Apenas salió a librerías, pero el arquitecto Alberto Kalach ya decidió destinarlo a un estante de su despacho. No se trata de algún tipo de desdén, sino, por el contrario, de una ética de trabajo.
Recién publicado, el título Alberto Kalach, Taller de Arquitectura X (Arquine) recorre 40 años de carrera en poco menos de 500 páginas, un volumen de obra que sólo se entiende, como escribe en un ensayo su colega Juan Palomar, cuando se trabaja con toda concentración y con intensidad: «No hay tiempo que perder: todo urge».
Así, en una tarde de tormenta eléctrica en su taller de Constituyentes 41, ante el ventanal que muestra el horizonte de copas de árbol del Bosque de Chapultepec meciéndose con el viento, el proyectista, nacido en la Ciudad de México en 1960, dedica apenas el tiempo justo al libro recopilatorio de todo su trabajo antes de continuar con lo que sigue.
«La verdad es que yo ni lo miro, ni quiero mirar atrás, porque ahora mismo tenemos mucho trabajo y todo es muy entretenido», celebra. «Habrá que hablar algunos días del libro, pero antes y después queda sepultado para mí».
Miquel Adrià, su editor y director de Arquine, afirma en las paginas que Kalach es un «arquitecto de lápiz y papel», y el volumen así lo muestra, con la copiosa cantidad de acuarelas y dibujos arquitectónicos que acompañan la mayoría de los proyectos, junto a planos, renders y fotografías.
Los paisajes y diagramas de Kalach que proyectan a la Ciudad de México que es posible, la que ha recuperado sus lagos, que ofrece vivienda digna para todos y está colmada de vegetación, contrastan poderosamente con la que existe en realidad.
Abajo de su taller, en ese mismo momento, una obra sobre Constituyentes da la razón a una de sus críticas del estado actual de la urbe: «La obra pública consiste en hacer banquetas, romperlas y volverlas a hacer, y luego romperlas y volverlas a hacer», lamenta.
Kalach, quien en el libro declara su fascinación con el tratado de arquitectura de Vitruvio, de 2 mil años de antigüedad, organiza su obra de acuerdo a seis tipologías clásicas de construcciones: naves, viviendas, casas y jardines, torres, ensambles, y cubiertas.
Sólo así, explica, se llega a comprender la genealogía de cada uno de los proyectos, con sus diseños hermanos o derivados, o como en una progresión de la evolución de una idea hacia sus distintas ramificaciones.
Las bibliotecas, escuelas, edificios de vivienda social, casas de playa y de bosque, los aeropuertos y las torres dialogan entre sí a partir de sus estructuras similares.
«Hay proyectos afines que, pensamos, sería una forma interesante, clara y divertida, comparativa, de ver el trabajo», explica Kalach.
Ahí está, desde luego, la Biblioteca Vasconcelos, quizá su obra pública más emblemática, con su larga nave y sus libreros flotantes, como parte de una tradición que el arquitecto señala en el libro: «La palabra nave viaja en nuestra imaginación y encuentra en el origen el arca. Lo arcaico, lo remoto en el tiempo».
Ahí, también, está el Faro (Fábrica de Artes y Oficios) de Oriente y la Galería Kurimanzutto, dos obras que pueden visitarse cualquier día, pero también están las que se han quedado solamente en el papel.
En la semana en la que se inaugura el nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en Santa Lucía, el libro recién salido de Kalach detalla, no sólo con precisión técnica, sino con cierto lirismo utópico en el trazo del arquitecto, su propuesta para la Terminal Aérea de Texcoco que nunca pudo ser.
Este proyecto ecológico y social, que planteaba un rescate integral del Lago de Texcoco, con 12 millones de metros cuadrados para urbanización entre la zona de reserva y el lago, y la posibilidad de dirigir el crecimiento sustentable de la ciudad por 25 años más, no encontró recepción ni en esta Administración ni en las pasadas.
«Nosotros, con ese proyecto, trabajamos por más de 25 años. Aprendimos que, para que un proyecto se lleve a cabo, además de su viabilidad económica y física, se requiere un mecanismo social y político que no hemos logrado consolidar», explica Kalach.
«Si acaso, hoy lo vemos más lejos que nunca. Los ejecutores de las obras públicas requerirían tener un pensamiento mucho más claro y una visión mucho más moderna, mucho más actuales, y eso no ha sucedido en 25 años, y, por lo pronto, veo lejos que suceda. Lo veo lejos».
En su ensayo para el libro, el escritor y poeta Fernando Fernández aventura una definición para Kalach: «Una suerte de fatalista entusiasmado que recibe de buena gana lo que hay sobre el terreno», mientras Palomar, su amigo, trae a la memoria unos versos de Rudyard Kipling que ambos atesoran: «El triunfo y la derrota, esos dos impostores».
El compendio de obra del arquitecto no es, entonces, una antología de triunfos ni fracasos, de obras que pudieron construirse y de otras que no, sino un proceso continuo que va más allá de ladrillos y fierros, que está en el terreno de las ideas.
«Es importante aclarar que nosotros no construimos edificios, nosotros dibujamos ideas», sentencia Kalach.
«El 90 por ciento de las ideas que dibujamos no se llevan a cabo, pero es un pensamiento continuo, una reflexión continua de cómo deben ser las cosas, cómo deben ser los edificios, cómo deben ser los aeropuertos, cómo deben ser las ciudades».
Por ello, que las grandes propuestas colectivas que se detallan -«Vuelta a la ciudad lacustre», «Ciudad Futura» y el «Atlas de proyectos para la Ciudad de México»- no hayan podido concretarse, no resta valor a que solamente hayan podido ser enunciadas.
«El trabajo está hecho, el trabajo está terminado, es un trabajo de pensamiento en proceso, es una reflexión en constante cambio», explica. «Da un poco igual si se construyen o no las cosas; lo que nos interesa son la reflexión, la discusión de las ideas».
También con ensayos de Eduardo Vázquez Martín, ex Secretario de Cultura de la Ciudad de México, y el arquitecto Carlos Jiménez, junto a los colegas Palomar y Adrià, el libro indaga no sólo en los proyectos de Kalach, sino en las ideas que los sustentan.
Palomar, por ejemplo, interpreta como un acto que ejemplifica todo su trabajo la anécdota de cómo su amigo tuvo que pelear contra vecinos y autoridades de su barrio para que le dejaran plantar un árbol en su calle, «robándole» terreno a los automóviles.
«De alguna manera, sí he hecho la calle mía. Planto mis árboles y cuido mis banquetas. A veces lo hago a pequeña escala, pero también hemos plantado cientos de miles de árboles en esta ciudad; no siempre de la mano con la autoridad», expone.
«Creo que el único remedio para esta ciudad son los árboles. La fealdad y lo hostil de la arquitectura es casi imposible que lo podamos rehacer todo, pero suavizarlo y animarlo con vegetación, eso sí que lo podemos hacer y cuesta muy, muy, poco».
Uno de sus maestros, José María Buendía, decía una frase que Kalach hace también suya: «La ciudad es un reflejo de la sociedad que la construye»; una reflexión de la que, por desgracia, la CDMX, por ahora, no sale bien librada.
«Es una sociedad muy desigual: hay barrios muy pobres y hay barrios muy opulentos; es una ciudad mal planeada. Tienes este bosque maravilloso enfrente y no puedes entrar a él», dice señalando el ventanal, donde se mira a Chapultepec bardeado.
Ese pulmón de la Ciudad que ha querido devolver a los ciudadanos, a través de un proyecto integral que ha sido desoído y sustituido por el Gobierno Federal por uno menos ambicioso, es un recordatorio constante de lo que hace falta.
«Es una ciudad mal construida, donde el 50 por ciento del agua se desperdicia en fugas.
«En fin, es una ciudad que, desde luego, nos refleja nuestra forma de ser como sociedad», lamenta. «Y creo que, si vemos esta salvajada de derruir las columnas del aeropuerto de Texcoco, eso nos representa».
No obstante, aunque la crítica al estado de las cosas queda implícita en todos los proyectos, el libro muestra, con cierta mirada esperanzadora, todo lo que podría ser.
«Nunca hay que olvidar que nosotros somos una pequeña parte del engranaje de una sociedad y nos dedicamos a planear, organizar y a construir el espacio, entonces eso lo tenemos que hacer con responsabilidad siempre», concluye.
Alberto Kalach, Taller de Arquitectura X reúne casi 500 páginas de proyectismo responsable que ahora, una vez que salió de la imprenta, ya forman parte del pasado que Kalach prefiere dejar en el librero para poder seguir dibujando, como desde hace 40 años.