibir el cariño que al principio recibía de manera constante», comenta Vega. «Se encuentra inmersa en lo que se conoce como un ‘programa de reforzamiento de razón variable’, algo similar en cierto modo a lo que se puede dar en otras circunstancias como en los juegos de azar».
«Cuando esto va unido a otros factores, como la falta de otras fuentes de situaciones agradables (como relaciones con amistades, familiares, o aficiones) se puede hacer muy difícil tomar conciencia de la situación y salir de ella».
«En muchos casos», argumenta el experto, «la persona que ejerce el control ni siquiera es consciente de lo dañino de estas dinámicas, es solo que así es como ha aprendido a relacionarse. Esa puede ser su manera de reducir su inseguridad respecto a la relación y respecto a su propio merecimiento de ser correspondido y no han aprendido una alternativa».
«Hay que tener en cuenta también que, comúnmente, es algo interiorizado por los roles de género y extendido por los mitos del amor romántico«, concluye.
¿Cuál es la solución?
Entre quienes se ven en estas relaciones, una pregunta común (o a veces, si se formula afirmativamente, una creencia) es si es posible solucionar esta toxicidad sin que se produzca la ruptura de la pareja. La respuesta, defiende Vega, depende de la simetría de la relación en cuestión. «Si se trata de una relación horizontal donde simplemente hay problemas de comunicación y falta de cohesión, esto es algo que se puede trabajar», explica, «mejorando las habilidades de comunicación, la asertividad, la resolución de problemas en pareja, etc.».
Por el contrario, «En relaciones donde se da una dinámica de control y dependencia excesiva es difícil que la situación cambie si no ocurre algo excepcional», añade.
«En cualquier caso, lo que es básico es la toma de conciencia de la situación, del daño que estamos haciendo y del que estamos recibiendo y de lo que tiene que cambiar y, al final, si merece la pena o no continuar con la relación».
«Una dinámica problemática hasta cierto grado se puede trabajar. Pero, como psicólogo sanitario, en terapia en un caso en el que hay abuso y violencia lo principal es proteger a la víctima«, afirma taxativamente.
Si se toma la decisión de terminar con la relación, desarrolla el psicólogo, es fundamental entender las causas del sufrimiento por el que se ha pasado (o que se ha hecho pasar a otra persona) y adquirir herramientas que nos protejan de él en un futuro.
«La forma de terminar la relación depende de cómo sea la situación de la pareja», dice Vega, «pero sobre todo debe hacerse protegiendo la propia autoestima y puede ser útil aprender a comunicarse de forma asertiva».
«Probablemente, lo más importante es que la persona que se encuentra en el rol de dependencia busque fortalecer y retomar vínculos afectivos y de apoyo, que intente retomar sus aficiones y otras fuentes de situaciones seguras y agradables para ella. Tomar consciencia de lo ocurrido y de los comportamientos problemáticos que estaba teniendo la otra persona puede protegerla en un futuro ante situaciones similares», agrega, aunque puntualiza que esta persona «no se debe culpar a sí misma por haber estado en una relación así o si en un futuro vuelve a ocurrir, ya que la responsabilidad es de quien está realizando esos comportamientos dañinos. De igual forma, nadie es responsable de hacer que cambie la otra persona».
Por su parte, concluye Vega, «la persona que ejercía el control, si tomase consciencia del problema podría trabajar esa necesidad de control y aprender otras formas de relacionarse».