La partida de Álvaro Uribe dejó al País sin uno de sus mayores narradores, coinciden colegas del autor, fallecido el miércoles a los 68 años.
Una pérdida que ha golpeado al gremio, pero sobre todo a su círculo más nuclear.
«Era casi la perfección», evoca en entrevista la poeta Tedi López Mills, su compañera de vida, con el llanto a punto de romper.
«Esas pláticas, los libros compartidos, las lecturas que nos hacíamos -él de mis textos y yo de los suyos-; mi más estricto crítico, mi más severo. (Él era) todo lo más admirable y maravilloso que conocía, lo más impecable, lo más inteligente, lo más sabio, lo más noble».
Diagnosticado en 2008 con cáncer de pulmón y, posteriormente, de próstata, Uribe había estado lidiando desde noviembre del año pasado con un tercer diagnóstico por un tumor muy agresivo e inoperable «en el peor lugar posible del pulmón», de acuerdo con la poeta.
Ante ello, el autor galardonado con premios, como el Iberoamericano de Novela Elena Poniatowska 2008 o el Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2014, se sometió a 35 sesiones de radioterapia y a ocho quimios, siguiendo la ruta trazada por su oncólogo, con sumo optimismo compartido.
«De repente hubo un bajón. Hace una semana le hicieron un estudio y descubrieron que el tumor ya se había pasado al otro pulmón. De ahí ya todo fue bajada. Ya era irreversible, le costaba muchísimo trabajo respirar. Y el miércoles ya pidió tregua», compartió su viuda a este diario.
Con esa organización que le caracterizaba, capaz siempre de adaptarse con enorme facilidad a las circunstancias, y tomar decisiones rápidamente, el escritor determinó que era suficiente, y dio a su compañera, con quien en septiembre próximo cumpliría 40 años de casado -aunque 46 de conocerse-, sus instrucciones.
«Y, de común acuerdo, se hizo lo que se tenía que hacer. Y se fue, me lo dijo, se fue en paz y convencido de que era lo mejor. Estuvimos juntos hasta el final, hasta el final», resaltó López Mills. «Estuvimos juntos de mis 23 hasta ahorita, hasta ese día, a las 18:40 de la tarde, que es cuando murió; estuvimos juntos siempre».
Un deceso que enluta a todo el gremio; una pérdida que abre un hueco en la literatura mexicana.
«Se pierde una prosa casi perfecta, una prosa educadísima, un muy sobrio realismo», consideró en entrevista el poeta y ensayista Armando González Torres, autodenominado feligrés de la literatura del fallecido escritor, editor y ex diplomático mexicano.
«Ése es el rasgo que más se va a extrañar, digamos, en un panorama literario donde por las demandas del mercado muchas veces la prosa es apresurada, descuidada, superficial. Creo que es muy difícil encontrar en el panorama en lengua española a un escritor con tal reposo en su escritura, con tal cuidado y hechura, como de artesano».
Talante cultivado con destreza tanto en el relato, género tan desdeñado por los narradores contemporáneos -a percepción de González Torres-, como en la novela, destacando La lotería de San Jorge, Por su nombre, El taller del tiempo o Expediente del atentado, todas las cuales cuentan experiencias universales, apuntó, también en entrevista, el escritor, crítico y editor Martín Solares.
«Si bien sus primeros libros de cuentos mostraban ya esa prosa elegante, apasionada y cerebral que caracteriza a todos sus libros, fue con sus novelas que dio el salto definitivo como creador», añadió Solares, para quien Uribe «supo transmitir el sabor a perfección».
«Inventó una forma particular de narrar en la que cada capítulo tiene la contundencia de un cuento redondo, pero pertenece a la vez a una estructura más amplia, que incluye otros puntos de vista, otros tiempos, otras historias, que con frecuencia desembocan en espectaculares catástrofes sentimentales».
A su literatura, continuó Solares, la caracterizan también esos narradores «vivos como una hoguera y complejos como un laberinto», impulsados por sus potentes obsesiones amorosas, fraternas o ideológicas.
«Inventa la fórmula de una novela perfecta: aquella que arrebata a sus lectores desde el mismo título a un remolino de pasiones de toda índole, con personajes que siempre se hallan en pugna, animados por una prosa impecable y sonora que sólo permite salir cuando uno ha llegado a la última línea, la que deslumbra al lector para siempre», detalló, refiriendo además que la fuente de inspiración más visible de las novelas de Uribe es Jorge Luis Borges.
«Uribe estudió desde los adjetivos sorprendentes del argentino hasta sus paradojas metafísicas, y con ello construyó una obra de una pasión, una precisión y un sentido del humor muy ácido que no se había visto en las letras mexicanas», prosiguió Solares. «Es una pérdida irreparable para quienes lo leemos y admiramos con el respeto que se debe a los maestros».
Para los compañeros y amigos de Uribe, persiste también el valioso recuerdo de su fina, educada e insustituible persona.
«El trato que nos dispensaba a sus contertulios, Álvaro Uribe era una verdadera urbanidad de la conversación, de la fineza, de la inteligencia, de la tolerancia. Y creo que eso se va a extrañar muchísimo, por supuesto», subrayó González Torres.
Despedido este viernes en la funeraria Gayosso de Félix Cuevas, Uribe partió, dejando un legado que sigue maravillando.
«Como toda joya secreta que merece mucha más difusión, las obras de Álvaro Uribe ofrecen una lección de pasión y literatura que sin duda será motivo de deslumbramiento e inspiración para todo aquel que se acerque a ellas», aseguró Solares.
Lo anterior, entonces, queda, pero siempre hay algo que se pierde.
«Yo, sobre todo, pierdo a la persona», externó López Mills ante la ausencia, exaltada por sus pertenencias o las lecturas que quedaron incompletas antes de salir hacia el hospital.
«Pero como él me dijo el último día: ‘Mira, yo estoy en la casa. Yo sigo en la casa’. Y digamos que sí, por lo pronto, él está en la casa».