Los años cincuenta fue una época dorada para la industria automotriz. No sólo en Estados Unidos, donde el diseño de postguerra floreció; también en Europa, que apenas se encontraba levantándose de los estragos de la Segunda Guerra Mundial.
En España, en 1951 apareció una nueva marca de autos. Una que no llegaría al final de esa década produciendo coches pero que hoy sigue siendo admirada y sus coches codiciados por el mundo de entusiastas automotrices. La marca era Pegaso, y resultaba una auténtica alternativa a los deportivos italianos de la talla de Ferrari y Maserati.
Pegaso fue fabricado por Enasa, una compañía cuyos orígenes e instalaciones pueden considerarse hispano-suizos. El primer modelo de la marca fue el Z-102, un producto de Wilfredo Ricart.
Enasa producía vehículos utilitarios, pero la experiencia de Ricart también estaba en los coches deportivos. Fue incluso ingeniero para Alfa Romeo, así que la inspiración del Z-102 estaba estrechamente ligada a lo que los italianos estaban fabricando.
De hecho, fueron estos los responsables de muchas de las carrocerías de los Pegaso, pues Touring en Milán fue uno de ellos. El otro carrocero para Pegaso fue Saoutchick, ubicado en París. Finalmente, la intención de Ricart con el Pegaso era crear un auto atractivo para el mercado de alta gama internacional y, de esa forma, lograr recursos para la compañía barcelonesa.
La mecánica de los Pegaso era más que apropiada. A final de cuentas el tren motriz era una de las especialidades de Ricart. Con motores V8, con doble árbol de levas a la cabeza y carburadores Weber, e incluso una versión con sobrealimentación, la potencia se estimaba encima de los 200 caballos capaces de revolucionarse por las 6 mil a 7 mil revoluciones por minuto.
El coche se presentó en 1951 y dejó de producirse en 1957. En los años posteriores, los Z-102 envejecieron de una manera no muy apropiada. Los metales se fatigaban rápidamente, el motor era complicado de mantener y reparar. Incluso, los expertos en estos autos comentan que muchas piezas no eran intercambiables, por lo que un repuesto para un Z-102 pudiera no funcionar para otro.
En las décadas de los ochenta y noventa los autos tocaron fondo; su precio en el mercado era realmente bajo, equivalente, según algunas publicaciones, al precio de un Seat económico nuevo. Pero con el cambio de siglo la situación cambió y se apreció a estos autos como la marca española que hacía competencia a los mejores deportivos de la época.