Por Pascal Beltrán del Río
La Prisa
Por razones familiares, he sido testigo del lento avance en la construcción de la estación de trenes de La Sagrera, en el barrio barcelonés del mismo nombre, considerado el proyecto de soterramiento ferroviario más importante de Europa.
Cuando se termine, alojará, entre otras vías, la del tren de alta velocidad que une Madrid con la frontera francesa, aunque la idea es que, a futuro, se pueda viajar directo hasta París. Se calcula que pasarán por ella unos 100 millones de pasajeros al año. Será, además, el inmueble más grande de la ciudad, con espacios comerciales y de entretenimiento.
Oficialmente, la inauguración está “prevista para 2023”, pero, viendo la obra, se antoja muy difícil que se vaya a cumplir esa meta. Cuando se pregunta a los locales para cuándo creen que será, la respuesta invariable es “pues a ver”.
La Sagrera comenzó a proyectarse en 1996. La construcción se adjudicó en 2009 y el entonces ministro de Fomento de España, el socialista José Blanco López –quien colocó la primera piedra en 2010–, pronosticó que se inauguraría en 2012.
Obviamente, eso no sucedió.
En México se pretende construir el Tren Maya, un ferrocarril de mil 500 kilómetros de extensión, en tres años y medio. Y no es que tenga nada malo que las obras públicas no se demoren más de la cuenta, pero un plan así no sería posible en un sistema democrático y de leyes, donde todo se discute, donde se debaten los proyectos, se revisan presupuestos y se cumplen las normas ambientales, entre otras.
Normalmente, en países con sistemas así, las obras las inicia un gobierno y las termina otro. Y está bien, porque lo importante es la utilidad que tienen para la sociedad y no el lucimiento de un político.
El presidente Andrés Manuel López Obrador se propuso realizar tres obras emblemáticas durante su gobierno: el Aeropuerto Felipe Ángeles, la Refinería de Dos Bocas y el Tren Maya. Las ofreció en su campaña electoral y está decidido a terminarlas. El problema es que la prisa ha comenzado a pasar factura. Como comentaba ayer en este espacio, el aeropuerto, ya inaugurado, se ha topado con que ni las aerolíneas ni los pasajeros tienen mucho entusiasmo por usarlo. El día que comenzó a operar la nueva terminal aérea de Denver, en febrero de 1995, lo hizo con un centenar de despegues y aterrizajes. El Felipe Ángeles apenas tiene una docena.
Sí, se pudo inaugurar el aeropuerto cuando el Presidente lo dispuso, pero, por un lado, no están concluidas las vías de acceso, y, por otro, se nota que el proyecto no fue suficientemente estudiado. Y eso significa que la obra está siendo subutilizada, lo cual implica un desperdicio de recursos públicos.
En el caso del Tren Maya, el gobierno ya tuvo que reconocer que arrancó la construcción sin los necesarios manifiestos de impacto ambiental. Ésa fue la causa de que se encontrara con problemas respecto de las condiciones del suelo. Ha habido afectaciones al área natural por donde se quiere que pase, que han sido exhibidas por ecologistas.
La prisa, como ha admitido el propio Presidente, llevó a que las nuevas vías tengan que sacar la vuelta a Mérida, porque no se quiso lidiar con los problemas legales que implicaba conectarlas con la estación de trenes de la capital yucateca, lo cual era lógico.
Toda obra de infraestructura lleva su tiempo y sus procesos.
Y es normal que así sea. La planeación tiene su razón de ser.
Las normas de construcción y medioambientales están allí por algo. Esos procesos protegen el dinero público para que sea bien usado. De nada sirve terminar en poco tiempo un aeropuerto, una refinería o un tren si los recursos que se gastan para levantarlos –pocos o muchos– acaban en la subutilización, el deterioro del sitio donde se construye o, peor, en accidentes que cuestan vidas.
Da la impresión de que el presidente López Obrador pensó más en la inauguración de dichas obras –por él, desde luego– que en el beneficio que tendrían para la ciudadanía.
Viendo lo que pasó con el aeropuerto, al que ahora quieren meter a las aerolíneas a la fuerza, y los problemas que le han brotado al Tren Maya, las cosas no tienen buena pinta.
Bien dice el dicho: la prisa es mala consejera.