Por Pascal Beltrán del Río
Cuando el Presidente quiere ser pítcher, bateador y mánager
Era el 14 de marzo de 2006. Faltaban tres meses y medio para las elecciones presidenciales. De visita en Sonora, a donde acudió para poner en marcha la conversión a ciclo combinado de la central eléctrica de Hermosillo, el entonces presidente Vicente Fox destacó que, por primera vez en tres décadas, el país concluía un sexenio sin crisis económica.
México debía seguir avanzando, opinó Fox, y afirmó que, para ello, era necesario reforzar el compromiso con el manejo responsable de la economía y el aseguramiento de fuentes de energía. Más tarde, en una comida con trabajadores de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), el Presidente hizo una declaración que sacudiría el ambiente político del país en esos días de campaña electoral. “México no debe volver atrás; no se cambia de caballo a la mitad del río”, sostuvo.
Y agregó: “Cuando hablo de que no hay regreso, cuando hablo de que tenemos que seguir por ese camino, es porque juntos debemos seguir construyendo muchas plantas generadoras de energía como la que se puso hoy en marcha”.
Al día siguiente, vino la respuesta por parte de López Obrador, quien competía por primera vez por la Presidencia de la República. En un mitin en Ocotlán de Morelos, Oaxaca, el exjefe de Gobierno capitalino exigió al Presidente que se callara. “Deje de estar gritando como chachalaca”, le reclamó.
Luego, en Tehuantepec, se refirió a Fox como “la chachalaca mayor”, para finalizar con la expresión “¡Cállate, chachalaca!”.
Ese intercambio entre Fox y López Obrador se dio en el contexto de una discusión pública sobre si era posible y necesario bajar las tarifas de la electricidad y los combustibles, como proponían el propio López Obrador y el candidato priista Roberto Madrazo. A diferencia de éstos, Fox sostenía que reducir las tarifas no resolvería la pobreza. El director de la CFE, Alfredo Elías Ayub, consideró que dicha medida sería “insostenible”, pues comprometería las finanzas de la empresa. López Obrador ofreció que, de ganar las elecciones, el país dejaría de importar petróleo en tres años (misma promesa que hizo en 2018).
Las grandes desavenencias que provocó la elección de 2006, dieron lugar a modificaciones legales que se centraron en el papel de los servidores públicos durante los procesos electorales. Y se aprobó una serie de restricciones que quedaron plasmadas en la Constitución y la legislación electoral.
Todo eso se ha venido abajo en el actual periodo de gobierno, con la creciente intervención indebida de funcionarios gubernamentales en el marco de comicios y consultas populares, mismo que ha provocado observaciones del INE y el Tribunal Electoral. El domingo pasado, en los terrenos de lo que será la nueva refinería Olmeca, en Dos Bocas, Tabasco, el presidente López Obrador emuló a Fox al tomar abiertamente partido sobre lo que sucederá en la elección presidencial de 2024.
Después de afirmar –por enésima vez y sin que viniera a cuento– que no se va a reelegir, el mandatario recurrió al lenguaje beisbolístico para describir lo que, de acuerdo con su pronóstico, sucederá en el último tramo de su sexenio.
“Va a haber relevo generacional”, aseguró ante trabajadores de la obra, el Día del Trabajo. “Tenemos como cinco pítchers abridores, mujeres y hombres, y como 10 cerradores, mujeres y hombres, y todos tiran 100 millas. Lo que les puedo decir es que vamos a seguir ganando por paliza”.
Me temo que la ausencia de espíritu democrático en el Ejecutivo y sus colaboradores y el repetido desacato a la ley –como se ha visto en el contexto de la consulta de revocación de mandato y las campañas para renovar seis gubernaturas el mes entrante– nos conduzcan a una pelea a puño limpio en 2024, un proceso tan contencioso o más que la elección de 2006.
Cuando el Presidente actúa con parcialidad a favor de su facción e interviene en lo que no le toca –queriendo ser pítcher, bateador y mánager al mismo tiempo–, la fiesta de la democracia corre el riesgo de volverse francachela.